Si el día llega

11. Pálido

El auto avanza por la avenida, me mantengo en silencio, con las manos sobre mi regazo y los codos de los pies cruzados uno encima del otro. Cualquier persona que me conociera diría que estoy más seria de lo normal, y yo le daría la razón. Es notable que mi personalidad cambio desde que subí al auto cuando Santiago me lo pidió, y aún más cuando salimos de la casa de Donald Thompson.
Me sentía torpe. Más de lo normal.

Aleje esos pensamientos en cuanto la puerta de la izquierda se cerró, mirando el asiento a mi lado y después por la ventana, la chica de cabello negro caminaba por la acera, dándonos la espalda. Solo quedamos cuatro.

—Ahora que el ambiente es menos tenso, ya que tu pequeña acosadora se marcho— Noah golpeó el hombro de Byron, que frunció el ceño y alzó una ceja.

—¿De que hablas?

—Que torpe— murmuró, se estiró a mi lado, me aleje de él en cuando su pierna rozó con la mía, a mi acción, lo que hizo fue verme con una sonrisa de extrañeza y después girar los ojos en dirección al cielo. —¿Por qué no nos platican acerca de... — Noah tomó el hombro de Santiago, y me señaló—su relación?

Byron aceleró y el castaño golpeó su cara contra la cabecera del asiento frente al suyo. Gruñó, y le lanzó una mirada cargada de recelo al conductor.

¿Qué relación?— preguntamos los dos, al unísono.

—No soy estúpido— Santiago giró la cabeza para verme y después a él.

—¿No?

Cidini-dos volvió a hacer el gesto de los ojos, tengo la teoría de que le gusta hacerlo, o lo ha echo tantas veces que es un tic permanente.

—Hablen— ordenó. Mire el retrovisor, encontrándome por un segundo con los fascinantes y curiosos ojos de Byron. —¿O tengo que averiguarlo por mi propia cuenta?— gire la cabeza en dirección a mi compañero de asiento. Fruncí el ceño cuándo una sonrisita se formo en sus carnosos labios.

—Déjala en paz— gruño Santiago, sin ver a ninguno, solo a la calle.

—Esto es mucho más interesante de lo que creí— el castaño se llevó la mano a la barbilla, fingiendo analizarnos.—Suéltalo, Fishman.

—Dije que lo dejarás, Noah— Santiago sonó cansado, como si estuviera desesperado por dejar el tema atrás.

—No— por primera vez hable, llamando la atención de los tres. No sé si lo hice por que estaba molesta al tono y la manera en la que Santiago se había comportado, o por los celos y las preguntas que intuía mi cabeza referente a Dakota y Donald. Lo que me dio, el valor suficiente para abrir mi boca:—Nos conocemos desde que tenemos memoria—, Miner; con una sola mirada rogaba, rogaba que no dijera más. Sin embargo, eso fue suficiente para que  hiciera todo lo contrario:— Éramos vecinos, siempre nos tocaba en el mismo autobús, la misma escuela y las mismas clases. Su madre me cuidaba a mi y a mi hermano cuando nadie estaba en casa. Nos hicimos mejores amigos en poco tiempo. Éramos unidos, hasta que entramos a la universidad.

Santiago evito mi mirada.—¿Amigos?— Byron fue el primero en hablar, dio vuelta en una curva, y le lanzo una mirada de reojo a Santiago: estábamos cerca de mi edificio.
—Si— respondió, tajante.

—Desde la infancia— mire a Noah un segundo, para después volver a la ventana.—Mi única amistad desde la infancia fue la de Leo, y se basó en travesuras. Pero ustedes dos— silbó.—Es más complejo. Mejores amigos— repitió.

—Ya no estoy segura de eso— murmuré.

—Val...— el tono de desaprobación en el copiloto provocó un sentimiento de culpa en la boca de mi estómago. Pero tampoco me iba a disculpar.

Nada más Byron aparco, baje tan rápido como pude, y Santiago también.

—Valerie, por favor,— lo escuche, pero yo comencé a trotar.—¡Valerie!

—¡Déjalo así, Santiago!— me gire, él también se detuvo, estaba a dos metros de mi, en medio del estacionamiento. El auto de Cidini seguía donde mismo, con los vidrios cerrados, pero sabía que probablemente nos estarían viendo.—Solo déjalo así.
—Ahora ya lo saben, ¿es lo que querías no?

—¡No!
—¿No?— el dio un paso hacia adelante, frunciendo la frente.—¿Entonces por que lo dijiste?

—¡Por qué quería que lo hicieras tú!— le grite.—Pero aparentemente eso no se te paso por la cabeza, si fuera por ti, seguiríamos siendo unos completos desconocidos, yo sería la supuesta loca que choco el auto de Ojos Claros y tú su amigo que nos advirtió.

—Valerie...

—¡Ni siquiera aclaraste que yo no lo había chocado!

—Val... por favor. Escucha yo...

—Para— eleve la mano, el se quedó con los labios entre abiertos, buscando que decir.—Necesito que me digas, ¿por qué no querías que supieran que somos amigos?, eso no tiene nada de malo. ¿Te avergüenza que sep...?

—Que no se te ocurra— me detiene, apretando los puños a sus costados;—que no se te ocurra decir, que me avergüenza que sepan que eres mi mejor amiga— negó, mirándome a los ojos, con la voz más gruesa y potente.—Jamás,— hizo una pausa, haciendo énfasis en la palabra:— jamás, me avergonzaría  de algo así. Con mucho orgullo puedo decir que te amo con todo mi insignificante ser, Valerie.

—Entonces, ¿por qué...?

—Esto, — se llevó las manos al cuello, desesperado;—es más complejo, ¿comprendes?

—No. No comprendo, y necesito que me lo digas para entenderte, por qué esto para mi no tiene sentido.

—¡Es lo que no quiero! No quiero darte explicaciones.

Di un paso atrás, dolida ante sus palabras.

—Creí que nos decíamos todo. Sin esconder nada.

El bajo la vista.—Aveces los amigos también esconden secretos.
Eso, fue la gota que derramó el vaso. Un nudo se me formó la garganta, y a duras penas pude pronunciar, las siguientes palabras:—Buenos amigos.

[•••]

Era miércoles por la tarde. Mi turno en la cafetería terminaba alrededor de media hora, Liliana y Andy habían aparecido por el local y comían una dona cada una acompañadas de malteadas de fresa. Lili me sonrió cuando pase junto a ella, y me detuvo cuando regrese:



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En el texto hay: humor, juvenil, romance

Editado: 14.09.2019

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