Te quiero… pero no me quiero.
Te escribí.
Un simple hola apareció en la pantalla,
aunque en el fondo lo que yo deseaba escribir era un
¿por qué no me has escrito?.
Miro el teléfono con insistencia,
como si mi mayor miedo fuera que los ganchos cambiaran de color y no me diera cuenta.
Pero no…
mi verdadero miedo es que no contestes,
que ni siquiera leas lo que te puse con tanto deseo escondido.
Te escribí, como lo he hecho todos los días…
por tres días.
Y la respuesta siempre es la misma:
el cambio de color,
esa marca que me grita que lo viste…
pero decidiste no responder.
Te escribo porque te quiero.
Te espero porque te anhelo.
Te busco porque te quiero aquí…
a mi lado.
Pero entre tú y yo solo hay una mesa en donde deberíamos estar.
Tú te desapareces…
o tal vez nunca estuviste.
Solo quedo yo,
con este anhelo triste de que estés,
de que me quieras.
Te escribo.
Te escribo porque te quiero,
esperando que aunque solo digas hola,
yo pueda imaginar que en el fondo es un ¿cómo estás, mi amor?.
Te quiero…
pero, ¿quién me quiere a mí?
Te escribí esperando que tú me quisieras,
te sigo esperando con la esperanza de que me notes,
pero la verdad es que no hay nadie que me quiera…
ni siquiera la persona que más quiero.
Y peor aún,
ni siquiera yo misma estoy segura de quererme.
¿Me quiero?
No lo sé.
Decir que sí se siente como mentir,
y decir que no… como una verdad que duele más de lo que quisiera aceptar.
Te escribí esperando tu respuesta.
Te escribí porque te quiero…
pero creo que en realidad te escribí desde un querer ajeno,
uno que ni siquiera yo tengo.
Te escribí porque te quiero…
o tal vez…
te escribí porque ni yo misma me quiero.
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