Si ella es la elegida

Capítulo 2: ¿Quién es ella?

Gabriela seguía paralizada, con la mirada fija en la puerta del baño, fue Taylor quien la sacó de su trance, observándola desconcertado.

—Gaby, no hay nadie allí —repitió, su voz tranquila, aunque las líneas de su rostro denotaban la inquietud que intentaba ocultar.

—Debe ser el golpe, te ha dejado estúpida —espetó Terry con un bufido, cruzando los brazos y mirando a Gabriela con desdén.

El comentario fue la chispa que desató la paciencia de Taylor. Y sin apartar la vista de su sobrina, señaló la puerta con firmeza.

—Vete de aquí, Terry. Si no puedes comportarte, desaparece —dijo Taylor en un tono bajo. La frialdad en sus palabras era como una daga, y Terry aún malhumorado, abandonó la habitación murmurando entre dientes.

Taylor se acercó lentamente hasta el borde de la cama. Había una mezcla confusa de emociones en su expresión, y también una especie de nostalgia que Gabriela no recordaba haber visto en él antes. Sin decir nada, Taylor se sentó a su lado y colocó suavemente una mano en su cabello, acariciándolo con ternura.

—Eres igual a Isabella —susurró, su voz cargada de tristeza.

Gabriela levantó la mirada, sorprendida por la confesión, y tras un breve silencio, se atrevió a preguntar.

—¿La extrañas?

Él asintió lentamente, con los ojos perdidos en algún recuerdo distante.

—Era mi melliza. Cuando murió, fue como si una parte de mí se fuera con ella. La calidez que siempre tuvo… dejó un vacío en mí que nadie podrá llenar.

Ella no respondió de inmediato, dejándose llevar por el peso de sus palabras y el eco de la ausencia de su madre, no era la única persona que sufría con su partida. Su tío la observó con atención, sus ojos recorriendo su rostro, como si viera en ella el reflejo de la hermana que tanto extrañaba.

Fue entonces cuando Taylor notó las heridas en su frente, las rodillas y las palmas de las manos, ahora cuidadosamente cubiertas con vendajes. A pesar del golpe, aquellas heridas no era parte de la caída por las escaleras.

—¿Todo esto fue por la caída? —preguntó en un susurro, su voz cargada de preocupación.

Gabriela miró sus manos, pasando los dedos con cuidado sobre los vendajes que cubrían sus heridas. La suavidad del algodón era casi reconfortante, pero aquello no hacía sentido, no recordaba haberse curado antes de la caída.

—¿Fuiste tú quien me curó? —preguntó, levantando la vista hacia él, esperando alguna respuesta que le diera sentido a lo que sentía.

Taylor negó suavemente.

—No. Cuando llegué, ya estabas aquí en la cama, inconsciente. Iba a llamar a un médico, pero parece que alguien ya se había adelantado.

Gabriela se quedó en silencio, intentando procesar sus palabras. No recordaba haber recibido ayuda, sin embargo, allí estaban las pruebas: cada herida había sido tratada con delicadeza.

Intentó comprender lo que eso significaba. ¿Quién podría haber entrado a su habitación y haberla atendido sin que ella lo recordara? Mientras intentaba organizar sus pensamientos, un sonido llamó su atención. Giró lentamente hacia la puerta entreabierta, conteniendo la respiración, y pudo escuchar con claridad cómo el joven se vestía al otro lado.

Su corazón latía con fuerza, pero antes de que pudiera decir algo, Taylor recibió una llamada en su teléfono. Se puso de pie, mirando a su sobrina con una leve disculpa en la expresión.

—Tengo que volver al trabajo. No puedo ausentarme mucho tiempo, pero estaré aquí en cuanto me sea posible —dijo, dejando escapar un suspiro—. Escucha, sé que todo esto es complicado. Terry no volverá hasta la próxima semana, así que estarás conmigo, yo cuidaré de ti. Te he dejado dinero para que puedas pedir comida rápida o lo que necesites. Y trata de descansar, ¿sí?

Gabriela asintió, con un gesto de agradecimiento. De todas aquellas malas situaciones que había vivido en los últimos años, Taylor era la única persona en la que confiaría su vida. Él le dedicó una última mirada, y después de unos segundos salió de la habitación, cerrando la puerta con suavidad tras de sí.

Cuando se quedó sola, volvió nuevamente a la realidad.

No es posible, pensó. Pero el sonido de la ropa, las pisadas suaves y el crujido de la madera la devolvieron a la realidad. Era real. Ese hombre estaba allí.

Contuvo la respiración cuando, desde el interior del baño, escuchó cómo el sonido de los pasos cesaba.

Y tras asegurarse de que estaba sola en la habitación, Gabriela soltó un suspiro tembloroso. Se quedó mirando la puerta del baño por un momento, todavía con el eco de la conversación con Taylor en la mente. Había algo en el ambiente que la hacía sentir nerviosa, pero también intrigada. La imagen del joven que había visto en el baño seguía grabada en su memoria, y no importaba cuánto intentara convencerse de que había sido solo un desvarío, algo dentro de ella sabía que era real.

Se levantó de la cama y, tras una última mirada a su uniforme escolar arrugado, decidió cambiarse para estar más cómoda. Se puso un suéter cálido y unos pantalones, cepillándose el cabello desordenado antes de salir de la habitación. Aún con el cepillo en la mano, miró la puerta entreabierta y, en un intento de hacerse valer, habló en voz alta.

—Quienquiera que seas, te esperaré en la cocina —dijo, con un tono de voz más seguro del que realmente sentía.

Guardó el cepillo y bajó las escaleras hacia la cocina, intentando mantener la compostura. Abrió el refrigerador y sacó una lata de soda, dejándola sobre la isla mientras se sentaba. Su celular vibró, y al mirarlo, vio un par de mensajes de sus amigos Darell y Kelly, quienes la invitaban a estudiar juntos. Gabriela respondió rápidamente, asegurándoles que los vería pronto. Apenas terminó de escribir el último mensaje, el sonido de sus pasos la hizo levantar la vista.

El joven que había visto en el baño estaba ahora de pie en la entrada de la cocina. Su presencia llenaba la habitación de una calma tensa, y aunque su apariencia era tan inesperada como antes, algo en su expresión había cambiado. Sus ojos la miraban con una seriedad casi tranquilizadora, y había una especie de determinación en su porte que Gaby no pudo evitar notar. Él caminó hacia la isla y se sentó frente a ella, sin apartar la vista.




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