Escuchar a Adrián llorar durante todos esos interminables minutos fue muy duro, más cuando ni siquiera pudo acercarse a él, ni tampoco llamarlo ¿Cómo le explicaría que no puede moverse? ¿Tendría que revelarle su secreto? Le es difícil contener las ganas inexplicables de correr y rodearlo con sus brazos y decirle "No llores, ya estoy aquí para protegerte", pero no puede.
Se siente como el mero espectador de una dramática película donde el protagonista se quiebra lamentándose por su desafortunada vida, y la impotencia de no poder hacer nada lo hace maldecir al director, guionista hasta al propio actor.
De repente Adrián se levantó y cojeando se alejó, haciéndola sentirse más desolada sin su cercana presencia. Su decisión es entendible, fue a recoger leña ¿Cómo explicarle que no usan leña porque está prohibido debido a la legislación medio ambiental del gobierno?
Poco a poco comienza a atardecer, y empieza a darse cuenta lo que sienten las estatuas, más cuando las aves se posan en su cabeza y el miedo a que la usen como artefacto en donde dejar los resultados de sus necesidades físicas le hace gritarles. Las pobres aves, vuelan espantadas, con ello de seguro lo pensaran dos veces antes de pararse en la cabeza de una estatua real.
Y se quedó dormida porque ¿Qué más podía hacer? ¿Seguir maldiciendo a un demonio tan desconsiderado como ese? ¿Llorar de impotencia por el pequeño Adrián? ¿O seguir gritándole a las aves que se han creído que es un baño público?
—Lo siento, lo olvidé —y esas palabras la sacaron de su ensoñación.
Abrió los ojos para encontrarse con la sonrisa burlesca del íncubo que no parece realmente sentirse culpable. Ah, si pudiera se colgaría de él y le arrancaría ambos cuernos, pero no quiere encararme en el cuerpo desnudo de esa criatura indecente que solo usa un taparrabos dejando su trasero y cola a la vista de todos.
Apenas el demonio la liberó del hechizo se sobó sus articulaciones al sentirse otra vez libre, con el cuerpo entumecido solo miró al íncubo con expresión molesta.
—¿Adrián ya volvió? —le preguntó.
Como respuesta recibió una negativa silenciosa.
"¡¿Cómo que no ha vuelto?!
¡Ese niño no puede ahora haberse perdido en el bosque, ya casi anochece!
¿Acaso no es un Elegido del cielo?"
Y solo dejando escapar una maldición se echó corriendo al bosque, y espera que no sea demasiado tarde. Aunque que muera siendo un niño inocente ¿No sería acaso eso considerado como que cumplió con su tarea? "No permitir que se vuelva un criminal, murió antes de ser un adulto".
Pero no quiere eso, no lo quiere a cambio de su salvación.
"Tienes que estar vivo, Adrián Makris, no por algo has sido el único criminal que nunca logré atrapar y él cual terminó por acabar con mi vida ¿No te puedes morir por algo así?"
Corrió lo que dieron sus piernas, lamentándose de no poder controlar aun su aura sagrada para darse impulso en sus pies y moverse más ágil.
Mientras más se esconde el sol, más inquieta se siente. No quiere ni pensar que algo pudo pasarle. Un oso, un lobo, un acantilado, una planta venenosa, una serpiente. Esas ideas golpean una y otra vez su cabeza.
—¡Adrián! —gritó y su voz juvenil se perdió entre los frondosos árboles.
Volvió a llamar sin recibir respuestas y decidió seguir adelante, pero un pequeño susurro la detuvo.
—Estoy... acá —había miedo en quien respondió.
Tomó la funda y su espada que colgaban en su cintura antes de seguir aquella voz. Podía ser Adrián como podía no serlo, incluso podía ser un espíritu atormentado intentando engañarla. Algo que antes ni siquiera se le habría pasado por la cabeza, no creía ni en fantasmas ni espíritus, pero ahora hasta ella era un caso extraño. Había muerto, revivida en su pasado, acompañada constantemente por un demonio lujurioso ¿Cómo no iba a creer en las probabilidades de que existieran los fantasmas?
Al final, después de toda la maleza despejada, solo encontró una cueva.
—Adrián ¿Estás aquí? —preguntó con cautela.
—Sí —vino la respuesta desde la cueva—. Estoy aquí dentro.
¿Podría ser eso así? ¿O alguien intentaba engañarla?
"Mas vale tener a Runronbi a mano"
Y pensando eso sacó la espada de su funda caminando con ella en la mano lista para defenderse, aun sabiendo de sus escasas habilidades con esta arma sagrada.
Sin embargo, dentro de la cueva no había ni espíritus ni criaturas extrañas, solo un niño. Adrián estaba acurrucado en un costado, con las piernas flectadas y sus brazos abrazados a estas, con la mirada perdida, y sus labios en una curva hacia abajo. Detrás de él había un atado de leña, de seguro lo que alcanzó a juntar antes de perderse. Había además estado llorando, se dio cuenta al ver sus ojos enrojecidos.
No pudo contener la compasión que enterneció su pecho y se inclinó frente a él para rodearlo con sus brazos, una calidez que no pudo darle antes por estar congelada con la magia del íncubo.
—Tranquilo, no estás solo, ya estoy aquí —le susurró al oído.
Adrián se estremeció ante esta exagerada actitud cariñosa de Alexis, y con su mente en blanco ni siquiera supo que pensar. Quería extender sus brazos y rodearlo, pero a la vez teme que nada de esto sea real y que mientras no lo ve, el hijo menor de Alexander Vikar, muestre una sonrisa siniestra ¿Cómo creer sus muestras de cariño tan repentinamente? Si hace una semana solo lo miraba con frialdad y altanería ¿Estará planeando junto a su hermano jugarle aun más sucio?
Pero lo cierto, es que Alexis solo permanece con los ojos cerrados conteniendo su emotividad, lo había encontrado a salvo ¡Viva! Y eso es todo lo que le bastaba en ese momento.
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Editado: 28.06.2024