Si hubiera sido

Capítulo 2

Julieta se encontraba frente a la casa de hospedaje llamada La Bleue. La fachada azul brillante se alzaba imponente entre callejuelas empedradas.

¿Cómo había llegado hasta allí? Tras horas caminando bajo un cielo gris y húmedo, evitando los gritos de los mercaderes y el alboroto de los compradores, Julieta comprendió que no hallaría la zona acomodada de la ciudad sin ayuda. Observó a los transeúntes con desdén, buscando a alguien que reflejara su misma posición social.

Del otro lado de la calle, una joven de cabello castaño y ojos negros como la noche la miraba con curiosidad. Bastó un segundo para notar que Julieta es nueva en la ciudad.

Preocupada de que la rubia pudiera ser víctima de los “cuervos”, se acercó y se colocó frente a ella:

—Disculpe, señorita… ¿Necesita ayuda? —preguntó con voz suave.

Julieta no contestó y ni siquiera la miró.

La joven castaña retorció sus dedos, avergonzada. Aunque creía que debía estar acostumbrada a ese tipo de tratos, nunca se ha dejado de sentir menoscabada.

Suspiró y alzó un poco más la voz:

—Señorita…

—¿Sigues aquí? —inquirió Julieta, molesta—. ¿Qué quieres? No doy limosnas. Si eso es lo que buscas, da media vuelta y vete.

La castaña contuvo las lágrimas, limpiando sus ojos con la manga desgastada de su vestido.

—No… yo… yo solo quiero ayudarla. No es seguro que esté aquí a la vista de todos. Se ve que es nueva.

—No necesito tu ayuda… ¡Vete!

—Señorita, por favor, escúcheme…

—Si no obedecía a mi madre, ¿Qué te hace pensar que te obedeceré a ti?

La joven fijó sus ojos al suelo con tristeza y retrocedió. La miró por última vez ~{Espero que no te suceda nada malo}~ pensó para luego volver a su trabajo.

Veinte minutos más tarde, apareció otra muchacha: cabello castaño claro, vestido verde con encajes y piedras, y un costoso collar de oro en el cuello. Su porte y ademanes anunciaban riqueza y distinción.

—Hola, ¿te ayudo? ¿Acabas de llegar a Marsella? —preguntó, moviendo un abanico, con una sonrisa elegante.

Julieta frunció el ceño ante su extraña actitud y su manera desprolija de mover el abanico, sin embargo las joyas y vestimenta le hicieron desechar cualquier prejuicio, y le dedicó una radiante sonrisa.

—Así es, y justamente necesito ayuda.

—Perfecto, me llamo Lucy Dubois —respondió con gracia—. ¿Está buscando alojamiento?

—Sí, ¿cómo lo supo?

—Por su maleta. Venga, acompáñeme —dijo, cruzando su brazo con el de ella—. Busca algo con clase, digno de usted, ¿verdad?

—¡Exactamente! —exclamó la rubia.

Lucy la condujo por las calles, pasando por plazas donde músicos callejeros tocaban violines y flautas, los niños jugaban entre los puestos de flores, y los aromas de pan recién horneado flotaba en el aire.

—Marsella es una ciudad sorprendente —comentó, mientras caminaban—. Tiene barrios lujosos, tiendas de moda, cafés refinados...y también rincones peligrosos. Conozco esta ciudad como la palma de mi mano.

Julieta la escuchaba con atención mientras admiraba su alrededor, con una expresión de arrogancia y curiosidad.

—Me alegra poder ayudarte —continuó Lucy con una sonrisa—. Sé que estar sola en un lugar nuevo puede ser temeroso. Por fortuna, tenemos la oportunidad de conocernos, y así evitar que alguien sin escrúpulos se aproveche de ti.

—Supongo que sí —respondió Julieta.

Finalmente llegaron al barrio más acaudalado, donde el exterior de las casas mostraban molduras doradas y balcones de hierro forjado. Ante ellas se alzaba La Bleue, con su puerta de madera y ventanas amplias que reflejaban la luz del atardecer.

—Es aún más impresionante por dentro —susurró Lucy, con un brillo de entusiasmo en los ojos—. La decoración, los muebles… todo aquí refleja la riqueza y el buen gusto, y créeme, no todas las casas de hospedaje tienen este nivel.

—¡Maravilloso! Muchas gracias. Por cierto, me llamo Julieta.

—Un nombre tan elegante como tú. ¿Cree que podríamos vernos mañana? Me encantaría conocerla mejor.

—Por supuesto —afirmó, por primera vez mostrando una sonrisa genuina—. Me encantaría.

—Por ahora, puedo decir que esta es solo una pequeña muestra de lo afortunada que eres al llegar a Marsella. Pero si te esfuerzas, y con un poco de suerte y de influencia, podrás abrirte paso entre los lugares más distinguidos de la ciudad.

—Eso espero —murmuró Julieta, mientras observaba La Bleue—. Gracias Lucy.

—No hay de qué. Hasta mañana entonces —dijo con una reverencia ligera.

—Hasta mañana —se despidió viendo alejarse a su nueva amiga por la calle empedrada.

Con paso ligero, cruzó la entrada de La Bleue. El lujoso interior le impactó, lámparas de cristal colgaban del techo iluminando los muebles tallados. Alfombras que amortiguaban cada paso. El aroma de las flores frescas se mezclaba con el perfume del salón de descanso.

Por un momento, un cálido recuerdo la invadió: su hogar en Londres, los candelabros de su sala, el eco de los pasos sobre los pisos de madera pulida, y los muebles cuidadosamente elegidos por su madre. Aquello le recordó lo que había dejado atrás, y sin embargo, también le hizo sonreír al notar que la casa de hospedaje tenía el mismo estilo que tanto había amado en su mansión, y que ahora podría volver a disfrutar.

Un joven recepcionista, de porte distinguido y uniforme impecable, se acercó con una sonrisa cordial.

—Buenas tardes, señorita ¿Necesita hospedaje?

—Sí, por favor.

—Con mucho gusto. Sígame, por favor.

La condujo por un pasillo iluminado por lámparas de cristal hasta llegar a las escaleras que conducían al segundo piso.

—La habitación que le asignaré se encuentra a la derecha del pasillo

—explicó mientras sacaba un llavero de bronce con un número grabado—. El costo por noche es de diez francos, y si desea prolongar su estancia, podemos arreglarlo directamente en recepción.




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