Aunque Diego no parecía encontrar gravedad en la situación, Gwen sí sentía la encrucijada en la que estaba. La mente de Gwen se nublaba mientras la voz interna la atormentaba, instándola a ser Plasmática. Gwen, desesperada, gritó:
—¡Cállate! —su voz temblaba, sin saber si hablaba consigo misma, con Diego o con los atacantes—. ¡Diego, tenemos que pelear juntos! —imploró—. Son tres contra nosotros.
Diego la miró incrédulo.
—No lo entiendo. Vos nunca necesitaste a nadie, Gwen. Siempre lo mencionaste. Odiabas pelear a la par. Siempre fuiste invencible con tus Habilidades Plasmáticas.
—¡Y aliarse está prohibido! —interrumpió Krakatoa, avanzando con una sonrisa cruel—. Las peleas deben ser uno contra uno, como dictaron las normas municipales.
Gwen dejó de estar atenta a todo diálogo, y sin dudarlo, arrancó el arco de las manos de Diego y lo empujó hacia una pila de chatarra.
—¡Entonces préstamelo! —gritó con una mezcla de furia, confusión y miedo, sus manos temblorosas mientras tensaba la cuerda con sus últimas fuerzas, apuntando directamente a Karola, quien retrocedió sorprendida.
Diego, incrédulo y molesto, intentó recuperar el arco, pero en el forcejeo, Gwen soltó la cuerda. La flecha se disparó, impactando en la frente de Krakatoa, pero el gigante apenas se inmutó. Con una sonrisa siniestra, se arrancó la flecha de la cabeza y la dejó caer al suelo antes de retomar su avance, imparable.
La energía abandonó a Gwen de repente. Soltó el arco y colapsó de rodillas, mareada y exhausta. Diego, al verla indefensa, se lanzó sobre el arco y disparó tres flechas más, logrando alcanzar a Karola y a Quinoa. Ambas retrocedieron, heridas pero aún en pie, sus ojos llenos de coraje.
Gwen, con una mano sobre la cabeza, intentó levantarse, pero un dolor intenso la frenaba. En un abrir y cerrar de ojos, Krakatoa la alcanzó, clavándole en su brazo derecho la flecha que se había arrancado. Un grito desgarrador escapó de sus labios mientras caía al suelo, aturdida.
—Hice lo que pude... —susurró Diego, su rostro reflejando confusión al ver a Gwen debilitada—. Perdón —dijo, retrocediendo mientras intentaba comprender la situación. Quiso escapar, pero Karola se interpuso en su camino.
* * *
Con el dolor latiendo en su brazo y el suelo girando bajo ella, Gwen sacó un tubo rojo de su chaqueta y lo llevó a su boca, inhalando profundamente. Un alivio frío corrió por su cuerpo, sellando temporalmente la herida. Una sonrisa cubrió el rostro de Diego cuando observó que Gwen lentamente comenzó a recuperar fuerzas y, que con pasos más seguros, se alejó del escenario.
Sin embargo, a pesar de la calma que el dispositivo le proporcionaba, el gesto no pasó desapercibido. Quinoa, con una mirada de desconfianza, mantuvo sus ojos clavados en el tubo rojo que asomaba de la chaqueta de Gwen.
—Es una Sanguínea —murmuró, como si lo acabara de descubrir, sus palabras cargadas de desdén y suspicacia.
Pero Krakatoa la interrumpió con una mirada gélida, dejando claro que desde ese momento, las reglas eran irrelevantes.
* * *
Diego sin escuchar ese diálogo, intentó desviar la atención de los enemigos alzando las manos en señal de paz, pero ahora estaban los tres frente a él.
—Hagamos un trato —propuso Diego—. Les puedo enseñar a usar este arco. Les daría ventaja en futuras peleas. Piénsenlo.
—Si aceptamos eso, desobedeceríamos las órdenes de la Mandataria número uno —respondió Quinoa con desprecio.
El grupo no se dejó convencer y comenzó a rodear a Diego en un círculo cada vez más estrecho, su formación ajustándose cada vez más. Diego miró de reojo hacia la dirección en la que Gwen había escapado, deseando que estuviera lejos. Sabía que la negociación no funcionaría. Dio un paso atrás, evaluando sus opciones, pero chocó con la colosal figura de Krakatoa detrás de él. Karola lo empujó hacia el centro, disfrutando del control que tenía sobre él.
—Escapar no está en las normas municipales —dijo Karola con sarcasmo—. ¿También eres un Sanguíneo? ¡Ponte en guardia!
—Acá nadie es Sanguíneo —gritó Diego, levantando su arco en un intento de parecer amenazante. Pero Karola soltó una risa, acercándose con pasos lentos, saboreando su superioridad.
—Déjalo —gruñó Krakatoa—. Este chico está planeando algo, lo más probable.
Diego esbozó una sonrisa astuta, sabiendo que había captado su atención. En un movimiento rápido, barrió los pies de Krakatoa, haciendo que el gigante cayera al suelo con un estruendo.
—¿No te enseñaron a desconfiar? —le dijo Diego, acercándose con la mirada firme pero también de intriga hacia el coloso caído—. ¿Vos sos Krakatoa? Entonces vos debes ser Karola, ¿verdad? Así que ustedes son los "Crac"... pero son cinco. ¿Dónde están los otros tres?