Si tan solo me hubieras amado (navidad)

Extra: Especial navideño

—¡Papá es un idiota! —se quejó la niña apenas su madre le abrió la puerta.

La pequeña entró corriendo a la casa sin dar más explicaciones ante la mirada sorprendida y preocupada de Rose. Sus ojos pasaron de la pequeña hacia el hombre que parado en la puerta quiso decir algo, pero solo bufó de mala gana cruzando los brazos.

—¿Qué pasó? —le preguntó y aquel solo arrugó más el ceño.

—Debería malcriarla menos —indicó Emanuel desviando la mirada.

Rose alzó las cejas, sonriendo condescendiente.

—Tiene tu carácter, es difícil contenerla en todo momento, aun así, Amanda no es una niña grosera —dicho esto se apoyó en la puerta—. Algo pasó en el parque de diversiones ¿No es así?

Emanuel volvió a bufar con fastidio antes de fijar su atención en los ojos de la mujer. No luce molesta y aunque es evidente que está preocupada no deja de sonreír. No pudo evitar sentir la necesidad de aferrarse a su cuerpo y desear que esa tranquilidad que proyecta incluso en una situación como está pudiera contagiarla. Pero no fue capaz de decir nada amable, entrecerró los ojos solo para dejar escapar cinco palabras.

—No es de tu incumbencia —respondió—. Sí, eres su madre, pero lo que yo haga con nuestra hija no es tu problema.

Rose arrugó el ceño. En serio es difícil lidiar con Emanuel, más cuando su humor no es el mejor.

—¿Has vuelto a cancelar tus citas con el psicólogo? —le preguntó con seriedad y eso pareció provocarlo aún más.

Aunque solo apretó los dientes sin decir más palabras. Se dio cuenta que si seguía hablando complicaría aún más las cosas.

En eso en el fondo comenzó a llorar un bebé. Rose se giró preocupada.

—Pasa, tengo algo que decirte —indicó la joven mujer antes de desaparecer por el pasillo.

La casa luce decorada, con el árbol de navidad en una esquina, algo exageradamente grande, y adornos de navidad en cada rincón. A Rose siempre le ha gustado la navidad, pero su gusto de decorar va contra toda la lógica de Emanuel. Quien a diferencia de ella no tiene buenos recuerdos de esta fecha y por eso las detesta.

Sabe que Rose fue criada en una familia cariñosa, con un padre y hermano presentes que la mimaron y colmaron de amor y cuidados, a diferencia de la suya, con un hombre abusivo y una mujer débil que nunca hizo nada por él.

Pensando en esto notó que Rose volvía a la sala. La imagen de la mujer con aquella criatura pequeña y regordeta en sus brazos lo hizo sonreír con amargura. No puede negar que la imagen es tan dulce como amarga.

La mujer le extendió una invitación.

—Actuaré en el concierto de beneficencia de la ciudad, tocaré el violín, me alegraría verte allí —exclamó sonriendo.

Emanuel entrecerró los ojos mirando con indiferencia la invitación. La verdad es que le encantaría ver a Rose tocar una vez más el violín, pero precisamente en ¿Navidad? Se colocó de pie ¿Por qué mierda no puede entenderlo?

Tal vez podría si él le contará de lo que siente, como le recomendó el último psicólogo que visitó. Rose no sabe demasiado de su pasado, realmente no sabe nada, porque jamás él le ha contado demasiado. Si lo hubiera hecho ella podría entender su rencor hacia la navidad.

Es por ello que ante los ojos de la mujer rompió la invitación.

—Sigues siendo la misma tonta de siempre —reclamó dispuesto a salir de la casa.

Rose guardó silencio. Sabe que nada sacará con reclamarle, y siente más compasión por su cerrado comportamiento más que por el daño y veneno que dispara a su alrededor.

—Tienes aun a tu hija, no hagas algo para perderla también —dijo con seriedad.

Emanuel se detuvo en ese momento, con la mano en la perilla de la puerta no pudo evitar girarse hacia la mujer. La mirada fría y penetrante de Rose, contraria a su usual forma de ser, le acribilló el pecho. Su dulce Rose no debería mirarlo de esa forma, no debería recordarle a Emilia.

Solo Emilia tenía esa mirada, que, sin necesidad de usar palabras, era como si lo juzgara por sus acciones severamente.

—No sé que dolor cargas porque nunca en tu vida quisiste que te ayudara a cargar con ellos, pero dentro de esa habitación al fondo del pasillo hay una niña que quiere a su padre, una niña que no entiende por qué debe pasar su navidad con esa tristeza —habló Rose antes de bajar la mirada desalentada—, ella te quiere, te ama, ¿Recuerda como te sentías de niño y que te hubiera gustado tener este día? Y no hablo de lo material, hablo de algo más…

Emanuel titubeó.

¿Qué le hubiera gustado a él tener ese día?

Lo único que recuerda es que de niño había dejado de creer en la navidad, en sus boberías de bonitas palabras, en los regalos. Pero sí, más de una vez pidió un deseo que nunca se cumplió. Sentirse querido.

Desvió la mirada.

—Hablaré con ella —exclamó.

—Ve, los esperaré acá en la cocina con pan de pascua y jugos —musitó Rose con un tono más suave.

Siendo sincero Emanuel no pensó en cómo se sentiría su hija con su actitud. En el parque la niña no dejaba de emocionarse frente a cada adorno navideño relatando lo feliz que le hacía esperar esa fecha, de la cena que su madre se empeñaba a hacer, de jugar con su hermanito menor, de abrir regalos, etc.

En su egoísmo quería que su hija odiara tanto la navidad como él para que no sufriera en el futuro la desilusión que él sufrió de niño. Pero no estaba siendo justo. Amanda no tiene porque cargar con su dolor, no puede dejarle como herencia su amargura.

Apenas abrió la puerta y la niña lo vio se acercó a entregarle un bolso repleto de peluches.

—Te devuelvo todos tus regalos navideños, tu dijiste que solo los tontos celebramos la navidad, y que mi mamá era tonta y yo también, pero el único tonto eres tú, porque solo los malos odian la navidad y Santa te llenara el árbol de carbón por malo… y ya no te quiero y…

La pequeña no pudo terminar y comenzó a llorar con fuerzas.




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