“Llegar a la capital es fácil, si estas bien acompañado”
Lodtrack – Exguarda de los Dragonoid
La sala del trono había pasado de una ostentosa sala de reuniones con un amplio espacio para recibir a los nobles y plebeyos de la ciudad a una sala de guerra abarrotada de soldados, magos y trampas.
El área central se convirtió en un amplio lugar de combate circular donde un paso en falso te haría caer en una mina mágica, levantaría pinchos del suelo que te harían picadillo, cortaría un hilo que dejaría caer sobre ti galones de licor que explotarían, o simplemente caerías en una trampa para osos.
Draco se encontraba preparando todo para el combate, preguntando constantemente por sus aprendices, sin recibir respuesta alguna.
Lord Fender estaba sentado en su trono frente al propio Draco, con la expresión más seria que alguna vez haya visto un soldado, pensando en su hijo, pues no tenía idea de donde estaba ni como se encontraba. Federic estaba a su lado, había recuperado la conciencia hacía poco tiempo, pero seguía tan nervioso que no supo cómo tranquilizar a su amo.
Federic se acercó a Draco cuidando no pisar ninguna de las trampas que habían puesto.
- ¿No crees que son demasiadas? – preguntó angustiado - ¿Cómo piensas pelear en este lugar?
- Ese es mi problema – respondió fastidiado - ¿Dónde carajos están?
- Los chicos… no tengo la menor idea – una aterradora idea se cruzó por sus pensamientos - ¿Y sí?... ¿Y si tiene algo que ver con ese extraño rugido de hace rato?... tal vez el demonio haya...
Draco lo fulminó con la mirada, lo que causo que el sirviente se estremeciera.
- ¿Insinúas que podrían vencerlos? – preguntó Draco, visiblemente molesto. Había pensado en la posibilidad, pero reconocer que sus aprendices hubieran perdido sería como reconocer debilidad, lo último que necesitaban.
- No, no… para nada – se corrigió nerviosamente – solo que podrían haberse retrasado.
Draco le dio la espalda y se alejó de Federic que estaba temblando. Los guardias de alrededor se habían detenido para ver la riña, pero Draco los miró de la misma forma que a Federic y volvieron inmediatamente a su trabajo.
El Guarda comprobó el estado de todos sus combatientes. Los magos de entropía ponían sus trampas mágicas, mientras los magos elementales preparaban sus hechizos con los que buscaban acabar con buena parte de los soldados de un solo movimiento. Cada vez más caballeros y guerreros llegaban a la sala del trono, llenos de heridas por las batallas que pasaban por todo el castillo, por lo que los sanadores eran los más ocupados y los que más consumían cámelio para continuar ayudando.
Los caballeros que formaban la guardia practicaban sus movimientos y afilaban sus armas. No habían peleado hasta ese momento debido a que su trabajo era cuidar a Lord Fender.
La guardia era la última línea de defensa del Lord, y, por tanto, en sus filas estaban los mejores guerreros y los más poderosos magos. Sin los aprendices, ellos son lo único con lo que contaba Draco para ganar.
Ya casi estaban listos para interceptar a los invasores. El ruido de la batalla resonaba por la sala del trono: sonidos estridentes, explosiones, gritos; cada vez más fuertes y cercanos. No faltaba mucho para que llegaran hasta la sala del trono.
Entonces, un fuerte temblor sacudió parte del castillo, seguidos de fuertes sonidos que no lograban identificar y, finalmente, otro rugir como el que habían escuchado minutos antes. Entonces, el castillo quedo en silencio. Los soldados comenzaron a mirar a todos lados, intentando descifrar de donde provino el ruido, dejándose invadir por el temor e intensificando la ansiedad de los presentes.
Lord Fender se levantó de manera agitada de su asiento. Las criadas intentaron convencerlo de que se sentara, pero este hizo caso omiso y avanzó a trompicones, evitando las trampas hasta estar lo suficientemente cerca a Draco, quien arqueó las cejas al verlo acercarse.
- Mi hijo – dijo temblorosamente – tienes que encontrarlo.
- Señor… ya le dije que…
- ¡¡Te estoy dando una maldita orden Draco!! – lo interrumpió violentamente el Lord, reacción que pareció pasmar a todos en el lugar, incluyendo al propio Draco, que no respondió de ninguna forma – lo que acabo de escuchar, no es normal. Mi hijo está allí y debes hacer algo. Es la única razón por la que te permití quedarte y evité que te cazaran, sucia rata traicionera ¡¡para que protegieras a mi familia!!
Todos en el lugar se quedaron de piedra. Desde los soldados hasta los sirvientes, dejaron de trabajar para ver cómo Fender insultaba a su guarda personal. Federic miraba aterrado a Draco, pensando una forma de evitar que el guarda decapitara a su señor.
Pero para sorpresa de todos los que conocían a Draco, él solo suspiró y calmadamente respondió a su amo.
- No debe preocuparse por su hijo. Estoy seguro de que Lodtrack está haciendo un gran trabajo cuidándolo. Además…– miró a Fender directamente a los ojos, apretó su puño y lo golpeo en la boca del estómago, dejándolo sin aire y obligándolo a arrodillarse – que le sirva no significa que aguante todas sus estupideces – Draco tomó a Fender del cabello, sacándole un alarido, obligándolo a mirar concluyó - así que déjeme continuar con mi trabajo, SEÑOR.
Lo tiro al suelo e indicó a un sirviente que lo llevara a su trono de manera segura. Las personas fingieron volver al trabajo, pero en verdad comenzaron a murmurar. “¿Qué rayos?”, preguntó un soldado. “Draco se volvió loco”, respondía otro. Las dudas sobre quién los dirigía comenzaron a salir a flote, dudas que terminarían condenándolos.
Silo estaba en el primer piso del castillo luchando junto a otros soldados, contra muchos enemigos apoyados por un mago de entropía y un sanador. Los soldados y el propio Silo estaban agotados por la lucha, pero no cedían ni un paso, luchaban desesperadamente y sin orden alguno. Silo era el único que podía seguir luchando directamente sin arriesgarse completamente gracias a su habilidad. Balanceaba su espada de un lado a otro, y con cada tajo, un soldado caía.