Shira: La joven guerrera

Capítulo Ⅱ

 

Tiré de la flecha hacia el lado derecho de Jenay donde se encontraba un gran árbol, y esta penetró casi completamente. Jenay se tranquilizó.

—Uf, vaya, por poco creí que me matarías —respiró aliviado, sus manos abrazaban su estómago, debía tener mucho dolor.

Me senté en el piso con las rodillas tocando mis pechos e inclinada hacia adelante. Observé mi casa destruyéndose poco a poco, Jenay se dio cuenta y observó la escena junto conmigo, poniendo ambas manos en su cadera.

Perder a mi madre, no sé qué le pueden haber hecho o qué le pasará, pero no puedo perder lo único que me queda, es lo único que tengo, la única felicidad que tengo, no puedo dejar que Dirzan me la quite, si se la lleva juro destruir su alma hasta que arda en el mismísimo infierno.

—Deberíamos ir al pueblo Jenay, estás malherido.

—No podemos ir a la enfermería con estas heridas —murmuró entre quejidos— la gente se alteraría.

—Tengo algunas monedas, —rebusqué en mi bolsillo— puedo comprar lo suficiente para evitar una infección.

—Gracias —dijo en un tono conmovedor. Nos dirigimos al pueblo.

Al anochecer, hicimos una fogata y nos pusimos a buscar algo que sirviera entre las cenizas, de repente vi un bulto, era el que Jenay cargaba el día que lo encontré. Estaba bañado en sangre y tuve que lavarlo.

—Oh sí, aquí está mi vida —lo abrazó.

—Me sorprende que haya quedado intacto —apoyé mis rodillas contra el suelo mientras le miraba.

—Está hecho de piel de dragón —me mostró su textura, dándole unas palmadas. Levanté mi espada. Me dio una pequeña sonrisa.

—Debes ayudarme a encontrar a mi madre. Me lo debes.

—Con mucho gusto, pero, ¿Sabes a quién planeas enfrentarte?

—Podemos hacerlo, somos fuertes.

—Ni siquiera pudimos evitar que se la llevaran.—Nos miramos unos segundos en silencio, y sentí como mi pecho se contraía.— Pero, hay una forma.

—¿Cuál? —pregunté con ansiedad.

—Podemos declarar la guerra contra él, conozco much...

—Oh, tienes que estar loco —le interrumpí. Me puse en pie.

—¿No acabas de decir que somos fuertes?, además conozco elfos y demás seres que pueden ayudarnos a luchar en su contra. Sólo debes curarme y lo lograremos.  

—Si un ejército, no, más bien todo un reino completo no pudo contra él, ¿Crees que tú y yo, unos jovencitos de pueblo podremos?

—Sí.—Fue lo único que dijo, y me hizo pensar. Somos jóvenes hábiles, tenemos ventaja.

—De acuerdo.  

 

                  Desperté al amanecer y la fogata estaba recién apagada, el humo se dispersaba en el aire, en la noche sentía frío pero el amanecer quemaba, observé a mi alrededor y vi que Yuni se encontraba detrás de mi durmiendo, también vi que estaba cubierta de la sábana de piel de dragón. Me levanté, y sentí el viento frío, busqué a Jenay, mi arco y espada estaban en su lugar pero no encontré nada de él, arreglé mi cabello dejándolo ver de una forma más decente.

—Sabía que se marcharía, no soportaría tanta presión —susurré entre dientes.

— ¿Qué has dicho? —dijo una voz detrás de mí, giré sobre mi eje y era él, en ese momento tiró un montón de flechas en el piso. Me quedé atónita. —No pude dormir. —Explicó, detrás de él vino un hermoso caballo negro bastante grande, Jenay acarició su hocico— Te presento oficialmente a...

—Pyrón. —terminé su oración— ¿Y tu dolor? —crucé mis brazos.

—Tengo un poco de dolor pero, normal. —Me envolví entre la sábana de piel de dragón y caminé hacia él.

—Más vale que nos vayamos pronto —recogí las flechas, silbé, se acercó Yuni, puse las flechas en un bulto que tenía ella.

—Veo que te gustó la sábana, —sonrió y sus hoyuelos no dudaron en destacarse— traje algo de comer, bananas, ¿Te gustan? —rápidamente tomé como diez del racimo que tenía en sus manos, me encantan las bananas y tenía muchísima hambre. Comí como una mona poniendo varias a la vez en mi boca, Jenay soltó varias carcajadas.

—Debemos... Irnos —dije mientras comía.

—Sí, el primer lugar es el bosque del pueblo. —asentí.

—Conozco más o menos ese lugar —negó con la cabeza y manos.

—Mejor no hables cuando comas, se ve asqueroso —puso su mano en la nuca y haciendo morisquetas. 

Más tarde ordené mis cosas y subí a mi caballo y él hizo lo mismo, si mi yegua era grande, su caballo doblaba en tamaño y su fuerza se hacía notar.

—Después del bosque del pueblo, está el llano espiral —dijo Jenay rompiendo el silencio de hacía cinco minutos.




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