Si el día llega

03.Casualidad.

 

No soy buena para inventar excusas. Tampoco para evitar a la gente. De niña recuerdo ver mentido en mi clase de tercer año: el día siguiente tenía un examen, por lo que le dije a mi maestra que faltaría, a lo que ella preguntó, cuál era la razón, y yo respondí: "Es que voy a estar enferma"

Claro, ese mismo día llamo a mamá y le contó lo ocurrido, provocando que ambas empezaran a reír a través de la línea telefónica.

Por supuesto, al día siguiente asistí y aprobé mi examen. Después de todo, solo tenía nueve años.

Pero ahora, a esta edad, no soy capas de hacer muchas cosas, por ejemplo: no soy capaz de pedirle un aumento a mi jefe, después de trabajar en la cafetería durante tres años. Tampoco soy capaz de decirle en su carota a Jared sus verdades. De no evitar comerme una sola galleta de las que prepara mi abuela. Decir una grosería sin que después sienta vergüenza o arrepentimiento, por eso no las digo. Y en definitiva, no soy buena mintiendo.

Tengo el teléfono aún pegado a la oreja, me doy media vuelta analizando el panorama, y lo miro: esta de pie, también con el celular en la mano, y creo que nota cuando trago saliva, porque una sonrisa pequeña pero audaz aparece en su rostro.

En la noche, no tenia la misma percepción que a plena luz del día. Si había dicho que era atractivo, estaba realmente equivocada; el chico que está a sólo cinco metros de distancia frente a mi, es guapísimo. O no lo sé, probablemente abarca la mayoría de los adjetivos para la belleza.

Empieza a caminar hacia mi, y cuando está solo unos pasos para llegar, da un paso hacia la derecha, y pasa por mi lado, de largo, casi chocando con mi hombro.

—¿Vienes?— pregunta, desconcertando más a mi minúsculo cerebro que se congela en cualquier situación.

Me giró.—¿A donde?

—Al mecánico,— gira la cabeza:—¿a donde más?— cuestiona, pero sin dejar de caminar. No soy capas de replicar, y tengo que seguirlo. Sus pasos son enormes a comparación de los míos y tengo que trotar hasta alcanzarlo.

—¿Para qué?

—Suponía que querías la factura— llego a su lado, y noto que me mira de reojo mientras lo decía. Cielos.

—Confió en que me dirás después la cantidad indicada— digo, con palabras apresuradas y torpes. Entonces se detiene en medio del estacionamiento y por ende yo también lo hago. Me mira, con burla.

¿Confías en mi?— es lo que dice, para después posar sus manos en ambos lados de sus caderas, arqueando una ceja.

Lo miro a los ojos, y me quedo fascinada. Son hermosos. Enserio que lo son, son una combinación de verde y azul claro.

Si— creo que mi respuesta no es muy clara. El castaño frente a mi, frunce el ceño y ladea una pequeña sonrisa. Sabe el efecto que tiene sobre a las personas, y me siento inferior.

Nunca había conocido a una persona que tuviera tanta seguridad, hasta la loca de Liliana Cummings se queda corta.

Nada de lo que está ocurriendo me hace pensar con claridad. Me aclaro la garganta.— Por supuesto— fuerzo mi voz.

—Bien, a volar entonces— dice, con un toque divertido en su voz. Exhalo cuando se ha dado la vuelta, estoy a punto de hacer lo mismo que el, cuando giró la cabeza hacia la izquierda y me quedo estancada en mi lugar; un auto viene hacia mi.

Chillo. Se escuchan las llantas raspar contra el pavimento. Una fuerza me arrastra hacia atrás, tropiezo con mis pies y estoy a punto de caer.

Todo se detiene.

Terror, estoy horrorizada.

El mundo queda en silencio a mi parecer. Reaccionó en el instante en que una pregunta sale de los labios del castaño que me sostiene casi pegada a su pecho.

¿Eres así de distraída siempre?

[•••]

Estoy completamente segura, que si ese chico no me hubiera quitado de ahí, hubiera terminado como una tortilla pegada al suelo.

Me siento tan impotente, afortunada y sobre todo agradecida por lo que ha pasado. Impotente porque una persona normal, se hubiera movido, pero yo me quede ahí; sin hacer nada, esperando lo peor, cuando lo único que tenía que hacer era recorrerme dos pasos hacia atrás.

Afortunada porque no salí con ningún solo golpe, sigo viva y puedo seguir sufriendo con mi vida de estudiante de medicina. Por un momento creí que me usarían como cadáver para experimentos.

Y estoy agradecida, porque si él no hubiera echo nada, probablemente el capítulo se saltaría en donde estoy en una cama del hospital. Y aún no quiero estar en el hospital, al menos no en ese estado.

El auto se había detenido completamente, un metro a distancia de nosotros. De él salió una chica, se disculpó tantas veces, con la excusa de que solo había bajado la vista para cambiarle a la estación al radio, se aseguró de que estuviera bien, y antes de irse, volvió a disculparse.

Yo solo asentía y decía que no pasaba nada, y Byron no dijo ninguna sola palabra, solo se limitó a soltarme y escuchar. Entonces, cuando la desconocida se fue, yo me disponía a agradecerle, pero también se había marchado.

[•••]

Es lunes por la tarde. Mi estancia en la universidad se había alargado después de mi última clase, caminaba sola hacia la salida, cuando una bola de papel envuelta en cinta me golpea en el brazo.

¡Lo siento!— miro la pelota improvisada rodar por el suelo hasta que choca con los pies de un chico. Elevó la vista y lo que encuentro es a Donald Thompson. Sonríe.—Es un gusto volver a verte, Valerie.

—Es un gran recibimiento el que me das— señaló el objeto que recoge del suelo, para después incorporarse, ríe.

—Se me fue de las manos— señala hacia sus espaldas. Los que creo que son sus amigos, lo esperan con impaciencia mientras se gritan entre sí.

—Que raro— frunzo el ceño, fingiendo sorpresa.—Creí que nada se te iba de las manos— Donald, o mejor dicho Thom, asiente, con una sonrisa ladeada y juguetona.



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En el texto hay: humor, juvenil, romance

Editado: 14.09.2019

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