Al día siguiente, Julieta despertó sin que nadie llamara a su puerta ni le preparara un baño. Nadie estaba allí para peinarla o vestirla. Era hora de valerse por sí misma.
Se levantó con una mueca de disgusto. Su mirada se posó sobre la cama desordenada y un fastidio recorrió su cuerpo.
—¿Debo arreglar esto cada mañana? —pensó, cruzando los brazos y suspirando con frustración.
Tomó un cojín y comenzó a golpear torpemente el colchón para sacudir las sábanas y el edredón. Luego, cuidadosamente, acomodó cada pliegue, y alisó las mantas. Al terminar resopló, agotada.
—Falta poco, Julieta… un poco más de paciencia —se animó a sí misma.
Decidió que era momento de darse un baño. La idea de enfrentarse a la ciudad, y a sus sueños, la impulsó a prepararse con cuidado. Se vistió con un precioso vestido azul, sencillo y elegante, para demostrar su clase.
Se sentó frente al tocador, peinó sus delicados cabellos dorados y los ató con una cinta blanca, observó cómo los mechones caían con gracia sobre sus hombros. Una vez lista, se levantó y salió al exterior, esperando junto a la entrada de la residencia a su nueva amiga.
No tuvo que esperar mucho, Lucy apareció puntual, con una sonrisa cálida.
—¡Julieta, amiga! ¿Cómo te encuentras? —saludó con entusiasmo, inclinando ligeramente la cabeza.
—Muy bien, salvo por un pequeño detalle, me ví en la obligación de arreglarme a mi misma, bañarme, vestirme y acomodarme el cabello sin ayuda. ¿Puedes imaginartelo?
Lucy frunció el ceño, con desconcierto.
—¿Cómo…? —balbuceó—. ¿Te ayudan con esas cosas?
Julieta la vió con extrañeza, levantando una ceja.
—¿Tú no tienes doncella que te ayude a arreglarte? ¿Lo hiciste tú misma?
Lucy soltó una risita, oculta tras el abanico.
—¡Ah, sí! Claro… te entendí mal, querida. Por supuesto que… tengo sirvienta —dijo, pausando un instante, midiendo sus palabras con cuidado—. Mi hermano, el Duque de Ambroise, me asignó una especialmente para mí.
—¿Duque dices?
—Así es —confirmó, entrelazando su brazo con el de ella mientras caminaban por la calle—. Uno de los más influyentes y respetados de Marsella. Un día de estos te lo presentaré, ¿Qué te parece?
—¡¡Sí!! —exclamó, con los ojos brillando de emoción—. Señorita Lucy, ¿Me invita a merendar?
—¡Me adelantaste! —rió la castaña—. Conozco un salón de té exquisito, digno de nosotras.
Juntas caminaron por la avenida más concurrida y distinguida. Al ingresar al local, la fragancia del té y los pasteles recién horneados las envolvió. Durante horas compartieron risas, anécdotas y planes sobre futuras compras de vestidos y joyas.
Luego, Lucy condujo a Julieta por los barrios más opulentos, donde las casas se alzaban imponentes con grandes ventanales, techos con cornisas decorativas, y puertas de madera finamente talladas que daban paso a patios interiores con jardines y fuentes de piedra.
Las tiendas exhibían joyas y telas de la más alta calidad, reflejando riqueza y distinción.
—Estas tiendas, y muchas de las demás que ves aquí, le pertenecen a mi hermano —explicó Lucy, señalando las vitrinas.
—¿Sí? —preguntó Julieta, sorprendida y emocionada.
—Sí. Déjame decirte que a su edad aún está soltero, desafortunadamente no ha encontrado a una dama digna de su estatus—aclaró, moviendo suavemente la mano con elegancia.
La rubia sentía que la fortuna había conspirado a su favor. En un solo día había hallado no solo una amistad estratégica, sino también una puerta hacia la alta sociedad que tanto ansiaba. Frente a ella estaba Lucy: distinguida, amable y hermana de un duque con abundantes recursos, capaz de abrirle caminos hacia la grandeza.
~{No debo alejarme de ella, debo conocer a su hermano cuanto antes }~ pensó.
Después de recorrer las calles más lujosas y admirar las tiendas, Lucy la llevó hacia un parque cercano. Los senderos se entrelazaban entre jardines cuidados, y arbustos perfectamente recortados. Un pequeño lago brillaba bajo la luz del sol, donde cisnes y patos nadaban, y las aves descansaban en los árboles.
Parejas paseaban, y niños reían mientras jugaban.
Lucy se detuvo junto a un banco de madera, invitando a Julieta a sentarse.
—Es precioso —susurró la rubia.
—Marsella tiene muchos secretos. Los que conocen la ciudad saben dónde encontrar paz entre tanto movimiento y ruido.
Julieta inclinó la cabeza, y tras unos segundos, decidió abrirse con su nueva amiga.
—Vengo de Inglaterra —comenzó, con un tono de orgullo y nostalgia—. Allí era conocida en la alta sociedad… tenía pretendientes por doquier, y la vida que llevaba era maravillosa. Siempre rodeada de gente influyente y admiradora.
—Debes de haber sido alguien realmente admirada… —comentó, mientras sus ojos la estudiaban con curiosidad—. No cualquiera puede decir lo mismo.
—Lo era —continuó Julieta, con el mentón en alto—. Pero ya nada de eso importa ahora. Vine aquí buscando un nuevo comienzo, y… quién sabe, quizá algo aún mejor.
El viento movía suavemente los mechones dorados de su cabello, y el reflejo del sol sobre el agua del lago parecía darle vida a sus palabras.
—Parece que Marsella te recibe con los brazos abiertos —dijo Lucy —. Y si necesitas guía, puedo mostrarte algunos lugares que los recién llegados rara vez descubren por sí mismos.
—Eso sería maravilloso. Tener a alguien como tú a mi lado… es una verdadera fortuna.
Se quedó un momento en silencio. Julieta sintió que Marsella no era solo un lugar desconocido, sino un escenario donde podría construir su propio destino.
Pasaron un par de horas en el parque, sentadas en silencio, observando cómo la luz del sol caía lentamente sobre el lago, haciendo brillar el plumaje de los cisnes, y verdes de los jardines. Julieta disfrutaba del murmullo del agua, el canto de las aves y la risa distante de los niños que jugaban cerca de la fuente. Por momentos, parecía que el mundo se detenía, y ella podía saborear la libertad de aquel instante.