“un monstruo solo puede ser derrotado por un santo o un monstruo todavía peor”
Lord Fender – soberano de Gramorg
Jill y Chub estaban descansando detrás de una columna en el patio del castillo. De no ser por ellos, los invasores ya hubieran logrado entrar al castillo. Eran la última línea de defensa y los guerreros normales ya estaban por perder.
En eso se les acerca un caballero con agua y comida élfica, ambas estaban hechizadas para que recuperaran sus fuerzas. Chub vació su plato tan pronto como se lo entregaron.
- Bueno, parece que la batalla continúa, reina de belleza – dijo Chub emocionado – no puedo esperar para matar a todos esos malditos. Esos tres idiotas se lo pierden.
Jill miró al caballero que temblaba a su lado – deberías ir adentro – dijo sonriendo – estarás más seguro junto a Draco.
- No puedo – respondió el caballero – estaría renunciando a mi valor como guerrero.
- Eres un soldado raso, solo serias un estorbo – le replicó Chub.
- Qué grosero – dijo Jill suspirando – esta batalla, solo está muy por encima de tu nivel. Nosotros también tendremos que retroceder. Solo estamos ganando tiempo mientras nuestras fuerzas más poderosas se reúnen en la sala del trono.
- ¿Las más poderosas? – repitió el caballero.
- ¿Por qué crees que no ha aparecido la guardia? Ni los sanadores o magos de entropía y elementales – respondió Chub – y por los más poderosos se refiere a Draco, nosotros dos y nuestros compañeros en armas. Somos más que suficiente para matar a todos estos bastardos.
- ¿Entonces, por qué no están acá? – replicó el caballero – ¡¡Nos están dejando morir!!
- Queremos pelear en un lugar que tengamos la ventaja – sentenció Jill. El caballero volteó a verla con una expresión de frustración – la sala del trono es muy grande, lo que permitirá que la batalla se desarrolle fácilmente. Pero la principal razón es que todos sus magos son de ataque o elementales, en un espacio cerrado no podrán atacar cómodamente si no quieren quedar enterrados.
- De ser así, ¿no sería mejor dejarlos pasar?
- Ya te lo dije, estamos ganando tiempo para que todos estén ahí. Además, lo mejor es reducir su número todo lo posible para que no nos agobien tantos soldados. Por eso estamos nosotros dos acá en vez del grueso de los soldados… ese es el plan de contingencia Delta – dijo mientras observaba como los guerreros de Gramorg eran sobrepasados.
- Es hora de entrar en acción – afirmó Chub exaltado. Jill asintió, volteó a ver al caballero una última vez. Tenía la cabeza baja y se disponía a irse cuando, a gran velocidad, una flecha le atravesó el pecho.
Jill abrió los ojos, sorprendida, intentó ayudar al caballero, pero no podía tocar la flecha, estaba hecha de magia. Levanto la vista al campo de batalla y vio la figura de un hombre alto y delgado encapuchado, con un arco que parecía hecho de acero
- Tenemos a alguien interesante ahí – dijo Jill limpiando la sangre que la había salpicado. Chub esbozó una sonrisa de emoción. Jill cerró los ojos del caballero y besó su frente, pidiéndole que descanse en paz.
- ¡Si! Ten cuidado, podrías romperte una uña.
Ambos se abalanzaron hacia la batalla. Chub blandió su hacha con tal ferocidad que todos los enemigos que tenía delante salieron disparados en partes por todos lados. Jill avanzaba entre el caos y lanzaba rápidas estocadas a los soldados con los que se encontraba, procurando atacar sus puntos vitales. Todos caían al instante. Un escalofrío le recorrió el cuerpo y se agachó inmediatamente; una flecha mágica paso por encima de su cabeza.
Chub corrió hacia el arquero e intentó rebanarlo con su hacha, pero este esquivaba con gran facilidad sus ataques. Jill se le acercó a gran velocidad y buscó apuñalarlo en el centro del pecho; el arquero, sorprendido, intentó apartarse, pero Chub lanzó un tajo a su cuello mientras sonreía.
En el momento, una barrera mágica surgió a su alrededor, desviando los ataques de los dos aprendices. Ambos saltaron hacia atrás y concentraron sus miradas en una mujer con túnica y cabello negro, que literalmente apareció detrás del arquero.
- Lo siento, perros de Draco, no puedo permitir que mi preciado esclavo muera tan fácil – dijo la mujer con un tono cautivador que desconcertó a Chub e hizo que bajara su hacha un momento; Jill lo piso para que volviera en sí.
- Una bruja que encanta su hablar, eso no se ve todos los días – dijo Jill fulminándola con la mirada – lástima que no funcione con todos. ¿Cómo debería llamarte?
La hechicera soltó una risita e inmediatamente su expresión cambió tanto que Chub perdió todo el interés y levantó su hacha, mostrando unos dientes puntiagudos y unos ojos vacíos, sonrió macabramente.
- Es verdad, mi magia del habla solo sirve para engatusar hombres, debería mejorar eso – respondió la mujer mirando fijamente a Jill – ¿mi nombre preguntas? Puedes llamarme Verónica, aunque no importa realmente, pronto estarán muertos.
- Tienes mucho valor para amenazarnos – dijo Jill.
- Claramente no sabes quiénes somos – la reto Chub. Verónica soltó una carcajada.
- Sé quiénes son, Jill, la “estocada divina” y Chub, la “muerte roja” – ambos se estremecieron al escuchar sus apodos – aprendices del infame “cazador de demonios” Draco. Son bastante famosos en Poski; ustedes dos y un pequeño ejército acabo con una de las ciudades más poderosas de esa nación, solo en tres días; aunque creo que yo estoy haciendo algo parecido.
En ese momento se dieron cuenta de que ella era la que dirigía al ejército enemigo. Ambos tomaron posiciones de batalla al momento, un miedo indescriptible se apoderaba de sus cuerpos. “Quién rayos es esta mujer”, pensaron ambos.
- Sabes eso y aun así, ¿crees que puedes ganarnos? – preguntó Chub alterado.
- Oh, no creo que pueda venceros. Pronto, mi niño se encargará de ustedes – Jill arqueó una ceja confundida – lo entrené específicamente para matarlos a ustedes y a Draco, una bestia de extraordinaria fuerza – Chub y Jill llegaron a la conclusión de que se trataba del demonio que había mencionado Federic – de hecho, está a punto de matar a uno de ustedes, junto a ese niño rubio.