El tiempo transcurría con rapidez, al igual que la amistad entre Julieta y Lucy, que se fortalecía con cada encuentro. Se veían casi a diario, compartiendo mañanas y tardes entre paseos por parques y salones de té de la ciudad. Julieta mostraba gratitud, pero su ambición no conocía límites, deseaba rodearse de influencias poderosas, mujeres con apellidos y fortuna capaces de abrirle las puertas de la alta sociedad y acercarla a sus objetivos.
Lucy, siempre astuta, encontraba excusas para impedir que Julieta se reuniera con sus supuestas amistades. Esta actitud despertó en la rubia un leve recelo, pero no lo suficiente para desconfiar del todo.
Por eso, cuando la castaña prometió que ese día conocería a su hermano, Duque de Ambroise, Julieta aceptó con entusiasmo.
Caminaban por el Parque Borely, un lugar de tranquilidad en medio del bullicio de la ciudad. Los senderos decorados por rosas y magnolias perfumaban el aire. Los cisnes se deslizaban sobre la laguna central, mientras los patos nadaban en círculos creando suaves ondas sobre el agua.
Fue en ese momento, que apareció Callum. Su porte era impecable: espalda erguida, traje de lino claro ajustado a su figura, chaleco de brocado y reloj de bolsillo de oro que asomaba de su chaleco. Su cabello rubio caía con suavidad sobre la frente, y sus ojos color miel parecían brillar. Cada gesto hablaba de elegencia y refinamiento, y Julieta no pudo evitar que su corazón se acelerara al verlo.
—¡Hermano! —exclamó Lucy, corriendo a abrazarlo con entusiasmo—. ¡Cuánto te he extrañado!
—Hermanita… yo también —respondió Callum, rodeándola con sus brazos.
La rubia los veía, fascinada. Ese seguramente era el Duque del que Lucy le había hablado, joven, atractivo y refinado, justo como lo había imaginado. Callum, al notar su presencia, le dirigió su intensa mirada.
—¿Y quién es esta señorita tan preciosa? —preguntó, con una voz cálida y segura.
—¡Oh, Callum! —replicó la castaña —. Es mi nueva amiga, Julieta. Acaba de llegar a la ciudad.
Él tomó su mano y la besó cortésmente en el dorso, un gesto que ella analizó con atención, evaluando cada detalle de su comportamiento.
—Encantado de conocerla, señorita —dijo, manteniendo sus ojos fijos en los de ella.
—Julieta Pembroke —respondió, sonriendo con coquetería—. El gusto es mío.
—¿Paseamos? —preguntó, de forma natural, como si invitarla a un paseo fuera un acto cotidiano.
—¡Sí! —contestaron al unísono.
Así transcurrió la tarde entre sonrisas, gestos y coqueteos sutiles. Lucy se mantenía atenta, mirando cada reacción y haciendo comentarios que mantenían la conversación ligera, mientras Julieta, por dentro, calculaba cada paso que daría para acercarse a su objetivo; el Duque de Ambroise.
Al dar la hora para volver, Lucy se marchó para que Callum acompañara a Julieta hasta la casa de hospedaje, sosteniendo su mano con firmeza, dejando que ella sintiera un breve escalofrío que recorrió su espalda.
—Mañana —dijo suavemente, frente a la entrada de “La blue”—, ¿Me permitirá deleitarme con su presencia al mediodía?
Julieta parpadeó, sorprendida pero encantada:
—Claro que sí —contestó con una sonrisa. Se despidió con una reverencia, y con paso discreto, conteniendo su emoción entró al hospedaje En su habitación, se dejó caer sobre la cama con un suspiro de satisfacción. La alegría recorrió su cuerpo mientras planeaba los próximos movimientos; sabía que su vida pronto tomaría un rumbo distinto, y todo gracias a su nueva amiga Lucy.
Al día siguiente, paseaban por la ciudad con los brazos entrelazados y sonrisas cómplices. A ojos de cualquiera, parecían dos jóvenes enamorados; en realidad, Julieta, a propósito intensificaba cada gesto, cada risa, y cada roce de manos sobre el Duque.
—Dígame, mi lady ¿Por qué una belleza como usted aún no está comprometida?
Julieta frunció ligeramente los labios.
Parte de su pasado debía permanecer oculto, y confesar que había huido de Inglaterra por su detestable hermana sería un riesgo inaceptable.
—Aún no he encontrado a mi verdadero amor. Mis expectativas son altas.
—¿Y cómo debería ser su futuro esposo? —indagó él.
~{Ridículamente rico, guapo y consentidor}, pero confesar algo así sería un disparate -. ~{¿Qué diría la tonta de Anastasia?.— pensó.
—Amable, bondadoso, honesto y, desde luego, que me ame —contestó, intentado sonar lo más honesta posible.
Callum sonrió complacido, y Julieta rodó los ojos discretamente, recordando la voz de Anastasia en su mente.
Caminaron hasta el mercado, y pese a que ella odiaba encontrarse en aquellas calles tan pobladas de plebeyos, se mordió la lengua y optó por quedarse en silencio.
Desde la distancia, al otro lado de la calle, unos ojos negros observaban la escena con atención, arrugó el entrecejo al reconocer a ese muchacho de ojos ambarinos. Lucy apareció pronto junto a la pareja, también la reconoció, y así confirmó sus sospechas. Debía actuar prontamente si quería ayudar a la rubia.
Los días siguientes continuaron con paseos, meriendas y conversaciones superficiales que Julieta manejaba con destreza.
Aquella mañana amaneció radiante y feliz. El día anterior resultó determinante para su plan. Las cosas con Callum al parecer iban espléndidas, solo un par de salidas más, y lo tendría en la palma de su mano.
Hoy lo vería, y se esforzaría para que su relación avanzara favorablemente. Más le valía ser una mujer arriesgada que una cobarde. Se mostraría más coqueta y decidida, y si era necesario, ella daría el primer paso para unir sus labios en un ferviente beso.
—Buenos días, mi lady —dijo Callum cuando la vió llegar —. Se ve radiante.
—Muchas gracias, su excelencia. ¿Nos vamos?
Mientras caminaban, Julieta, preguntó con impaciencia:
—¿Cuándo podré conocer su mansión?
Callum se detuvo, sorprendido.
—Pronto, señorita.