“la humanidad no se rendirá mientras todavía quede
un solo rayo de esperanza”
El emperador.
Cuando Leonor y Lodtrack finalmente llegaron, todo había quedado destruido; se podía ver el azul del cielo desde los escombros.
Leonor buscaba desesperadamente a su padre entre los restos, mientras Lodtrack intentaba hacerlo entrar en razón: su padre había muerto, posiblemente llevándose a sus enemigos consigo.
Leonor se arrodilló y explotó en llanto al encontrar la corona carbonizada de su padre, sin rastro de él. Estuvo inmóvil unos minutos intentando procesar todo lo que pasaba. Lodtrack recorría el lugar buscando los cuerpos de sus compañeros o un indicio de ellos.
Logró divisar a Vindicta a lo lejos; un escalofrío recorrió su cuerpo e intentó acercarse, pero al notar el resonar metálico de soldados corriendo, tomó a Leonor y se posicionó junto a una gran piedra que les dejaba ver el lugar sin que los notaran.
Decenas de soldados enemigos llegaron por los pasillos (o lo que quedaba de ellos), hechiceros, sanadores y guerreros de todo tipo y razas, pero ni un solo aliado. Todos habían perecido en la batalla y solo quedaba Lodtrack. Los enemigos removieron los escombros como había hecho antes el dúo. Uno de los soldados intentó tomar a Vindicta de entre los escombros, pero estaba incrustada y no parecía que se fuera a mover. Varios soldados tiraron con la esperanza de quedarse con el artefacto; quedaron de piedra cuando el suelo tembló, y de él se levantó una masa de carne negra carbonizada y deforme con unos brillantes ojos rojos que Lodtrack conocía bien.
En sus brazos sostenía el cuerpo sin vida del anciano Alwarmu. Apenas quedaba algo de lo que había sido el brujo, pues la mayoría de su cuerpo había sido desintegrado por la explosión.
Los soldados se removieron desconcertados y continuaron buscando entre los escombros, con la mala suerte de ser asesinados por varias explosiones que surgieron desde el suelo. Verónica se levantó a duras penas; sus piernas temblaban desesperadamente, y su cabello estaba chamuscado, pero parecía perfectamente después de haber recibido una explosión de tal magnitud; algunos Bucullatus también surgieron desde el suelo, y más de la mitad de ello había muerto.
La bruja pareció gritar y ordenar a sus soldados. Lodtrack no era capaz de escuchar, y Leonor estaba sentado en el suelo llorando. Parecían buscar algo. Verónica se acercó al demonio y el cuerpo de su maestro y Lodtrack juraría que ella sonrió al ver el cuerpo. La bruja tomó la lanza y comenzó a curar a su demonio.
Los Bucullatus y los soldados buscaban desesperadamente, temiendo lo que les pasaría si no lo lograban a tiempo. Un soldado levantó la mano y gritó que se acercaran; parecía un enano, aunque era difícil saberlo con la armadura. Los Bucullatus, Verónica y el demonio; que ya se veía mejor, se acercaron.
Entre los escombros se alcanzaba a ver el cuerpo destruido de Draco. Su cabeza ya no estaba, pero su armadura estaba intacta y era fácilmente reconocible. Lodtrack ahogo un grito y casi se abalanzó sobre ellos al ver cómo comenzaban a llevarse las cosas de su maestro, pero Leonor fue quien lo tranquilizo esta vez y le indicó que deberían irse. Lodtrack obedeció.
Verónica se sentía extremadamente débil, a pesar de haber bebido ya varios recipientes de Camelio. Había gastado casi toda su maná en reforzar el escudo y, aun así, la explosión fue capaz de impactarla levemente.
Maldecía constantemente, mala suerte del que se le pusiera en frente, porque estaba decidida en convertirlo en una rata, al menos hasta que vio cómo Grigori llegó junto a ella, casi arrastrándose, con una hemorragia en el abdomen y sin uno de sus brazos.
- Un juguete roto – dijo aburridamente – ya no sirve para nada.
- No, por favor, deme otra oportunidad – rogó el elfo desesperadamente, agachó la cabeza y se postró en el suelo.
- Al menos dime qué te pasó – le ordenó; el elfo le contó lo que había sucedido con el guarda y el noble - ¡¡significa que lograron escapar, idiota!!
Verónica estuvo a punto de pulverizar al elfo que temblaba en el suelo. Para su suerte, un soldado la llamó y saco de entre unas piedras a Silo, que estaba inconsciente junto a un extraño orbe.
La bruja pareció tranquilizarse al ver a otro de sus “juguetes” con vida junto a su preciado artefacto. Volvió a mirar a Grigori pensando en qué hacer con él. ¿De qué le servía un arquero manco? Pero también era su mejor cazador y asesino; además, si dejaba escapar a esos dos, todo su plan se arruinaría.
- Te perdonaré – decidió la bruja. Los ojos del elfo centellearon – pero, tendrás que hacer algo para ganártelo.
Verónica abrió su bolsa y sacó un par de cosas: la pata descuartizada de algún ave grande, sales, hilos y aguja.
- Endona aftá enkos antikíe, kai qe anikatasi ta chatoi – recitó levemente. La pata del animal levitó hasta ponerse sobre la laceración del elfo, la sal se esparció por sus heridas, lo que causó que soltara un aullido de dolor. El hilo y la aguja también levitaron y comenzaron a cocer la herida del abdomen hasta cerrarla; la piel comenzó a unirse hasta que no quedó rastro del corte. La aguja también cosió la pata de animal al brazo del elfo; ambos se comenzaron a fusionar, la pata cambió ligeramente hasta tener una forma más humana, aunque solo teniendo 4 dedos y plumas sobresaliendo.
Grigori agachó la cabeza, agradecido, y miró a su ama con admiración. Sabía lo que tenía que hacer. Estaba por partir cuando fue detenido por una voz misteriosa.
- Un momento, gente – era una voz grave que llamó la atención de Verónica y Grigori. Frente a ellos, el orbe estaba levitando, y sombras a su alrededor mostraban la silueta de un hombre.
- Señor... - Verónica se arrodilló y bajó la cabeza, cosa que dejo atónitos a todos sus seguidores, que imitaron su ejemplo – es un placer verlo de nuevo – su voz no era del todo sincera, pero a la entidad no pareció importarle.