Shira: La joven guerrera

Capítulo Ⅰ

—¡Shira, despierta!
Me espanté con el sonido de la voz de mi madre, miré la parte derecha donde se encontraba la ventana junto a mi cama, me puse en pie bruscamente y me dirigí a la cocina.
  —Buen día. —le di un beso en su frente como de costumbre. Observé la puerta del patio, la misma puerta por la que una vez, hace doce años, salí en busca de la muerte de mi tío Júpiter.
  Me senté en el comedor de la cocina, ella puso en la mesa jugo de manzana y cinco panes recién hechos.
  Adelaida nunca habló de mi padre, y tras la muerte de mi tío, disminuyeron las conversaciones entre nosotras. Una parte de mí se sentía culpable por ello.
  —Tú igual. ¿Necesitas algo para la comida? —acaricié su hombro, ella negó con la cabeza. Tomé el arco y lo coloqué en mi espalda.
Cuando cumplí los siete años me enseñó a defenderme con el arco y la espada. Muchas veces cazaba la cena, cortaba la madera y cazaba las aves mientras planeaban, Adelaida dice que tengo ojos de águila.
  —Shira, no llegues tarde, es peligroso. —esas eran las palabras que escuchaba diariamente. Pensé que había perdido la cordura después de tanto sufrimiento. Habíamos perdido la guerra contra Dirzan después de tantos años enfrentándonos a él, y desde hace doce años nos encontramos bajo su sombra.
—Sí madre... —le di un beso en la frente.
Salí de casa, tomé a mi gran yegua albina llamada Yuni. La encontré cerca de un lago un día que fui con mi madre a caminar, tenía ramas envueltas en su cuerpo y estaba herida. 
  Recordé cuando después de aquel día, pasé meses en cama, con las costillas rotas y algunos huesos rotos, es por eso que sentí que estábamos conectadas de alguna manera.
  Me dirigí hacia el pueblo en busca de alimentos.
En el pueblo estaba prohibido usar armas, leyes de Dirzan para controlar a los ciudadanos. Yo, a parte de mi madre, era única que sabía y lo ocultaba tras el manto que suelo llevar.
  Caminé por la ciudad en busca de carne y vegetales para llevar a casa, Yuni se encontraba a mi diestra, la sostenía por el hocico, mientras que en mi otra mano llevaba la canasta.
  —¡Shira!, ¡Shira! —una voz masculina corriendo a gran velocidad se dirigió hacia mí.
  —¿Cómo sabe usted mi nombre? —era un señor adulto, un rostro que no conocía.
  —He oído hablar de usted en la escuela, es una de las muchachas más valientes y atrevidas que he conocido, tiene el carácter más fuerte, tal vez pueda ayudar —dijo acercándose y bajando la voz— Un joven, un joven en el bosque necesita su ayuda está luchando contra soldados de Dirzan, tal vez usted pueda ayudar de alguna manera. —asentí sin entender bien lo que estaba sucediendo, pero sabía que si pensaba demasiado probablemente sería demasiado tarde para ese muchacho.
Subí al lomo de mi yegua dirigiéndome a toda velocidad al bosque.
  Me detuve justo en la entrada, no había ido allí en mucho tiempo, pero un grito desesperado hizo que sin pensarlo entrara.
  Mientras corría, pasaron las escenas por mi cabeza de aquel momento que marcó por completo mi vida. Sentí que los árboles se inclinaban para tomarme, la humedad y oscuridad se apoderaban del bosque, mi corazón latía a mil. Al volver a escuchar los gritos y las espadas chocar, hicieron que me espantara y volviera en sí. Todo volvió a aclarecer.
  Obligué a Yuni a detenerse quedándome frente a lo que parecía ser un espectáculo. Un chico de aparentemente mi edad luchando con unos soldados de Dirzan.
«¡Con que este sabe luchar!» —pensé.
  —Yuni —le susurré—, no te muevas a menos que las cosas se pongan graves.
Coloqué la flecha en el arco y la lance a dos hombres en sus cuellos, traspasándolos lado a lado. 
  —¡Oye! ¡Chico valiente! —caminé unos pasos hacia adelante— ¡veo que eres bueno con las espadas! —le disparé a otro soldado directamente en su pecho, traspasando aquel metal de mala calidad. Varios de ellos se dirigieron a mí pero pude solucionarlo a la misma velocidad con la que respiraba.
  —¡Y ves muy bien, pero de vez en cuando es bueno una mano! —gritó aquel muchacho, tomó su espada y la enterró en el estómago de un soldado mientras que al mismo tiempo subí a un árbol y tiré de la flecha hacia otro.
Uno de los soldados se dirigió a mí, intentando subir al árbol, pero de una patada hice que se cayera.
  —¿¡Por qué todos estos soldados te atacan? ¡La razón debe ser muy grande! —bajé del árbol cayendo de pie. Continuó luchando con el último soldado que parecía ser más hábil que el resto, fue allí cuando noté la herida en su brazo derecho.
  —¡Oye! ¡Ayúdame! —gritó. Sostenía su espada con una mano, deteniendo la espada del soldado, empujándose entre sí, el chico tenía poca fuerza ya para sostenerla. Entonces sostuve el arco y le disparé al soldado en sus piernas.
  El muchacho tenía cabello rizado y castaño, casi rojizo, nariz puntiaguda, labios delgados, cejas gruesas, castañas. Su mentón es puntiagudo, sus ojos verdes y su mirada profunda.
  Soltó la espada y se dirigió a paso lento hacia mí, sangrando su brazo derecho. Estrechó tal mano y me sonrió, hoyuelos en las mejillas, observé la mano y no le correspondí.
  —Hola —dijo respirando agitadamente— soy, soy... Jenay —al instante se desmayó frente a mí.
  Miles de pensamientos se cruzaron por mi cabeza en ese momento, ¿Debería recogerlo y llevarlo a casa?
   —No puede ser, vengo a ayudar a este chico y me agradece desmayándose. —me quejé en voz baja. Cayó sobre su rostro. Cuando le giré, una gran cantidad de sangre salió de la parte baja de su estómago— Yuni, rápido, debemos llevarlo a casa antes de que terminé de desangrarse —se acercó.
Vendé sus heridas lo más rápido posible. Con mucho esfuerzo pude subirlo en la yegua, él quedó acostado con manos y pies colgando lado a lado, con rapidez me dirigí a casa.

 

Estaba peinando mi larga cabellera en la habitación, cuando le vi despertar.
 
  —Ya era hora, tres días sin dormir en mi cama es mucho calvario.
Se sentó lentamente y unas quejas de dolor salieron de sus labios, miró a su alrededor algo confundido y luego, como si todo se hubiera iluminado, hizo un pequeño gesto sonriente. Observó su cuerpo y pudo percatarse que tenía las heridas vendadas.
  —Pues creo que me quedaré en esta cama más tiempo. —Se volvió a acostar relajándose, tomé un pequeño cuchillo que tenía entre mis zapatos y le amenacé con él.
  —Amablemente te pido que me digas porqué te atacaron esos soldados, porque de lo contrarió, juro que volveré a abrir tus heridas. —me miró como si no le afectara en absoluto lo que dije, se sentó en la cama. Tocó la punta del cuchillo con su dedo índice y lo movió a un lado.
  —Está bien, tranquila. Por cierto, lindo cuarto. —lo miré por un instante. Por la ropa vieja que tenía descarté que fuera un ladrón y por su aspecto parecía haber vivido mucho tiempo rondando.
  —Soy toda oídos. —me acerqué a paso lento y el crujir de la madera contra mis pies hizo que él bajara su vista hacia el suelo.
  —Puedo leer símbolos, es por eso que los guardias me tenían encerrado, querían encontrar la piedra de la Reina Zhatara, es una piedra muy extraña, mitad dorado, mitad plateado, dicen que otorga poderes y sanidad si se usa de la manera correcta. —entró su mano por debajo de su pantalón y sacó el diamante, el cual era del tamaño de la palma de su mano, emitía una hermosa luz. Estaba a punto de tocarlo cuando con rapidez lo puso de nuevo en su bolsillo. — Después de haberlo encontrado hui con mi caballo, aunque luego me siguieron.
  —¿Qué planeas hacer con eso?
  —No lo sé, supongo que lo vendería, así podría suplir mis necesidades un tiempo.
  —Eres un vago ¿Verdad? —expresé.
  —No, diría que soy más como un explorador, una persona solitaria que sigue el viento. —habló haciendo ademanes con sus manos.
  —¿Crees que los soldados te busquen?
  —No lo sé, pero esperemos que no. —dijo pensativo.
  —Bueno, ya que estás mejor, necesito que te vayas, mi madre no está enterada de que estás aquí y no quiero que seas un problema. —hablé poniéndome en pie— Lo harás esta noche cuando mi madre esté dormida. —iba a salir de mi cuarto cuando me detuvo agarrando mi antebrazo.
  —¡Espera! No dejarás solo a un muchacho malherido por ahí ¿Verdad?
  —No me interesa, mucho he hecho por ti y ni siquiera has agradecido. —contesté quitando su mano con delicadeza.
  —¿Ni siquiera alguien que esté dispuesto a pagar? —sonrió con malicia.
  —¿Cuánto? —crucé mis brazos.
  —Pues... —miró al cielo un instante— te ofrezco la piedra de Zhatara. —la sacó de su bolsillo poniéndola ante mis ojos— Pero no sé si sea buena idea ya que... —se la arrebaté al instante sin pensarlo dos veces.
  —Trato hecho —hablé con cara de triunfo— pero solo serán tres días más —él me miró disgustado.
Estuvo a punto de decir algo cuando se escuchó un sonido al rededor, como si todo estuviera destruyéndose.
  —¿A caso tienes más gente? —dije alterada, obligándolo a sentarse en la cama. Amarré mi cabello rápidamente, tomé mi arco.
  —¿Dónde tienes los oídos? Te acabo de explicar que ando solo —tomó su espada pero yo lo detuve.
  —No te atrevas a salir de aquí o estás muerto. —abrí una vieja caja de madera que se encontraba frente a la cama, tomé una espada y bajé rápidamente.
  Abajo habían aproximadamente veinte soldados y mi madre estaba peleando a espada con varios de ellos. Confundida, tomé mi arco y comencé a disparar.
  Un instante luego mi madre gritó —¡Hija, cuidado! —cuando escuché dos espadas golpearse detrás de mí. Uno de ellos estuvo a punto de clavar su espada en mi espalda cuando la espalda de Jenay la detuvo y empezó a luchar con el hombre.
  —¡Me buscaban! —gritó mientras luchaba, estaba sorprendido, alterado y herido. Sabía que no resistiría mucho con esas heridas.
  Mi madre me miró confundida y yo sólo pude decir —¡Te explicaré luego! —justo cuando le clavaba la espalda a uno en el estómago.
—No Shira —expresó mi madre agitada, acercándose a paso lento— lo que sucede es que... —en ese mismo instante fue tomada por la mano de un dragón que destruyó la mitad de la casa con aquél movimiento.
  —¡Mamá! —grité con todas mis fuerzas y sentí que desgarraban una parte de mí. Caí de rodillas en el suelo.
  —¡El espíritu lo dirá! —fue lo último que escuché de su voz antes de que desapareciera en las nubes.
Me puse de pie y vi que Jenay peleaba con los últimos. Apunté con mi arco a sus cabezas y justo cuando traspasaba a uno, lo hacía con el otro. Jenay cayó sentado en las escaleras, aturdido, agitado y gimiendo de dolor.
  —¡Todo esto es tu culpa! —dije llorando, Jenay se inclinó por el dolor de sus heridas, su vendaje estaba cubierto de su sangre— ¡No debí haberte ayudado! —agité mi espada hacia todos lados tratando de expulsar mi rabia. Entonces Jenay con su espada logró quitarme la mía tirándola hacia cualquier lugar. Me empujó cayendo así al suelo recostada.
  —Debes tranquilizarte, prometo ayudarte a encontrarla. —coloqué el arco en mi brazo derecho, tomé una flecha rápidamente, apunté hacia su dirección, justo en su frente y él no se movió.
  —¡¿A dónde se la llevaron?!
  —¿Cómo voy a saber?
  —¡Dime ¿A dónde se llevaron a mi madre?! ¿¡A dónde te llevaron cuando te tenían!? —estiré un poco más la flecha, aumentando su presión.
  —No ganarás nada matándome.
  —Te juro que, si no me dices, tiraré esta flecha y haré una hermosa decoración con ella en tu cráneo —me miró a los ojos por unos segundos y dio dos pasos hacia atrás.
  —Lo más probable es que la hayan llevado al castillo principal, donde se encuentra Dirzan.




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