Londres, Inglaterra 3 a.m
Una joven madre caminaba con su bebé por las solitarias calles de Londres.
—Lo siento, cariño —le susurró a la bebé de apenas cinco meses que yacía envuelta en mantas, en sus débiles brazos—. Pero esto no funciona conmigo.
Ella pensaba de como cuidaría de un bebé. No tenía experiencia ni dinero para poder sostener la vida de este pequeño ser. Estaba destruida y si no podía cuidar de si misma, no podría cuidar de esta inocente vida que no tenía la culpa de nada.
Luego de caminar varios minutos distinguió una gran casa a las afueras de la ciudad y se dirigió allí.
Una vez en la entrada, visualizó todo a su alrededor. Los dueños de la casa debían de tener mucho dinero.
Seguramente ellos podrían cuidar mejor de su bebé, que ella misma.
Ya había tomado una decisión. Esperaba estar en lo correcto.
Depositó a su pequeña hija en una canasta de mimbre con una carta que informaba la situación de la pequeña.
Le dio un último beso a la frente de la niña que era su hija y tocó el timbre.
—Espero que me perdones, hija. Pero no podré cuidarte. Espero que me entiendas y logres perdonarme alguna vez —algunas lágrimas salían de sus ojos al ver los ojos verdes de la niña, idénticos a los de su ex novio. Brillaban con felicidad como si la estuvieran llevando a un lugar mejor.
Eso esperaba ella.
—Adiós y discúlpame, preciosa.
La joven que alguna vez fue su madre se marchó y se hundió en la oscuridad de la noche.
Dejando a la pobre bebé en las manos del destino....