Promesas no cumplidas

Dicen que el tiempo cura las heridas más profundas,
pero curarla no significa olvidarla.
Esas heridas nunca se van, solo se esconden tan bien
que parece como si ya no existieran.

Se suponía que con el tiempo todo iba a pasar,
que ya nada dolería.
Pero los meses se fueron, las estaciones también,
las personas se fueron…
todo menos tú, o al menos, el recuerdo de ti.

De tus promesas.
Aquellas a las que les pusiste nombre y fecha:
un nombre hermoso, con una verdad dolorosa,
una fecha que supuestamente era de cumplimiento,
pero terminó siendo solo un vencimiento.

Promesas que creí con ojos ciegos,
que ahora tienen más polvo que verdad,
más mentiras que intención,
más palabras vacías que ya no pesan nada.

Al principio, tus excusas me las creí.
Creí que no podías cumplir
todas esas promesas con las que endulzabas mi oído.
Tu labia era tan grande que convencía a cualquiera,
pero tan chiquita a la hora de cumplir.

Le pusiste fecha de caducidad
a algo que ni podías ni querías cumplir desde el principio.
Y yo, pensando que llegaría el día
en que por fin cumplirías…
pero no fue así.

Y pasó una vez.
Y pasó dos.
Y hasta tres.
Y yo seguí esperando por ti.
Por el anhelo de que alguna vez cumplieras.

Pero solo se quedó en eso: en deseo.

Me prometiste que cumplirías,
pero esa promesa también fue una mentira.
Una anestesia para calmar un dolor
que solo crecía más.

Le pusiste fecha de caducidad
a tantas cosas que para mí sí importaban.
Y ahora que me alejé,
que han pasado tantos meses,
yo también quiero ponerle fecha de caducidad
a tu pensamiento en mi memoria.

Porque me cansé de mirar el calendario
y ver fechas rodeadas con esperanza,
para después tacharlas con decepción.
Ese calendario solo tenía días rotos.

Y ahora, incluso lejos de ti,
tu recuerdo todavía duele.
Pero ya es hora.
Ahora soy yo quien decide cuándo termina esto.
Y esta vez,
la fecha de caducidad… la pongo yo.

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