《sevicia》

1•El lagado del Pakhan•

Darya

Soy una Ivrank’ov, esta prohibido que lo olvides, es más, yo misma te prohíbo que olvides ese apellido.

Nací en Moscú, Rusia, soy la hija menor de Vladimir Ivrank’ov e Ivanna Dmitrova, los monarcas de la Bratstvo Sibiri, la mafia que controla desde Europa hasta el océano pacifico norte.

Si, imagina todo ese poder, te vuelves arrogante y sádico.

La camioneta blindada se desplaza, revelándome Omsk con sus calles y su gente, todo cubierto por una capa de nieve que caracteriza al invierno ruso. Siento la brisa helada y la constante neblina que acompaña esta estación. Nadie elige su lugar de nacimiento; ciertamente, yo no elegí estar aquí. Estoy convencida de que, si mi madre hubiera sabido las consecuencias de tenerme, se habría quitado la vida conmigo en su vientre.

Lo único que deseo es liberarme algún día de la oscuridad que me envuelve. El automóvil se detiene, estamos a las afueras de Omsk. Recojo mi cabello en una coleta, me quito la chaqueta y coloco en ella mis anillos.

Al descender, percibo el bullicio de las personas que supongo ya se han congregado en “La Arena del Temor”. Este es el escenario de luchas que mi padre creó, donde cada miembro de los Moskovskiye volki prueba su fuerza y resistencia, un ring de lucha donde el oponente debe perecer para que tú triunfes.

Hoy no es un día común. No es una prueba regular. La contienda de hoy no terminará con una muerte, pero sí con un vencedor. No será una lucha por un puesto en la mafia rusa; hoy, el cuadrilátero más sangriento de la hermandad albergará a dos de las herederas de la mafia rusa para que luchen por el trono.

Vengo de un mundo corrompido, donde matar, mentir y robar son demostraciones supremas de honor. Por ahora, estoy en paz con ello. Camino directamente desde la entrada hacia el centro de la imponente estructura de concreto y cubierta de pintura roja, sigo el camino sin mirar a los costados donde las personas gritan, saludan, me alientan, el espacio delimitado por cuerdas donde se llevan a cabo los combates me espera.

Al subir, veo que ella ya está preparada y su mirada recorre el cuadrilátero donde nos enfrentaremos. Cuando su mirada se encuentra con la mía, se endereza y se aproxima a unos pocos centímetros.

—YA vovse ne budu nezhnym —(No seré amable en absoluto), advierte.

—YA ne ozhidal, po krayney mere, ot tebya—(No lo esperaba, al menos no de ti), le aseguro.

Me mira fijamente, estudiando cómo poder vencerme. La multitud me ensordece con los vítores que apoyan el nombre de Tatyana y el mío.
Uno de los hombres de la arena sube con un salto, pasando sobre las cuerdas.

—¡El reloj está en marcha, y estas dos guerreras están listas para escribir un nuevo capítulo en la historia de la hermandad de los lobos de Siberia! ¿Quién se alzará como la indiscutible ganadora? ¡Prepárense para esta contienda! Esto será histórico.—grita en ruso, levanta su revólver y el sonido de la explosión da por comenzada la batalla.

Un inesperado movimiento por parte de mi hermana me deja sin aliento: un certero rodillazo en las costillas. Me retuerzo hacia un lado por la brutalidad del golpe, y ella aprovecha la apertura para dirigir un golpe seco con su puño hacia mi rostro. Rápidamente, me protejo levantando los antebrazos al frente.
Se aleja unos metros y me incorporo; estoy desenfocada, lo que le da una ventaja a Tat, que hace que caiga de bruces a la lona. Intento volver a pararme y luchar, pero su mano sujeta mi cabeza y su puño impacta una, dos, tres veces seguidas en mi rostro. Pronto siento cómo mi nariz empieza a sangrar y siento el pómulo izquierdo molido. Mi sangre comienza a formar un pequeño charco en la lona cuando me vuelco a un lado.

Cuentan uno, dos, tres, cuatro, cinco…

Toca una campana, anunciando el primer punto a favor de mi contrincante. Lentamente me levanto con el dolor picándome el rostro y las costillas.

—¡Batalla ganada por Tatyana, la primogénita!

Como puedo, logro ponerme en pie y recuperar el equilibrio. Pronto sube una mujer con solo una túnica transparente dorada cubriéndola y pone una caja rectangular en medio del ring. Baja y las campanas suenan cinco veces, dando por iniciada la segunda contienda.

Tatyana avanza otra vez primero, puesto que es la ganadora, abre la caja y saca una pistola. Es mi turno y abro la caja; hay una navaja y una cadena. Tomo la cadena.

Ambas retrocedemos hasta estar a metros de distancia.

Un sonido pesado me hace mirar hacia arriba, donde veo cómo la jaula empieza a descender para mantenernos en el ring, sin escape, sin huida.

El cañón disparando una bala suena y la segunda ronda empieza.

La primogénita del Pakhan es rápida, pero sus golpes no me alcanzan. La esquivo; tiene un lapso de lentitud y le lanzo un golpe al abdomen que la hace curvarse hacia adelante. Me muevo rápidamente detrás de ella y, con mi codo, golpeo su columna. Pongo en ese golpe tanta fuerza que hasta puedo sentir mi hueso tocar su columna vertebral. Ella cae de rodillas y es cuando veo una ventaja más y pateo su hombro con ferocidad, haciendo que caiga boca arriba.

El silencio cae como una avalancha; supongo que la sorpresa los inunda a todos ahora. Pero es tan corto el tiempo. El sonido, los gritos, silbidos y las apuestas suben el volumen tan alto que no logro captar la bala que Tatyana me dirige; solo la siento impactar contra mi muslo.

Ya perdí el poco control que tenía.

Ella lo tiene, el escalón que yo necesito para ser sucesora de mi padre. Yo me he esforzado por subir cada grada, pero ella, al nacer primero, ya estaba diez arriba de mí.

Contengo un grito y aprieto los dientes soportando el dolor; la bala no me perforó, fue un roce más que nada. Sacando fuerzas de dónde puedo, corro hacia ella y ataco, como me enseñó mi padre, sin dudas y sin piedad.

Sujeto su cabeza con más fuerza de la necesaria, aferrando mis dedos a su cabello sudoroso, y elevo mi rodilla para impactar su rostro. Lo hago al menos tres veces; su pómulo se abre y empieza a sangrar, el arma sale de su agarre, igual no serviría ya que cada arma contiene solo una bala. Lucha y, con todas sus fuerzas, clava sus uñas en mis antebrazos. Siento el ardor de mi piel siendo arrancada.




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