Puede parecer absurda la cantidad de información que omitimos por propia decisión.
Dejamos de escuchar nuestros instintos cuando tenemos cerca a una persona no grata, dejamos de comer cuando tenemos hambre, no nos vamos a dormir cuando tenemos sueño porque cualquier cosa que esté pasando por la pantalla parece ser más importante.
Pero lo que estoy sintiendo ahora no tiene nada que ver con escuchar. Apenas si puedo escucharme a mi misma, solo soy consciente de la humedad de su lengua descendiendo por la suave piel de entre mis senos, sus manos me abrazan la sensible piel de los pechos.
—Me gusta con hueles —Su lengua esta arremolinándose contra mis pezones.
—¿Cómo huelo? —Mis manos pueden sentir lo duro de su espalda, clavo las puntas de mi dedos en ella, una de mis manos se pierde entre su cabellera, quiero que se quede ahí por siempre, la piel de mi cuerpo se está erizando.
Siento esta energía que me hace querer quedarme quieta y que haga lo que quiera conmigo, por otro lado, quiero besarlo por todas partes. Quiero hacer todo eso en lo que he pensado y más. Mucho más.
—Hueles a canela, un olor amaderado. Si te soy sincero lo único que quiero es devorarte, para que cada vez que te pongas ese perfume, recuerdes que también eres un poco mía. —Sus manos de deshicieron de lo que quedaba de vestido.
Me encontraba desnuda, tendida, desesperada por él, pero no me sentí sola. Tenía esa leve sensación de que sin importar donde yo estuviera, si él estaba conmigo no me sentiría sola.
Con ese pensamiento fugaz lo atraje, Mattew se introdujo en mí.
Lo bese.
Su salida me gusto, pero su nueva penetración me hizo apretar los dedos de los pies. Repitió la salida y mejoró la entrada. Cada penetración besaba mí cuello, cada penetración me mordisquea los labios, cada penetración toca mi cuerpo.
Las primeras se sintieron bien, las siguientes fueron impresionantes. Aceleró el ritmo, mi pierna izquierda terminó al lado de su oído izquierdo mientras de fondo solo se podía oír el choque de su piel contra la mía.
Y entonces, nos dejamos ir.
—Si esto es hacer el amor, nadie te amara tanto como yo —murmure con su cuerpo encima de mí, por primera vez respire su fragancia.
Olía a limpio, olía a paz, olía a la fragancia que solo pude sentir en Mattew.
—¿Entonces no te puedes ir a vivir a mi casa y yo no me puedo ir a la tuya? —Mattew sigue jugando con mis dedos.
La luna de miel ya se acabó y ahora toca volver a casa.
Fue extremadamente divertido, excitante y "romántico" estos días, pero es hora de volver a la realidad.
—Has entendido perfectamente.
—¿Entonces que haremos?
—Supongo que vernos a escondidas...
—No soy tu amante ni tu eres la mía, así que no.
—Bueno, pues déjame pensar.
Creí que aceptaría, al fin de cuentas se dice que los hombres son los que siempre quieren libertad.
—Piensa en una forma en la que no tengamos que simular ser ladrones en medio de la noche, por favor. —Aunque su tono era duro y esos de los que no reciben un pero, sus caricias dulces sobre mi piel no habían cambiado.
—La cosa es que no puedo dejar sola a Diana y tu vives con Markos...
—¿Y qué pasa con Markos?
—Que a Diana le gusta y no creo que se acerquen.
—¿Por qué no? —En medio de toda esta vorágine de emociones, en las que mi mente se partía en varias partes, en unas defendían la confidencialidad de esposos y en otra estaba mi confidencialidad hacia Diana.
Dure varios segundos solo mirándolo sin decir nada. Sin saber a quien cuidar o cómo hacerlo, porque definitivamente conozco el concepto de proteger, sobre todo si es Diana, pero también quiero intentar esto hasta lo último y necesito compartir esta carga con alguien porque a veces es duro tener tanto en la mente, coleccionando malos ratos y malas emociones.
—No le puedes contar a nadie.
—No se lo diré absolutamente a nadie.
Empecé a hablar, las primeras palabras fueron cortas, me detuve varias veces porque necesitaba la precisión de un cirujano de corazón para contarlo todo sin saltarme nada, hasta el más mínimo detalle omitido podría cambiar el sentido de todo.
Así que seguí pensando hasta que encontré las palabras correctas.
Por primera vez desde hacía diez años le hablé a alguien más sobre Diana.
Le explique que ella siempre me ha aceptado: con mis rarezas, con mis fracasos y con mis locuras. No pude parar de sonreír mientras le contaba lo feliz que he sido sabiendo que esta en mi vida.
Como la conocí, como me he sentido siempre con ella, como había nacido nuestra amistad, el impacto sobre mi vida, le relate sobre lo fiel que siempre ha sido para conmigo, de las soluciones que siempre me había dado, de como me escucha y me habla cuando lo necesito.
Intente expresarle con palabras el efecto Diana en mi vida y aún con todas las palabras brotando de mi boca no sentía que fuera totalmente fiel a la magnitud de su presencia. Porque siendo sinceros, hasta que la conocí no entendí la palabra lealtad y apoyo.
Mattew nunca me interrumpió, no apartó la mirada de mi rostro, aún cuando mi mirada estaba en su linda camiseta gris de cuello semiredondo, no me insistió a seguir cuando de repente me detuve de hablar.
Solo espero hasta que yo quise.
Todavía no podía contarle lo verdaderamente importante.
Y yo si quiero contarle todo.
—La situación aquí es que yo soy todo lo que ella tiene —Entonces tuve que contarle sobre ella, solo de ella.