—¿Cómo funciona esta porqueria?— no puedo evitar sonreír, la pantalla de mi teléfono sigue en negro, en la espera de que la persona del otro lado encienda la cámara.—¡¿Hola?!— el micrófono cruje, y un segundo después, un castaño ojo aparece, doy un respingo.
—Hola, mamá.
—¡Val!— chilla emocionada, alejándose de la pantalla y mostrándome su redondo rostro y rubio cabello.—Oh, cielo...—me analiza, después, echa la cabeza a un lado y grita:—¡Anzel, tu hermana está al teléfono!— me rio por lo bajo. Unos segundos después, una voz de suma a la de mamá:
—¿Valeriana?—mi hermano menor aperece junto a ella, vistiendo una camisa verde, el cabello despeinado y con los ojos entrecerrados, dándome la impresión de que se acaba de despertar o algo por el estilo.
—No me llames así— recriminó, pero sonrió.
—Maldición— dice él, oigo que mamá lo regaña, se disculpa y continúa:—¿Por qué no nos habías llamado antes?
—Estaba ocupada— me excusó.—¿Donde está la abuela?— mamá mira a Anzel, y después a mi.
—Valerie...— comienza, con pena.—Tu abuela...— oh mi Dios. Temo por lo que me va a decir, entonces un carcajada suena en la misma habitación donde están.
—¡Sigo viva!— no puede ser. Casi me desmayo de el susto. Suspiro, resignada a que mi familia deje de tener un sentido del humor tan negro y agrio como siempre lo han echo. La abuela aparece en el lugar que antes había ocupado mi hermano, que ahora tiene la barbilla apoyada en el hombro de mamá:—Hola, mi cielo— me saluda, con una pequeña sonrisa, arrugando su rostro.—¿Cómo estás?
—Ahora mejor.
[•••]
Mi corazón late desbocado en cuanto toco el timbre de la residencia. Luego de unos segundos, la manija suena. Doy un respingo. El chico que abre la puerta eleva una ceja.
—Luces como su fueses alguien que es demasiado frágil— es lo primero que dice, a lo que yo frunzo el ceño.
—Hola— carraspeó la garganta, incómoda por su comentario.
—Hola... niña— esta vez soy yo quien frunce el ceño. Tengo la certeza de a ver visto a este chico antes, pero no se donde. Tampoco es como si quisiese preguntar, pues su tono de voz es meticulosamente filoso. Mi mirada se desvía a su torso desnudo y después a su cabeza donde lleva consigo un sombrero circular con un lazo blanco atado alrededor de la circunferencia.
—¡Noah, apresúrate!— grita una voz masculina desde el interior, el castaño pone los ojos en blanco, gira la cabeza en dirección de donde provino el llamado y responde:
—¡Ya voy!— doy un paso hacia atrás y vuelve a mirarme.—¿Qué se te ofrece, muñequita de porcelana?
—¿Está Santiago?— dudo al preguntar, se recarga en el umbral y cruza sus brazos sobre su pecho desnudo, el cual con un gran esfuerzo evitó mirar.
—¿Quién lo busca?— pregunta, mirando desde mis zapatos viejos hasta mi rostro desmaquillado.
—Una amiga.
—Umh— se lleva los dedos a la barbilla, fingiendo pensar, y eso solo hace que me desespere.—Miner jamás nos menciono que tuviera una amiga tan atractiva— este chico comienza a sofocarme.
—Necesito hablar con él, por favor— hace una mueca y suspira.
Entonces entra a la casa, dejando la puerta abierta, camina hacia las escaleras y comienza a murmurar:
—No se que tiene ese infeliz con las chicas el día de hoy. Primero la rubia y ahora la...— no alcanzó a escuchar que más dice, pues su voz se pierde en el segundo piso, dejándome confundida. ¿Vino alguien más a verlo? No me sorprendería que fuese una pretendiente suya, al fin y al cabo, reconozco que Santiago es atractivo, muy amable, pero al mismo tiempo complicado, y es por eso que estoy aquí, en su residencia, esperando impaciente a que aparezca, y es que tenemos muchas cosas de que hablar.
—¿Valerie?— Santiago comienza a bajar las escaleras, son las 11 de la mañana y aún lleva puesto la pijama. El castaño que me ha abierto la puerta lo sigue por detrás y se detiene a medio bajar las escaleras, eleva la cabeza en mi dirección y entre abre los labios, la desorientación pasa fugazmente por su mirada y después frunce el ceño. Santiago llega frente a mi.—¿Qué haces...?
—¿Valerie?—pregunta el castaño. —¿Valerie Fishman?— Santiago me toma de el brazo, y se queda rígido en cuanto escucha a su compañero.
—Noah— dice, ladeando el cuerpo.—Saldré un momento— noto como la tensión se expande por el aire, Noah, lo mira y después a mi.—Volveré cuando termine.
—De acuerdo— una sonrisa traviesa aparece en el rostro del muchacho.—Noah Cidini, un placer conocerte, muñequita de porcelana— me quedo analizando lo que me dice. ¿Acaso dijo, Cidini?
Antes de que pueda decir algo, Santiago cierra la puerta, y me arrastra junto a él a su auto, ya a dentro, arranca el motor.
—Dime por favor, que ese chico no es hermano de Byron—suplico.
—No...— guarda silencio unos instantes.—Bueno...— se instala por su voz un tono nervioso, lo que hace que lo mire—No, no es su hermano—suspiro. Lo que es una acción adelantada cuando me doy cuenta de que traga saliva:—Pero es su primo, se conocen, comparten secretos y travesuras desde que tienen memoria.
De alguna extraña forma me siento amenazada. Y una idea se me viene a la cabeza.—¿No le haz dicho que somos mejores amigos?— lo golpeo en el brazo, y aunque hace un pequeño gesto de dolor no dice nada. Exhalo el aire con frustración. —¡¿Por qué no se lo haz dicho?!
Frena en la luz roja, y se lleva la mano al cabello, despeinándolo.—No lo se, Val. No sé. Byron no... no me brinda la confianza como para que le diga que eres en mi mejor amiga.
—¿Y por qué no?— preguntó.—Dime, ¿Por qué eres su amigo? ¿De donde diablos lo conociste?
—Es que es complicado— acelera, sin mirarme.
—Santi...
Cierra los ojos un segundo, para después aparcar el vehículo y apagar el motor.