Siempre contigo

1. Tú eres mi papá

El vestíbulo de la Torre Adams era llenado con el ajetreo de sus trabajadores, de los trajes oscuros y los tacones sonando lejanos, como si todo estuviera dentro de una pecera gigante.

El pequeño Dan de cuatro años, con sus rizos castaños revueltos y una camiseta azul cielo con estampados de dinosaurios, parecía estar fuera de lugar en ese entorno. Caminaba solo, con pasos cortos y el sonido de sus zapatillas que chirriaban suavemente contra el suelo de mármol. En la mano apretaba un papel arrugado con un dibujo infantil, de hombre de traje al lado de una figura más pequeña que claramente era él.

Frente a los ascensores, un hombre alto, de traje gris oscuro a medida, hablaba por teléfono móvil. Su mandíbula afilada, su cabello perfectamente peinado hacia atrás.

— Si llego tarde que esperen. No voy a mover la reunión. — Dijo con voz grave y autoritaria antes de colgar.

— ¡Papá!

El hombre giró la cabeza lentamente hacia la voz infantil y mirando hacia abajo se encontró con los grandes ojos marrones de un niño.

— ¿Quién eres tú?

— ¡Papá! Eres tú.

El CEO frunció el ceño.

— Te equivocas, niño. No soy tu padre. — Dijo, fríamente y con tono firme, aunque con algo de incomodidad por las cabezas que se volvieron a mirar.

Dan se acercó un paso más, tan cerca que el hombre pudo ver las pecas sobre su nariz.

— Sí lo eres. Mamá me enseñó una foto. Dijo que eras muy importante y que por eso no estabas con nosotros, pero que algún día vendrías.

El hombre frunció aún más el ceño.

— Escucha, niño. No tengo tiempo para esto. ¿Dónde están tus padres? — Le preguntó con frialdad, dirigiendo la mirada a su alrededor.

Justo en ese momento, se acercó una mujer de unos treinta años, con una carpeta y una tablet en las manos.

— Señor Adams, ¿va todo bien? — Le preguntó Clara, su secretaria personal, mirando con extrañeza al niño.

— Este niño dice que… — El CEO se interrumpió para bajar el volumen de su voz. — Dice que soy su padre.

Clara miró al niño con más atención. Dan, por su parte, también la miró curioso.

— Hola. Me llamo Dan y él es mi papá. — Se presentó Dan, señalando al CEO con una sonrisa que mostraba sus pequeños dientes.

Clara se agachó un poco.

— Dan, bonito, ¿dónde está tu mamá? ¿Te has perdido?

— Mamá está… — Dan miró a su alrededor y negó con la cabeza, sacudiendo sus rizos castaños. — No sé donde está.

Nathan Adams, el CEO del Imperio Adams, cerró los ojos por un segundo, como si el mundo se hubiera vuelto demasiado insoportable para verlo.

Clara se incorporó y lo observó con cautela.

— Señor, ¿debo llamar a seguridad para que se ocupen de él?

— No. — Respondió Nathan, abriendo los ojos a la vez que expulsaba un suspiro apenas audible. Miró con reflexión al niño. El color de sus ojos, la curva de su nariz. Algo lo golpeó en lo profundo de su pecho.

Dan levantó la hoja de papel que tenía en la mano.

— Mira, papá, te dibujé. Tú estás aquí, y yo aquí. — Señaló su dibujo. — Estamos juntos.

La secretaria Clara tragó saliva. Sabía que esa no era una coincidencia cualquiera.

— Señor, le recuerdo que el concejo lleva reunido en la sala más de quince minutos. — Optó Clara por hablar, había firmeza en su voz, pero también una súplica.

— Ocúpate de él mientras voy a la reunión. — Le pidió Nathan, apretando el botón del ascensor con más fuerza de la necesaria.

Clara pegó la tablet y la carpeta a su pecho como si fuese un escudo.

— De acuerdo…

Sonó un ding y las puertas del ascensor se abrieron con suavidad. Nathan entró sin voltearse y las puertas comenzaron a cerrarse, solo cuando sintió un leve roce en su pierna se dio cuenta de que no subió solo en el ascensor.

Dan estaba allí. Mirándolo desde abajo con una sonrisa inocente. Nathan se giró abruptamente, como si acabaran de echarle un cubo de agua fría encima.

— ¡¿Qué demonios?! — Maldijo, llevándose la mano al rostro. — ¡Joder!

Dan lo miró entonces con los ojos muy abiertos.

— Mi mamá dice que los papás no dicen esas cosas. — Dijo.

Nathan soltó una risa seca y amarga. Había algo en el niño que le causaba inquietud, pero todo no parecía más que una pesadilla absurda.

— ¿Por qué has subido aquí? — Le preguntó Nathan, apretando el botón de detención del ascensor.

Dan dio un paso adelante y le rodeó las piernas con sus pequeños brazos. Su carita se hundió contra el pantalón gris oscuro y su voz salió llena de emoción.

— Por fin estoy contigo, papá. Te encontré.

Nathan se quedó helado, sin atreverse a moverse hasta que, finalmente, intentó con torpeza apartar al niño.

— Escucha, no puedes hacer eso…

Dan se aferró con más fuerza todavía.

— ¡Pero eres mi papá! — Gritó y su voz se quebró, rompiendo a llorar. — ¡Mamá dijo que vendría, que nos buscarías, pero es mentira! — Golpeó las piernas de Nathan con sus pequeños puños cerrados. — ¡¿Por qué no has venido?! ¡Yo te estuve esperando mucho!

En todos los años que llevaba haciendo negociaciones y tomando decisiones millonarias al frente del Imperio Adams, nunca se había sentido tan superado como en aquel momento.

Y justo entonces, el ascensor se detuvo.



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En el texto hay: familia, drama, amor

Editado: 29.05.2025

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