Shira: La joven guerrera

Capítulo ⅩⅢ

Los hicimos desviarse media hora de camino, hacia el campo Tonfurt, el del mejor arroz. Jenay les dijo que lo había ocultado allí.

Lo descolgaron y amarraron a mi lado.

Estábamos en silencio durante unos minutos hasta que Jenay me habló.

—Shira.

—¿Sí? —estaba cansada.

—¿Sabes cuál es el peor sentimiento?

—El odio. —dije mirándole, su rostro estaba rojo, pues había estado mucho tiempo volcado.

—No, el peor sentimiento es el amor. —interrumpió Elioth.

—¿Por qué? —sonreí como si lo que había dicho fue estúpido.

—Porque tras el amor sigue el odio y el dolor, después de amar algunos terminan odiando y a otros les termina doliendo, aquí —dijo indicando su pecho con la palma de su mano— el amor cuando te duele te come por dentro y ningún remedio o venganza te hará sanar una herida que se lleva en el alma y no sabes si es el tiempo o la persona que amas que te la puede curar, el amor te hace llorar y hacer cosas por la persona que amas...

—Como entregar tu vida. —Saqué un collar que llevaba en mi cuello de un círculo plateado, lo abrí y estaba la imagen de un dibujo de mi tío. — Cuando la persona que amas se va deja un vacío en tu interior que no podrás llenar con nada ni nadie en la tierra.

—No sabía que llevaras un collar en tu cuello. —expresó Elioth.

—Hay muchas cosas que no sabes de mí.

—Como que tuvieras sentimientos. —dijo Jenay al ver que sequé una lágrima de mi ojo. Volví a mirar la imagen de mi tío.

—Tal vez el dolor que tuve después del amor me hizo fuerte. —guardé el collar. En ese mismo momento los solados se detuvieron.

—Es aquí donde indicaron. —dijeron los soldados de Dirzan. Abrieron la jaula donde nos encontrábamos e hicieron que saliéramos despacio y separados, nos desamarraron. Nos tiraron dos palas.

—Excaven donde dejaron el diamante.

Jenay buscó cualquier lugar y tomó la pala, yo le seguí.

—Gracias por salvarme Shira, pero no debiste hacerlo, debemos llegar antes de la Luna Azul al Reino para poder vencerlo, es nuestra única oportunidad, sólo quedan dos días.

—¿Dónde está Pyrón? —pregunté.

—No lo sé, no lo he visto en un par de días.

—Dejen de hablar y pónganse a excavar —dijo el fuerte amenazándonos con su lanza. Empujó a Jenay.

Nos pusimos a excavar durante quince minutos e hicimos un hoyo de no más de un metro de profundidad.

—¿Qué sabes del Rey Thimonty? —dije mientras sacaba la tierra.

—¿Y esa pregunta por qué?

—Sólo responde.

—Sólo sé —hizo una pausa haciendo fuerza, levantó un montón de tierra,— que fue nuestro Rey hasta que Dirzan lo mató.

—¿Pero no sabes nada de sus descendientes? —se detuvo.

—No sabía que tuviera descendientes, ni siquiera tenía esposa.

—Dicen que estuvo con mujeres antes de ser nombrado Rey.

—Bueno, bien por él. —manifestó sin repercusión alguna, parecía estar completamente desinteresado en el tema.

—¿Quienes fueron tu padres? —insistí en sacarle información, aún no podía creer que este... Ser tan simple, era descendiente de el mismísimo Rey Thimonty. Ni siquiera le veía parecido. aunque la verdad es que nunca vi a Thimonty en persona. Sólo los retratos que quedaban nada más en la casa de mi madre que por supuesto fue destruida.

—¿A qué viene todo esto, Shira? —me quedé en silencio. No lo sospecha, o talvez sólo lo finge. Recordé cuando dijo que era el último en su familia, tal vez sí lo sabe.

—¿No te has puesto a pensar en lo que dijo el Carrions?

—El Carrions sólo es un loco y nada más. —no dije nada. Al parecer el no sabe de dónde viene o ¿Quiere ocultármelo? ¿A mí? Es algo decepcionante de su parte pero prefiero no insistir, no ahora que no tengo armas.

Decidí ponerme en acción respecto al plan que estuve pensando durante todo el camino.

—¡Lo encontramos! —grité.

—¡Tráiganlo! —nos dijeron ellos.

—¡Está enterrado y es imposible sacarlo! —habló Jenay mientras me miraba, al parecer, inseguro de lo que acababa de decir.  Como si su lengua hubiera hablando sin siquiera tener opinión de su pensar. Se escucharon unos murmullos entre ellos y luego bajaron sólo con palas.

Rápidamente me lancé hacia el más gordo y pegué un puñetazo en su entrepierna, Jenay enterró la pala en el cuello de el otro. Después yo tomé la pala y apreté su cuello contra ella con todas mis fuerzas hasta que su cuerpo quedó sin vida. El otro a penas había sangrado por la boca. Me dirigí a él rápidamente y detuve todo acto que haría Jenay, sostuve al soldado por el cabello, obligando a que se pusiera de rodillas.




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