Hedala, 14 de marzo del 2018.
De: Kali O’Neill
Para: Eloisa González
No tengo ni la más remota idea de cómo empezar esta carta o de si, dadas las circunstancias, debería escribirla en primer lugar. Pero, aunque siga confundida y enojada, te extraño, y no se me ocurre otra persona que no seas tú para compartir uno de los momentos que más he esperado en mi vida.
Pese a que debiste estar AQUÍ para verlo por ti misma.
Antes de explicarte como ha acontecido lo siguiente debo aclarar un punto fundamental: No estás siendo especialmente sutil al eludir mis interrogantes.
Si no te conociera lo suficiente podría pensar que estás extremadamente ocupada, o que no es una reacción consciente el evitar responder a las preguntas que te he hecho en la carta anterior.
Pero como te CONOZCO lo suficiente o, mejor dicho, mucho más de lo que creo que nadie te conoce, sé a ciencia cierta que sí es tu intención hacer oídos sordos a mis súplicas.
Dejando esto claro, sólo… sigamos adelante.
Me he levantado esta mañana y te juro por el bendito que el mundo tenía un color diferente: todo parecía más brillante y más cálido, como si hubiera despertado dentro de uno de esos cuadros flauvistas de Maurice de Vlaminck que tanto le gustaban a mi madre. Ya sabes, esos cuadros donde las pinceladas de colores vehementes ocupaban un primer plano.
Luego de contemplar el mundo y hacer un intento muy pobre de filosofar al respecto, caí en la cuenta de por qué todo parecía tan hermoso. Y me he puesto de los nervios.
Lo que únicamente me llevó a casi hiperventilar mientras caminaba de una esquina a la otra (de ida y vuelta, ida y vuelta…), a la vez que me comía las uñas hasta la cutícula.
(Si hubieras estado AQUÍ, podrías haberme regañado por ello).
Luego procedí a revolver la caja de zapatos que llamo apartamento en busca de mi capa ceremonial negra y, cuando sólo faltaba una media hora para el momento acordado, la capa finalmente decidió reaparecer. No creo que te sorprenda saber que estaba en el armario, justo donde la había dejado la noche anterior.
Durante el corto viaje en autobús me encontraba agitada y esperanzada, una mezcla vigorizante y paralizante en la misma medida. No me preguntes si alguien me habló o me saludó en el trayecto porque estoy segura de que no podría recordarlo: mi mente estaba girando a una velocidad vertiginosa imaginando los acontecimientos que tendrían lugar en sólo unos minutos.
Aún puedo sentir en el pecho un poco de la aprensión que me abrumó cuando vi los negros y altos chapiteles y pináculos romper con la continuidad del horizonte. El corazón de LOB nunca me había parecido tan grande e imponente. Jamás había sentido tal cantidad de nervios al observar su ingente cantidad de columnas y capiteles.
Me he acordado de ti apenas puse un pie dentro de la sede.
y ¿cómo no hacerlo?
Tu presencia de alguna forma seguía allí: lo mucho que adorabas los arcos apuntados, o lo embobada que te quedabas al contemplar la cúpula por la cual entraba un benévolo rayo de luz natural. O cómo solíamos escaparnos de la vigilancia de mi madre para corretear por los largos pasillos de la sede, mientras los ecos de nuestras pisadas alertaban a todos los demás miembros de nuestras travesuras. O la noche cuando junto a Lucian decidimos gastarle una broma a Peggy por su cumpleaños número trece decorando las paredes con globos, serpentinas y un enorme cartel de “Más vieja pero no más sabia”, incluso cuando ella fue la más rápida de entre todos nosotros en desarrollar su Don.
No te voy a mentir, volver a entrar fue agridulce. Nunca debería haber dejado la sede en primer lugar, y usualmente no soy de echarle leña al fuego, pero las dos sabemos que todo ello fue tu culpa. Como ves, se me está haciendo difícil no estar enfadada contigo.
Esperaba que la ceremonia fuera exactamente igual a como fue la tuya sólo unos meses atrás, y aunque talvez así haya sido, me ha parecido completamente diferente.
Augusto, el Primero de los Siete, pronunció un escueto pero elocuente discurso que me ha llegado al alma. Fue algo más o menos así (en resumen): “Cada uno de ustedes tiene el deber de proteger el legado de sus ancestros, les puedo asegurar que cumplir con esta obligación es la única forma en la que encontraran la gloria. No es un camino fácil, ni exento de sacrificios, pero hoy, aquí y ahora, están dando el primer paso.”
Luego de aquello nos subimos nuestras capuchas negras en símbolo de unidad, para demostrar que todos éramos uno, que todos éramos LOB, y esperamos pacientemente nuestro turno para tomar lugar en podio y decir nuestros votos.