Te doy el poder

Te entrego mi alma, por favor, cuídala

Si te hablo de mis miedos,
te estoy abriendo una puerta
al rincón más frágil de mí.
Si te cuento sobre mis monstruos,
te doy las llaves de su jaula
y el poder de soltarlos… o encerrarlos para siempre.

Cuando te comparto mis errores,
mis cicatrices,
los momentos que aún duelen,
te estoy confiando una parte de mi alma.
Una parte que tiembla, que teme,
pero que aún así se atreve a confiar.

Sé que es un riesgo.
Sé que podrías usar mis palabras
como cuchillas contra mí.
Pero aún así, elijo contarte.
Elijo verte como alguien
que puede sostenerme, no romperme.

Si ves lágrimas en mis ojos
mientras hablo,
no te asustes.
Solo significa que lo que digo
no es solo un recuerdo:
es una herida abierta que aún sangra.
Mi mente vuelve a esos momentos,
y aunque finja que no duele,
sí duele… más de lo que digo, más de lo que muestro.

Y aún así, te lo digo.
Porque confío.
Confío en que no serás una espina más,
en que no usarás mi dolor para hacerme daño.
Te estoy entregando lo poco que queda entero de mí,
esperando que pongas tus manos sobre mi alma
como quien cuida algo frágil, no como quien lo destruye.

No quiero arrepentirme de haberte confiado mi verdad.
Quiero, algún día, poder decir:
Fue lo mejor que hice, contarle todo.
No me rompió… me ayudó a sanar.

Porque cada vez que confío y alguien me falla,
mi corazón se parte un poco más.
Y no sé cuántas veces más podrá romperse
sin quedar en pedazos irrecuperables.

Por eso te lo pido:
si sostienes mi corazón entre tus manos,
hazlo con cuidado.
No lo aplastes.
No lo sueltes.
Ayúdame a ponerle curitas,
a remendarlo con amor,
aunque tú no hayas sido quien lo rompió.

Te confío lo más vulnerable de mí,
porque espero que seas diferente.
Porque deseo, de verdad,
que seas refugio, no tormenta.

Así que por favor…
no me destruyas.
Cuídame.

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