Cuando entré al departamento me di cuenta de que Levi aún no llegaba del trabajo. Yo venía de la facultad, donde me habían entregado mis calificaciones del periodo y mis vacaciones ya habían iniciado. Era libre por el próximo par de meses. Al fin un poco de paz mental, que me vendría de maravilla.
Caminé hacia la sala para dejar mi mochila sobre el sillón y resoplé al ver las puertas del pasillo abiertas. Levi sabía que debía cerrarlas y aun así nunca lo hacía; siempre dejaba el trabajo para que lo hiciera yo. Me acerqué molesta a cada una y comencé a cerrarlas con un poco más de fuerza de la necesaria.
Tenía esa manía. No soportaba ver que las puertas estuvieran abiertas; sentía un picor debajo de mi piel que me incomodaba y no podía dejarlo estar, así que comenzaba a azotar cada puerta a mi paso y de ese modo la molestia se extinguía.
Sabía que no era del todo normal. La primera vez que las personas se enteraban acerca de mi hábito, solían lanzarme una que otra mirada curiosa, como si creyeran que bromeaba, y cuando se daban cuenta de que no era así, me miraban como si estuviera mal de la cabeza. Al convivir conmigo lo encontraban divertido las primeras veces, pero después no me soportaban y algunos no hacían nada por disimular su aversión. Sin embargo, cuando Levi se enteró, no me juzgó —después de todo él también tenía sus manías raras— y lo quise un poquito más en ese momento.
Suspiré al pensar en todo el tiempo que tendría libre a partir de ese día. Debido a que ya no iría a clases, no sabía qué hacer. Ese era mi problema de siempre, por lo que había llamado a mi tía Anna unos días atrás. Ella tenía su propio negocio de banquetes de lujo y en vacaciones accedía a contratarme para que le facilitara el trabajo, así que la busqué para preguntar si necesitaba ayuda, aunque al parecer había contratado a otras personas y no me necesitaba por el momento.
Por lo general —cuando no auxiliaba a mi tía en vacaciones— veía series, películas y a veces leía algún libro que pareciera interesante, nada más. Me sobraba demasiado tiempo que no sabía cómo gastar. Debía encontrarme algún empleo temporal, pero por ahora mis ahorros de los trabajos pasados seguían en el banco y no necesitaba el dinero. Además, quería algo de tiempo para mí sola. En los pasados días me había sentido triste y apagada, por lo que quería consentirme y levantarme el ánimo. Esperaba que algo saliera pronto. No me gustaba estar tanto tiempo sin hacer nada.
Me acerqué al librero y tomé una de las novelas que había comprado poco tiempo atrás. Me tumbé sobre el sillón al comenzar a hojearlo y en poco menos de una hora ya estaba enganchada con la historia. Admiraba la capacidad que tenían ciertas personas para absorber al lector en un universo alterno con sus palabras, cómo lograban que uno se sintiera identificado con el personaje, que se alegrara con sus logros y sufriera con sus tragedias. Para mí, los escritores eran dignos de admiración. A pesar de eso, mientras continuaba con mi lectura, no pude dejar de pensar en lo que yo habría hecho o dicho diferente en su lugar, lo que me llevó a preguntarme… ¿Qué tal si como proyecto de vacaciones escribía un libro?
Miré el que tenía entre mis manos y esbocé una sonrisa pequeña. Desde muy chica había sido amante de la lectura, pero nunca me había planteado escribir una novela por mi cuenta. Sería un buen hobby, imaginaba que entretenido. Además no perdería nada con intentarlo. Cerré el libro cuando comencé a pensar en las historias que podría escribir y los mundos que podría crear. No esperé más antes de correr a mi habitación en busca de mi laptop.
—¿Enana? He llegado —informó Levi varios minutos después. Elevé la mirada cuando le escuché acercarse y lo vi arquear una ceja en mi dirección—. ¿Por qué estás sentada en el piso? —cuestionó divertido.
Bajé la vista hacia mi laptop y la volví a posar en él al tiempo que le mostraba una sonrisa animada.
—He descubierto qué haré estas vacaciones —dije sin poder contener la emoción. Di un pequeño salto en mi lugar y Levi rio ante mi entusiasmo.
—¿Ah, sí? ¿Y qué es eso?
Lo miré con orgullo e inflé el pecho. Él sabía que solía romperme la cabeza en busca de algún pasatiempo que me llenara y, ahora que había encontrado uno, lo más probable era que se alegrara por mí. Y porque al fin dejaría de quejarme todo el tiempo con él también.
—Voy a escribir un libro —indiqué.
Y, según el resultado, la escritura podía llegar a convertirse en un hobby permanente o sería cosa de una sola vez. De igual manera quería intentarlo. Sabía que si no lo hacía ahora después no me animaría e iba a terminar arrepentida.
Las cejas de Levi se elevaron con sorpresa cuando me escuchó y, tras parpadear unas cuantas veces, rio.
—¿Lo dices en serio?
—¡Claro! ¿Por qué no iba a hacerlo?
—No lo sé, solo… —El suspiro que dejó escapar a continuación me puso nerviosa. Pasó una mano por su cabello y soltó una risa seca—, no es algo que te imagino haciendo.
Por alguna razón, esa simple confesión me sentó mal.
—¿Y por qué carajo no?
Elevó un poco sus manos para tratar de calmarme y se acercó más a mí. Tomó asiento en el borde del sillón para después fijar sus ojos inseguros en los míos. Parecía buscar las palabras correctas, pero no había nada que pudiera decir para que cambiara de opinión; yo quería probar y punto. Si no salía bien, no lo intentaría de nuevo y ya. No era como si fuera a lastimar o perjudicar a alguien al hacer esto, así que no veía el punto de no intentarlo.
Ladeó su rostro y elevó apenas las comisuras de su boca.
—No sé, es que… —Hizo una mueca que no me gustó para nada y movió la mano en el aire en busca de las siguientes palabras. Contuve la respiración en espera de sus palabras y exhalé cuando dijo—: Eres muy cuadrada. No quiero ofenderte, enana —agregó aprisa—, sabes que eres buena para muchas cosas. Eres graciosa e inteligente, pero no creo que la creatividad sea una de tus cualidades. Eres demasiado cerrada, rígida en ocasiones y… No lo sé. Solo siento que la escritura es para personas espontáneas, de mente abierta, atrevidas. ¿Entiendes lo que intento decir?