Cuando, a la mañana siguiente, sonó la alarma, Hannah gimió. Solo había dormido cuatro horas. Giró sobre su cuerpo y miró el techo con tristeza y resignación mientras se mentalizaba para ir a trabajar. La vida de adultos apestaba.
Desde hace un año trabajaba en una pastelería en el centro de la ciudad. Amaba combinar ingredientes y técnicas para lograr deliciosos resultados, por lo que la dueña de la pastelería estaba más que feliz con las ventas que hacía. Los pasteles de triple chocolate eran unos de los más cotizados.
Resignada a su suerte se levantó de su nueva cama, se dió una ducha rápida y buscó en su maleta algo que ponerse. Ni siquiera había desempacando su ropa. El día anterior, nada más puso un pie en su nueva habitación, Daniel y Gabriel la sacaron de allí. pasaron toda la tarde paseando, comiendo y viendo películas fuera de casa hasta bien entrada la noche cuando, aprovechando su nuevo estatus de mayor de edad, entraron a varias discotecas y clubs nocturnos dónde bailaron hasta que se cansaron. Incluso hubo uno que otro trago de licor de por medio. Vaya nochecita la que habían pasado, pero si Hannah era honesta consigo misma, había disfrutado cada segundo.
Una vez vestida salió de la habitación y se encontró en la cocina con un sonriente Gabriel quien la recibió con una gran taza de café. Parecía tan fresco y descansado que Hannah lo miro con cierta envidia.
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Hannah se encontraba terminando de decorar los cupcakes de red velvet cuando sintió la presencia a su lado. No tuvo que girar el rostro para saber que era Susie quien se encontraba a su lado.
Susie había sido su única amiga durante toda su vida escolar. Vivir en un orfanato no era precisamente favorecedor para hacer amistades en la escuela, así que Hannah se aferró a Susie para tratar de sobrellevar la soledad que la acompañaba y Susie se aferró a Hannah, tratando de encontrar la compañía femenina quebranta falta hacía en su casa. Susie vivía con dos hermanos mayores, su padre y su tío. Su madre abandonó el hogar cuando Susie tenía dos años. La dueña de la pastelería era tía de Susie, así que gracias a eso, y a su talento para la repostería, Hannah había conseguido el trabajo. Tiempo después, Susie pidió empleo a su tía. Solidaridad laboral la llamó.
Hannah cambio la redecilla que usaba en la cocina por su gorra, alisó las arrugas imaginarias de su filipina azul bebé y se posicionó frente a la caja registradora. Había solo cuatro clientes en la pastelería, Susie tenía razón. Estaba practicando su mejor sonrisa falsa de cajera, la misma que se quedó congelada en su rostro, cuando levanto la mirada y lo vió. Acababa de entrar a la pastelería y Hannah podría jurar que se movía en cámara lenta. Era un chico alto, bastante alto la verdad, con cabello oscuro y piel blanca. Hannah había visto muchos chicos en su vida, tanto en la escuela como en el orfanato, pero podía jurar que ninguno podía comprarse, ni de lejos, con él. Venía viendo alguna cosa en su teléfono, por lo que no había visto a la chica que, con boca abierta, lo miraba desde la caja registradora.
Hannah se dió una patada mental para obligarse a reaccionar y dejar de mirarlo como si el pobrecito fuese el eslabón perdido, y recordó el discurso que debía soltarle a todos los clientes que llegaban al local.
Error... Grave error. Si antes se había quedado con la boca abierta mirándolo desde lejos, ahora estaba a punto del colpaso. Sus ojos eran tan claros que casi parecían transparentes. Y de una tonalidad que no lograba definirse muy bien entre el dorado y el amarillo. Todo el conjunto de piel blanca, cabello oscuro y ojos claros era perfecto, o al menos eso le pareció a ella. Pudo determinar entonces que él debía tener unos veintitantos, no era tan chico como pensaba.