A veces, entre tanto que escribo,
me ahogo en mis propias palabras.
Cierro la libreta como quien cierra una herida,
tratando de no asfixiarse más.
Pero las letras me persiguen,
brotan fuera del papel,
se cuelan en los muros, en el cielo, en mi sombra.
Y otras veces,
abro esas mismas páginas con la esperanza
de encontrarme entre líneas,
de reconocerme en algún verso perdido.
Pero solo hallo a alguien
que ha olvidado quién fue,
y que duele cada día sin saber por qué.
He escrito libros sin final
y otros que nunca logré comenzar,
igual que esta búsqueda de mí misma
que aún no termina.
Me busco en mis textos,
pero solo encuentro carencias:
lo que no tengo, lo que perdí,
lo que deseé,
y todo eso que una vez fui
y ya no me pertenece.
Y cuanto más escribo,
más me diluyo.
Me convierto en fragmentos,
en páginas sueltas,
en historias a medias.
Intento tocar esas hojas,
pero se deshacen en polvo,
como si el mundo se negara a contarme
quién fui,
quién seré,
y ni siquiera me dice quién soy ahora.
Porque quizá,
quien más se busca
es quien más se pierde,
y quien más pregunta
es quien termina
con más dudas que respuestas...
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