Si el día llega

02. Pájaros.

Andy sale asustada del auto cuando el impacto nos sacude. Sin pensarlo dos veces, estiró la mano sobre la palanca de velocidades y tomó el freno de mano para jalarlo hacia mi cuerpo.

Exhalo cuando todo se detiene.

Liliana sale del auto para admirar sus actos y yo también. Cierro los ojos con fuerza al ver el parachoques del vocho azul pegado al guardafangos del jeep. Aunque exista la diferencia de altura, Liliana había echo que su auto tuviera un extra de centímetros de lo normal. Lo que provocó, que la parte trasera del jeep y delantera del vocho, tuvieran abolladuras imposibles de ocultar.

—Oh, Dios— me llevo la mano a la boca. Abro la puerta del piloto y me encierro para darle la reversa y alejar los autos.

—¡Ey!— se escucha una voz gruesa.

Me detengo, antes de cometer la tontería de chocar el auto que está atrás y quito las llaves de su entrada.

Suspiro.

—¡¿Qué haz echo?!— una mano golpea el capo del auto. Doy un brinco en el asiento y veo a un chico exasperado afuera.

Bajo, tragando saliva. Liliana se ha deslizado hacia la acera junto a Andy, la música de la casa a dejado de sonar, y ahora el murmullo de un montón de personas viendo el espectáculo se extiende por la noche.

Tengo las llaves de Margarita entre los dedos, acabo de salir del auto. Y tengo la certeza de que el desconocido es el dueño del auto y cree que yo lo he chocado.

—Déjame explicar...— comienzo, sonando muy nerviosa. Lo miro al rostro con detenimiento, es atractivo, muy atractivo. Lleva una camisa blanca, resaltando su piel pálida, su cabello es castaño casi rubio, y sus ojos son claros, no tengo idea de qué color, por la noche en que nos envuelve, pero si veo el enojo reflejado en ellos. Él mira el Jeep, después a Margarita y finalmente a mi.

—¿Explicar?— escupe. No puedo desviar la mirada de su persona, todo en el grita la palabra: dominio. —Creo que es más que obvio lo que ha pasado.

—No es lo que crees— guarda silenció. Me recorre con la mirada. Sus ojos pasan por mi blusa gris para finalizar en mis pantalones negros y después volver a mis ojos.

No tengo palabras. Nunca había visto a ese chico, y no puedo sacarme de la cabeza la idea de que es un problema andante. Entonces sonríe. Sonríe sin dientes, marcando un par de hoyuelos a los lados de su rostro.

Las piernas me tiemblan.

Da un paso al frente, pasa por el estrecho pasillo que deje entre los vehículos y termina deteniéndose un paso frente a mi.

—Vas a arreglar esto— señala los autos, pero sin despegar su mirada de la mía, tengo que elevar la vista puesto que es más alto que yo.—O en verdad me encargaré de hacerte la vida imposible. Es un promesa— me toma del brazo en un movimiento ágil. Sus dedos están helados y eso me hace sentirme más tensa, su mano libre coloca entre mis dedos una tarjeta del tamaño de mi palma, y a continuación, da un paso hacia atrás.—O dejo de llamarme: Byron Cidini.

[•••]

+00 123 117 1620

Los números están escritos en tinta negra.

Estoy sentada en la cama de mi dormitorio, Liliana se ha  acomodado en el puff morado, con la cabeza hacia atrás y las manos cruzadas sobre su estómago. Andy está cruzada de piernas en el suelo.

—¿Qué vamos a hacer?— pregunto. Lili eleva la cabeza y en su mirada está el arrepentimiento.

—¿Qué más podemos hacer?— chilla Andy, exaltada.—Pagarle a es chico antes de que haga algo por su cuenta.

Liliana comienza a reír, y tanto yo como Andy giramos a verla.

—¿Por qué carajos estás riendo?— reprocha la castaña.

—Aún sigo bajo el efecto del alcohol— argumenta la rubia.—Y admitamos que es lo más emocionante que han echo en su vida.

—Estas loca— Andy hace una mueca con la boca.—Estuvo mal, Lili, ¿como pudiste hacer algo así?

La rubia gruñe, y vuelve a echar la cabeza hacia atrás, ignorando a su amiga.

Mamá siempre me había advertido de las personas en el mundo. Pero se le olvidó mencionar a mis amigas. Conocía a Liliana desde los 14 años, y a Andy a los 16 en la preparatoria.  Y ahora, a mis 22 años, a punto de graduarme, me doy cuenta de que ellas siempre serán problemáticas. Liliana es astuta, consigue lo que quiere cuando quiere, es altanera y con la risa más pegadiza que escucharas en tu vida. Andy es sarcástica, exagerada, irresponsable y persuasiva. Y yo... bueno.

Sonrió ligeramente y Andy lo nota, me golpea en la rodilla.

—¡No le sigas el juego!— me reprocha, poniéndose de pie, Liliana eleva la mirada y me guiña un ojo.—Chicas, el auto al que acabamos de abollar, tiene una reparación muy costosa. Apenas puedo mantenerme hidratada como para pagar algo así. Y eso si mencionar, que debemos arreglar tu auto— señala a la rubia, colocando sus manos en jarras.

—Relájate, Dunn—dice, encogiéndose de hombros.—Entre las tres lo pagaremos.

—Sabes que trabajo solo tres veces a la semana, —se señala a sí misma, —tú eres mantenida por tus padres— señala a Lili, que le presta atención esta vez, —y Valerie se rompe la espalda todos los días— esta vez me señala a mi. Juego con mis dedos. No es para exagerar tanto. Descanso los lunes y fines de semana.

—¡Pero lo pagaremos!— intenta ponerse de pie.—Ahora por favor deja de gritar o juro que meteré mi zapato por tu boca—. Es inevitable que Andy haga una mueca. Exhala.—Ni si quiera fuiste tú a la que amenazo ese niño bonito— Liliana me señala.

Ellas realmente se preocupan. Andy estaba tan asustada como yo, y se frustra en un intento de protegerme. Y Liliana, apenas haciendo funcionar las pocas neuronas que están conscientes, suaviza la mirada cuando me ve.

Las miro, primero a una y después a la otra.

—Estoy bien. Pagaremos esta deuda y jamás volveremos a dejar que Liliana conduzca a Margarita ebria.

Andy asiente.

Y Lili chasquea la lengua.

[•••]



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En el texto hay: humor, juvenil, romance

Editado: 14.09.2019

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