Me preparo, y suspiro. Camino en su dirección y en cuanto me ve, se detiene.
—Valerie— saluda, metiendo las manos al interior de sus bolsillos.
—Byron— trato de sonreír amablemente, pero no tengo cabeza para eso. Y él lo nota.—¿A qué se debe...?
—Únicamente me presento en lugares con un solo propósito— dice, interrumpiéndome. Sus ojos no se separan de los mi rostro, y siento que me está analizando más detalladamente de lo que cualquier persona normal lo haría. O tal vez yo estoy paranoica.
—Entonces, ¿cuál...?
—¿Ibas de salida?— nuevamente me interrumpe, tiene un extraño afiche con dejarme con la palabra en la boca. Asiento con la cabeza. Va a decir algo más, pero solo es capaz de entre abrir los labios cuando es interrumpido por el sonido del elevador, desvía la mirada, y por ende yo también.
La señora McFly sale del elevador, su andar es rápido, y sus ojos brillan en cuanto nos ve. Conozco a la mujer desde que había rentado mi habitación, es la dueña del edificio y vive en el último piso. Convive con todo el mundo, pero cuando se detiene junto a nosotros y creo que va a saludarme su comentario me sorprende.
—¡Bombón!— chilla, haciéndome fruncir el ceño, miro a Byron, que ladea una sonrisa divertida en el rostro y recibe a la mujer envolviéndola con su brazo derecho.
—Le pedí que no me llamara así— dice él , y me lanza una mirada sobre el hombro de McFly, como disculpándose. La mujer se separa de él, y golpea su brazo con la palma de la mano abierta.
—Y yo te dije que me compraras licor, pero ninguno de los dos cumplió, no me digas nada— se queja ella, y por primera vez, nota mi presencia.—¡Cielo!— me toma desde el codo, sorprendiéndome:—No sabía que tenías este tipo de gustos— me dice, mirando de reojo a ojos claros. Un brillo travieso pasa veloz por sus pupilas en cuando lo dice. Yo la miro, un poco atónita.
—¡No!— saltó inmediatamente, y bajo mi tono de voz cuando ambos se me quedan mirando: la señora McFly con diversión y Byron con una ceja alzada. —No somos nada.
McFly asiente, diciéndome con la mirada: fingiré que te creo. Mira a Byron.
—Te lo suplico, no acoses a mis chicas— golpea su pecho, y el ríe: y cuando lo hace, alrededor de los ojos se le forman pequeñas arrugas, un par de hoyuelos adornan sus mejillas y tiene los dientes tan perfectos y blancos que podrían dejarme ciega.
No se que clase de espécimen es el que tengo en frente, pero apostaría que cualquiera se detendría solo para admirarlo. Debo admitir, que me parece atractivo. Sin embargo, tiene algo que me detiene a pensar, es como una advertencia, pero no lo conozco tanto como para poder leer bien esas palabras que anuncia. En el corto tiempo que me ha dejado hablar desde que lo conocí, sé que le lanza miradas burlonas a todo el mundo, tiene una sonrisa divertida para cualquier situación, pero también es bastante serio y apostaría a que es un gruñón.
El teléfono me vibra en el bolsillo del suéter, parpadeo y recuerdo que llevaba prisa antes de ser interceptada en las escaleras por Santiago, en la recepción por Byron y la señora McFly, que habían vuelto a establecer una conversación sobre un niño, una casa y una tormenta.
—Lo siento mucho,— los interrumpo.—Pero, tengo que irme, llego tarde.
—Pero las clases inici...— me voy, esta vez sin escuchar a nadie. Trotó hacia la entrada y salgo, mi atención se dirige al autobús qué pasa por la acera, hago una seña desesperada para que se detenga y lo hace, camino con rapidez, pasó el estacionamiento, llego a la acera y aliviada subo al autobús, agradeciéndole al conductor.
[•••]
Cuando empecé con mi servicio social en el Hospital Infantil de Ritmen, estaba asustada. Fueron dos meses antes de iniciar mi primer año en la universidad. No tenía experiencia en este área, por lo que sería una gran ayuda iniciar mis prácticas.
El primer día, me asustó ver tantos niños ir y venir, gritar en la zona infantil —que eran muchas por cada especialidad— y jugar por los pasillos deliberadamente. Pero también me dio ternura; muchos de ellos, tenían el cabello rapado, vistiendo de pequeñas batas de colores con estampados de dibujos animados. Otros estaban en sillas de ruedas, con alguna extremidad vendada. Algunos conectados a máquinas en las diversas habitaciones y otros solo... solo estaban ahí con sus padres.
Pero ninguno de ellos dejó de ser adorable. Ninguno. Por más gruñón, gritón, o berrinchudo que fuese, el tiempo me dejó conocerlos a cada uno de ellos.
Llego en el momento justo para despertar a una niña, Leslie Sanderson, del segundo piso, esa mañana tendría un visita al quirófano, y me había echo prometerle que ahí estaría. Mi clase iniciaba en aproximadamente una hora, y solo debía ponerla de pie, bromear sobre su cabello corto y hacerla ir a al baño.
Cuando viene la enfermera por ella, me sonríe, y con la mano moviéndola de un lado a otro, se va.
—Aquí estabas— comenta una voz masculina desde la puerta, me levanto del suelo, recogiendo un osito de peluche y colocándolo sobre la cama. —¿Qué te pidió esta vez?— el cabello chocolate de Owen se revuelve en cuanto su mano pasa sobre ella. Es un doctor, probablemente el más joven y guapo del lugar.
—Un chocolate caliente y un vestido para Sony— elevó el bebé de plástico con una mano y él, ríe.
—Aún no puede comer chocolates— se lamenta, yo camino hacia él, echándole un vistazo más a la cama y me detengo junto a la puerta, a un paso de distancia.—Pero no es un impedimento para mi. Valerie, si me traes una hamburguesa y un chocolate para mañana a medio día, serás mi favorita— se apresura a decir, indicándome que lo siga por el pasillo. Me rio en cuanto la propuesta sale disparada de sus labios. —¡Nadie lo notaría!— dice, saludando a un doctor qué pasa por su lado.—Además, ten compasión. La comida del hospital es realmente una basura.