Si ella es la elegida

Capítulo 1: Entre las paredes de una casa sin alma

Gabriela estaba sentada en su asiento habitual, cerca de la ventana, donde la suave luz de la tarde se filtraba a través de las cortinas de la clase de literatura. Esa era su clase preferida, el único lugar en el que encontraba verdadera paz, donde las palabras de los grandes autores podían transportarla a otros mundos, muy lejos de las preocupaciones que habitaban en su propio corazón. La literatura no solo le ofrecía un escape, sino que la conectaba profundamente con los recuerdos de su madre, Isabella Hastings, una autora cuya influencia seguía viva a través de las páginas que había escrito.

El profesor caminaba lentamente enfrente del pizarrón, con el libro Si ella es la elegida en sus manos. Gabriela lo reconoció de inmediato. Aquella novela era más que una simple obra de ficción para ella: era el legado de su madre, una obra que había cautivado a miles de lectores, pero que para ella significaba mucho más que una historia. Cada palabra escrita entre las páginas contenía un fragmento del amor y dedicación de su madre, un reflejo de sus pensamientos, de sus creencias, y quizá, incluso de las vivencias que nunca llegó a compartir en vida.

El profesor comenzó a hablar, y aunque Gabriela escuchó con atención, su mente se encontraba atrapada entre las palabras del presente y los ecos del pasado.

Si ella es la elegida es una novela fascinante —dijo el profesor, sosteniendo el libro en alto para que toda la clase lo viera—. Relata la historia de una mujer que, contra todas las reglas del plano terrenal y celestial, logra enamorarse de un ángel, un ser que alguna vez fue humano y sufrió un accidente que lo convirtió en un ángel guardián. La interacción entre ambos mundos es una combinación entre la angelología y ficción que se desarrolla en el ingenio de su escritora, con el romance como hilo conductor.

Las palabras del profesor captaron la atención de los estudiantes en el salón, mientras Gabriela se sumergía en el recuerdo de su madre. Tenía la sensación de que Isabella podía ver más de lo que los demás podían hacerlo, como si esa fuera su tarea en vida. En algún momento de su existencia, Gabriela había sospechado que los libros de su madre tenían algo de realidad, una verdad escondida entre líneas.

—La mujer en la novela —continuó el profesor— tiene la capacidad de observar a personas que habían muerto en circunstancias trágicas y dejaron asuntos inconclusos a la hora de su muerte. La autora trabaja el tema de la clarividencia como principal hilo conductor de su historia. La ´´cotidianidad ´´ de la protagonista, por fortuna o tragedia, es arrebatada cuando aparece un ángel frente a ella, creando con conflicto entre realidades.

Gabriela bajó la mirada a su cuaderno, donde había garabateado algunas notas, pero su mente estaba muy lejos del salón. Ella también tenía un don. Desde la muerte de su madre, había comenzado a ver apariciones de personas que habían fallecido, sentir presencias que no pertenecían a este mundo. Y aunque nunca lo había dicho en voz alta, en el fondo sabía que el don que había heredado de Isabella era más que una coincidencia.

Mientras el profesor hablaba sobre la estructura narrativa y personajes claves del libro, Gabriela no podía evitar sentir una profunda y nostálgica conexión con la protagonista de la novela, una mujer que también veía más allá de lo que los demás podían percibir. Era como si, de alguna manera, las páginas escritas por su madre hubieran predicho lo que estaba por suceder en su propia vida.

El timbre sonó, sacándola de su ensoñación. La clase había terminado, pero las palabras del profesor seguían resonando en su mente. Guardó lentamente sus cosas, mientras los demás estudiantes salían del salón en un murmullo constante. Pero Gabriela se quedó sentada un momento más, observando el libro en el escritorio del profesor.

Si ella es la elegida. Parecía una advertencia, un reflejo de algo que Gabriela aún no comprendía por completo. Y, que tal vez, era la respuesta a muchas de sus constantes preguntas.

Caminó por los pasillos hasta la salida de la institución, su mente vagaba muy lejos de ese recorrido cotidiano. Y a medida que avanzaba, el susurro de las hojas secas bajo sus pies no hacía más que aumentar el peso que sentía en el pecho. Había tantas cosas que necesitaba preguntar, tantas respuestas que deseaba obtener. El tiempo que había pasado sin su madre la había dejado con una sensación de vacío. Pero entre todas las preguntas, una de ellas la perseguía constantemente: ¿por qué no había podido ver a su madre desde su muerte? Sabía que Isabella tenía un don, uno que ella misma parecía haber heredado de alguna manera, pero ese mismo don no le había permitido verla desde que falleció. Gabriela pensaba con tristeza, que esas también eran las reglas entre los dos mundos.

No obstante, esa realidad no le traía consuelo, solo más incertidumbre.

Justo frente a la salida del instituto, su mirada fue atraída por una figura al otro lado de la calle. Una chica con su mismo uniforme estaba de pie, inmóvil, observándola. La falda de paletones, la polera blanca y la chaqueta negra, sus medias altas combinaban perfectamente con los zapatos oscuros. Todo parecía en orden, hasta que notó algo extraño.

El uniforme de la chica estaba sucio, descuidado, como si hubiera sido participe de una escapada improvisada. Gabriela frunció el ceño y, al observarla más de cerca, lo vio: una profunda herida cruzaba la frente de la chica, oscura y casi seca, pero claramente visible. La sangre que había fluido de esa herida había dejado una marca que no podía ignorarse.

Sintió un escalofrío recorrerle la espalda. La chica no se movía, pero sus ojos, vacíos y oscuros, se clavaban directamente en los de ella. Algo en esa mirada la hizo comprender, de inmediato, que no estaba viendo a una chica viva.

—No puede ser... —murmuró para sí, dando un paso hacia atrás, con el corazón latiéndole con fuerza.




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