Si El Tiempo Tuviera Memoria

| CAPITULO 11 |

Las cerdas del peine se deslizan sin complicaciones por mi cabello rubio, embelesándome en el acto, siempre poseí un cabello hermoso, digno de envidiarse, su color rubio rojizo, su largo y longitud, parecía un obsequio del mismísimo dios, no lo aproveché del todo anteriormente pero ahora tengo una segunda oportunidad para gozarlo como se merece.

El espejo yace frente a mí y no desaprovecho la oportunidad de ver mi rostro, repaso hasta cada pequeño poro que encuentre aterrizando mi vista en mis ojos, bajo ellos se encuentran dos medias lunas oscuras que contrastan con la palidez de mi piel, esto no me gusta, debo verme perfecta para ella, como va a confiar en mi con esta imagen, tengo peor aspecto que el de un muerto. Sin ofender.

En este lugar no tengo ningún producto de maquillaje lastimosamente así que me paro de golpe antes de que mi paciencia explote y rompa el espejo con la cara de alguien, lo mejor será distraerme, si, un paseo no me vendría mal. Salgo al pasillo y el tétrico ambiente me deleita, la agonía se siente en el aire y si me permiten darles un consejo, no hay mejor forma de empezar el día.

El tapiz de las paredes se está cayendo, reflejando el yeso que hay debajo, alzo una mano y con la uña de mi dedo índice raspo la pared mientras camino, odio como se siente eso, pero el escalofrío que recibe mi cuerpo al hacer algo que no me agrada es algo que vale la pena, mis sentidos se ponen en alerta y lentamente cierro mis ojos permitiéndome sentir. No puedo explicar a qué se debe este gusto hacia la incomodidad, presionarme a mí misma a hacer cosas que no disfruto me parece de cierta forma excitante, acepto el dolor del que tengo control.

Conozco este lugar como la palma de mi mano, lo que me permite seguir mi recorrido con los ojos cerrados hasta el final del pasillo, y al abrirlos me encuentro con una grata sorpresa, detallo su rostro como si fuera la primera vez que lo veo y temiendo que sea la última, estiro mis manos hacia el:

—Papi.

Su disgusto es evidente y retiene mis manos antes de que hagan contacto con su piel.

—Ya pronto es hora, debes prepararte.

—Un abrazo de la buena suerte ayudaría. – Estiro mis brazos y el retrocede al instante. Su rechazo me hace perder la paciencia, pero esta de suerte porque hoy nada arruinará mi buen humor.

—Conseguiré un abrazo así deba cortarte los brazos y no creo que esa opción te guste demasiado.

—Solo evito hacerte perder el tiempo con muestras innecesarias de afecto, ya he demostrado mi lealtad y devoción hacia ti.

Eso ultimo hace brotar de mí una pregunta:

—¿Qué estarías dispuesto a hacer por mí?

—¿No te ha quedado lo suficientemente claro?

—Siempre es bueno escucharlo.

—Soy capaz de cortar cada pedazo de mi piel si eso me garantiza no perderte otra vez.

Música para mis oídos.

—Y yo te daré mi corazón si cumples con tu palabra.

—¿Tu corazón? Creí que le pertenecía a ella.

—Sentimentalmente. No te distraigas que hoy empezará la recta final.

—Lo que he estado esperando.

Abro la puerta frente a mí y al entrar a la habitación lo veo, está parado justo frente a la ventana observando a través de ella. No me nota, no nota nada, un muerto viviente, pero en pocas noches lo resucitaré.

Me acerco sigilosamente y golpeo el cristal que nos separa, tres golpes únicamente, no reacciona, no se mueve, pero yo sé que sabe que estoy aquí.

—Mi viejo amigo, no te he olvidado.

Mi voz no le produce nada, sus recuerdos se han ido, yo se los he robado. Aunque fue por nuestra seguridad, a veces quisiera que el fuera el de antes, pero todo aquello que existe está condenado a transformarse por su propia cuenta o sufrir el cambio que provoca el tiempo, no hay una tercera opción, nada permanece igual para siempre.

—Ella ya viene y la conocerás, se cumplirá todo lo que planeamos, como en los viejos tiempos. Por ti, por mí, y por todo lo que seremos.

Eso ultimo lo hace girar, pero no posa su vista en mí, solo en la salida, mi sonrisa aparece en mi rostro. Camino hacia la puerta, tomo el pomo de la puerta y lo veo una última vez.

—Saldrás, pero no será hoy. – Salgo y cierro tras de mí.

Regreso a mi habitación y comienzo con el montaje. Una soga, una llamada, una muerte. He planeado esto minuciosamente por mucho tiempo, no fallaré.

Pero este no es el vestuario adecuado, aun no me conoce y no puedo presentarme así frente a ella, lo mejor será cambiarme de ropa, pero no se asusten, prometo volver cuando esto haya pasado, lo primero que debo garantizar es la seguridad del plan.

°°°

Escucho un carro entrando a mi propiedad y mi estomago da un vuelco de emoción. Con cada paso que doy mis sentidos se encienden, puedo sentir mis huesos doler y mi corazón nunca había latido tanto como hoy.

Volví.

Llego al corredor y la puerta principal se abre, la veo entrar, no puedo apartar mi vista, es esplendido, su cabello, su cara, su piel…

Sigue igual a como la recordaba, me acerco y no puedo evitar hundir mi cara en su cuello. Suspiro, extasiada ante su olor.

Es mía. No la toques.

—Llévenla abajo.

Acatan mis órdenes y los veo desaparecer con su cuerpo. La empiezo a extrañar, no soporto la idea de no volverla a ver, me aterra. Cuando despierte la visitaremos.

°°°

Cuando era más joven me era difícil adaptarme a la vida, no quería ser como los demás, me refugiaba en cualquier cosa que me hiciera olvidar que era un simple ser humano, consideré la muerte desde una temprana edad gracias a mi madre, y entre más crecía mis opciones se reducían a ella. El arte de morir.

Estaba sola, sin rumbo ni un camino al cual seguir, todos avanzaban menos yo, mi sendero solo tenía una salida y era morir, hasta que la conocí, una mujer hermosa e inteligente, con la sabiduría del mismo tiempo, ella tiene mis respuestas me dije a mi misma y así comenzó esta historia, pero es hora de ver como continuará.



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En el texto hay: misterio, cartas, escritos

Editado: 21.11.2022

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