"Formas parte de mí, aunque no vuelva a verte nunca"
—Franz Kafka
MADDIE
No podía creerlo.
Ella había vuelto... y no sola, como había prometido a papá. Detrás de ella estaba mi tormento, la razón por la que días atrás se había originado una fuerte discusión entre mi progenitor y ella.
Me quedé rígida, el corazón golpeando en mi pecho como un tambor desbocado, al pasar mi vista de ella a él, sin poder apartar la mirada de esos ojos azules, aquellos que tanto detestaba. Eran el espejo de una traición que nunca se borraría.
—Colin, cariño —dijo aquella mujer a la que llamaba madrastra —, podemos... ¿Podemos hablar un momento? —suplicó, con una voz que parecía un susurro.
Por una fracción de segundo, pensé que él haría lo que habíamos acordado: no caer en sus encantos. Mis esperanzas se elevaron como globos, flotando por un instante. Pero al parecer, mi padre estaba demasiado enamorado de Elina, ya que no dudó ni dos segundos antes de asentir. Me lanzó un último vistazo, uno que parecía decir "Lo siento" y se dirigió hacia su despacho, dejando un rastro de decepción en el aire.
Genial, papá... simplemente genial.
Escuché una suave risa detrás de mí y me sentí estúpida, como si cada rayo de luz se hubiera apagado de repente. Sabía que él lo haría. Sabía que papá siempre regresaría con ella.
—No dirás nada, ¿Sirenita? —cuestionó Lewis, el hijo menor de Elina, mientras su sonrisa arrogante se dibujaba en su rostro, como si estuviera disfrutando de un espectáculo privado.
No me giré. No iba a desgastarme más con él. No después de lo que hizo. Con cada palabra que no le dije, sentí que una parte de mí se cerraba, como una flor marchita que se niega a abrirse al sol.
Fue así como caminé lentamente a mi cuarto, cada paso como un eco de frustración, cerré la puerta tras de mí con seguro y me arrojé en la cama. Busqué en mi móvil la lista de reproducción que se había vuelto mi mejor amiga, mis auriculares me ofrecieron un refugio y me deje llevar por emoción de la melodía.
Cerrando los ojos, me imaginé cómo sería mi vida si aun mi madre estuviera con nosotros. Esa imagen era un remanso de paz, pero también un recordatorio doloroso de lo que había perdido.
No odiaba a Elina; al contrario, era muy buena conmigo. Pero nada nunca se iba a comparar con el amor de una madre. Lo único que detestaba era a su hijo, Lewis.
Lewis era un chico que a simple vista parecía tenerlo todo: carisma, buen aspecto y una sonrisa que podía derretir a cualquiera. Pero yo sabía que detrás de esa fachada se escondía algo horrible. Era despreciable, y su sola presencia tenía el poder de arruinar mi día. Por eso, huía a toda costa de él, como si fuera un veneno que contaminaba mi mundo.
Después de unos minutos, logré percibir un suave toque en mi puerta. Mi corazón se detuvo un instante. Manteniendo mi compostura, me acerqué lentamente.
—¿Sí? —me oí decir, mientras sostenía la llave en mi mano, como si fuera un talismán protector.
Al otro lado, se escuchó un suspiro profundo y luego la grave voz de papá inundó el espacio.
—Cielo, soy yo —exclamó él —. ¿Podrías dejarme entrar?
Lo pensé. Realmente no quería hablar con él, pero sabía que en algún momento tendría que hacerlo. Giré la llave, luego el pomo, y lo vi parado frente a mí, con esa expresión de preocupación que siempre me hacía sentir culpable. Entró con pasos perezosos y se sentó en el borde de mi cama. Lo imité y me posicioné a su lado, mirando mis pies descalzos.
—Bueno, ¿de qué querías hablar, papá? —pregunté, tratando de ocultar la agitación en mi voz.
Al no recibir respuesta, me volví y clavé mi vista en su perfil. Había algo en su mirada que me decía que no era un momento fácil para él.
—Verás, cariño... Lewis se muestra muy arrepentido por todo lo que ha pasado... Así que he pensado que podemos darle una nueva oportunidad —dijo él con cautela, como si cada palabra fuera un paso en un campo de minas —. Siempre has dicho que todos merecen una segunda oportunidad, así que, ¿por qué no hacemos lo mismo con él?
Casi suelto una risa, pero papá no lo decía de broma. Él quería que le diera una oportunidad a ese chico. Un chico que estuvo al borde de sobrepasar todos los límites conmigo.
—Papá, ¿estás hablando en serio? —exclamé, sintiendo cómo la rabia se apoderaba de mí. Las palabras salieron de mi boca como un torrente de lava —. Lewis no es alguien a quien se pueda dar una segunda oportunidad. Su «arrepentimiento» es solo una fachada.
—Maddie, entiende que Elina y yo queremos que todos estemos bien —dijo él, su voz suave pero firme. Pero en sus ojos vi una chispa de frustración, como si estuviera luchando contra un torrente de emociones.
—¿Bien? —repliqué, sintiendo que mi corazón se encogía —. ¿Cómo puede estar bien todo esto? No puedo simplemente olvidar lo que él me hizo.
—Nadie te pide que lo olvides —respondió papá, su tono se tornó más serio —. Solo te pido que seas un poco más abierta. Piensa en Elina, en lo que significa para mí.
Su frase me golpeó como un puño en el estómago. La idea de que mi padre pudiera querer a Elina más que a mí, más que a mi propia madre, me llenó de una tristeza profunda.
—¿Y qué hay de mí? —susurré, sintiendo que las lágrimas amenazaban con brotar —. ¿Qué hay de mis sentimientos?
—Tienes razón, y lo siento —dijo él, inclinándose hacia mí —. Pero debemos intentar ser una familia.
Las palabras «familia» e «intentar» flotaban en el aire, y en ese instante, supe que no había vuelta atrás. La cena llegó sin que pudiera evitarlo. La mesa estaba decorada con un delicado mantel, y el aroma de la comida se esparcía por toda la casa, como un recordatorio de que la vida continuaba a pesar de mis tormentos internos.
Elina se movía con gracia, sirviendo los platos, mientras papá la miraba con esa expresión de enamorado que me hacía sentir un nudo en el estómago. Era como si fuera un espectador en su propio drama, y yo no quería ser parte de él.