Serie Akuni | Falla en el infierno

56. Final

El delincuente corrió desesperado, se movió con agilidad entre los transeúntes, burlándose de los policías que no pudieron darle alcance. Se escondió en un callejón y sonrió satisfecho mirando la gargantilla de oro que acababa de robar.

Pero no logró disfrutar demasiado de su botín cuando vio a aquella oficial aparecer delante de él. Sacó una navaja, dispuesto a atacarla, pero la mujer fue más hábil, lo agarró del brazo, lo hizo volar por los aires, y al caer le apretó la nuca con su rodilla y lo esposó con rapidez.

La mujer policía, con el cabello atado en una cola bien firme, sonrió satisfecha.

—Otra vez, Alexis, no has vuelto a ganar —dijo un joven policía rascándose la cabeza apoyándose en la pared, cansado luego de correr detrás del criminal.

—Oficial Vikar —le corrigió Alexis con orgullo.

Otro policía sonrió antes de agregar.

—¿Quieres dejarnos mal? Somos tus compañeros, no lo olvides.

—Bien, bien, dejemos a este criminal al cuartel y los invitaré a tomar cervezas al salir ¿Les parece? —refunfuñó cruzando los brazos para luego sonreír.

—¡Eres la mejor oficial Vikar! —dijo el más joven.

Hace no menos de unos seis meses Alexis Vikar había llegado al departamento de policías de aquella ciudad humana, según rumores, se trasladaba del departamento oficial, principal de los Akunis, aunque desconocían cuál era su grado en ese lugar. Pero era poco creíble ese rumor, nunca habían escuchado de que un poderoso Akuni un día se perdiera sus poderes convirtiéndose casi en un humano común.

Alexis se sentó en su escritorio y luego detuvo su mirada en su teléfono mirando la foto que usaba como fondo de pantalla, Adrián y una niña pequeña de unos tres años sonreían alegremente. Entrecerró los ojos sonriendo. La pequeña se parece más a su padre que a su propia madre, no solo en lo físico, sino además en la grandiosa aura que posee, se dice que su talento incluso podría superar al de su propio padre.

—Muy buen trabajo —exclamó su compañero sacándola de sus pensamientos.

Alexis lo contempló sin entenderlo.

—El tipo que detuviste era un ladrón muy buscado, robar joyas era su pasatiempo, al parecer —se inclinó al decir esto. Su negro cabello se contradice con sus ojos de azul penetrante—. Debería invitarte a una cita para celebrar.

—¿Una cita? —le preguntó sin entenderlo—, hoy vamos a beber unas cervezas, mañana nos toca libre. Además, no sé qué diría mi marido si escuchara que me están invitando a una cita.

El hombre refunfuñó moviendo la cabeza a ambos lados.

—A veces no sé si ese marido existe, nunca lo he visto siquiera una vez venir a dejarte acá —reclamó sentándose en su asiento, dejándose caer cansado.

—No soy una niña para que venga a dejarme —se rio Alexis.

En eso se escucharon murmullos en el exterior. Se asomaron con cautela. Un apuesto hombre, de cabellera negra y mirada fría avanzó en medio de la admiración de quienes estaban a su alrededor, de la mano lleva a una niña que sonríe de forma orgullosa avanzando como si fuese una persona adulta. Son akunis, eso es claro, la energía que proyectan ambos es intimidante.

—¿A qué han venido acá? —se preguntó el otro policía mirando a Alexis que no pareció escucharlo.

Dice eso porque es extraño que uno de ellos venga al departamento de policía común en vez de ir a los suyos directamente. Pero Alexis se puso de pie avanzando en medio de los curiosos.

—¡Mami! —exclamó la niña corriendo a los brazos de la policía.

La sorpresa de los presentes fue mayor y estuvieron murmurando si acaso los rumores detrás de Alexis sean ciertos, no es normal que un akuni, un descendiente de los dioses, se case con una mujer humana. Adrián se acercó rodeando a Alexis y a su hija entre sus brazos. Luego besó a su esposa.

—Hemos venido a buscarte —dijo Adrián sonriéndole con suavidad, totalmente distinto a su actitud fría frente a los otros. Lo mismo la pequeña que en brazos de su madre ahora actúa como una niña pequeña.

—Aún me faltan quince minutos —dijo mirando su reloj.

—Entonces te esperamos en el auto, vamos Katia —dijo Adrián, tomando a la niña quien hizo pucheros al separarse de su mamá—, si eres una buena niña te compraré un helado.

Cuando Alexis salió la pequeña corrió a sus brazos. Juntos fueron por ese helado, y luego al cine, Adrián le comentó mientras Katia dormía en su asiento en el auto, que al fin había salido el veredicto del jurado por el caso del Asesino de alas de ángel. Fabián nunca recuperaría su estado anterior, el ataque que Alexis le devolvió esa vez que hizo estallar su aura le quemó la mayoría de sus neuronas, dejándolo discapacidad mental que no le permitía hablar, ni siquiera moverse con libertad. Aun así, considerando todos sus crímenes, fue condenado a cadena perpetua.

Por su parte, Esteban, al ser considerado cómplice de aquel criminal, no solo fue dado de baja de la policía, sino además condenado a 90 años de prisión.

También, su hermano, Saúl, recibió su merecido. La familia de su esposa, los Bister, al saber de la muerte del general y su hijo menor Erick, a manos de Fabián, el mayor, perdió toda su estabilidad, aquella mujer, siendo la única hija a cargo de la familia, no tuvo la capacidad de un patriarca y en poco tiempo llevó a todos a la ruina. Saúl huyó con el dinero de su mujer, dejándola completamente sola. Al tiempo se supo que fue detenido por la policía por fraude y condenado a diez años de prisión. Si no fuera por Alexis, eso hubiera desmoronado a su padre, pero el hecho de seguir teniendo a su hija viva y de conocer a su nieta lo hace aún, a su vejez, seguir manteniéndose activo con sus negocios.

Llegaron a casa y mientras Adrián tomaba a Katia en sus brazos para llevarla a la cama a dormir, Alexis se dio una ducha, ha sido un día agotador. Se vistió y fue a la habitación a buscar su peineta, al abrir el cajón vio el broche que una vez le dieron las gemelas endemoniadas y que Asterus le llevó para ayudarla. Pensó en su demonio guardián, de seguro debe andar atormentando a otra alma por sus crímenes. Lo extraña, era su confidente y amigo, por eso espera que donde sea que este sea feliz.




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