Claire está detrás de mí como si se hubiera congelado.
Mis ojos posan fijos sobre la ventana, y van perdiendo poco a poco su color: algo muy extraño está sucediendo.
El aire de la habitación es espeso y mi respiración retumba en el ambiente.
El agudo crujir de la silla indica que pronto caeré al suelo, pero no me importa: Un cuerpo yace sin vida en mi jardín.
Claire parece no percatarse del descubrimiento y sigue allí, esperando una respuesta. Lo sé porque puedo ver su reflejo en la ventana.
- Gretel no estoy para juegos, ¿A caso no me has oído?
Por increíble que parezca sus palabras se esfuman como el polvo, incapaces de llegar a mis oídos. Quiero responderle que la escucho, pero no es cierto, todos mis sentidos se depositan en una dirección: Hay un muerto en el jardín.
Creo que pasó media hora y permanezco inmóvil mirando esta ventana, sin escuchar nada a mi alrededor más allá del crujir de la madera. Claire sigue a mis espaldas, de pie junto a la puerta de la habitación, y no se acercó a mí. Aún puedo ver su figura por el vidrio de la ventana, pero su voz me resulta prácticamente imperceptible.
Es como si el tiempo y el espacio estuvieran jugando conmigo.
- Bajaré en un segundo - esbocé, rogando que la respuesta sea acertada.
Sin embargo, al voltear mi cabeza hacia la puerta, Claire desapareció.
Siempre vi a Claire como la criada más alegre de esta casa, pero a través del reflejo de la ventana algo lúgubre se notaba en su mirada. ¿Habrá visto el cuerpo? Quizás ese sea el motivo por el que abandonó la habitación de forma repentina.
Levanto el peso de mis piernas de esta vieja silla y el crujir de la madera finalmente desaparece. Estoy inquieta porque una parte de mí me susurra que vaya al jardín. Podría bajar las escaleras y en unos minutos estaría frente a él.
- ¿Tienes miedo?
Nadie me habla. La habitación está vacía y lo que oigo es mi voz, haciendo eco entre las paredes de esta habitación.
Vacilo unos instantes, creo que sí tengo miedo: Alguien ha muerto en mi jardín.
Dubitativa cierro la puerta y me dirijo hacia las escaleras. Los escalones en espiral me hacen doler la panza, pero quizás solo sea el miedo.
Una vez abajo, atravieso la sala del comedor, la cocina y finalmente frente a mí yace la puerta hacia el jardín: Es una gran puerta que nunca me gustó. Algo en el color de su madera me hace sentir extraña, como si fuera otra persona. Sin detenerme entre mis pensamientos la abro fácilmente, girándola hacia afuera: una inexplicable sensación de adrenalina me corre por las venas.
Con pasos ligeros me adentro entre los árboles unos metros, y me dirijo al lugar exacto donde lo vi por última vez, a través de mi ventana.
Para mi sorpresa, allí no hay cuerpo alguno, tan solo rosas.