Volema, 18 de marzo del 2018.
De: Eloisa González
Para: Kali O’Neill
He releído tu carta un millón de veces. Ya sabes, justo como suelo leer un buen libro de poesía: la terminé y aun con las últimas palabras resonando en mi cabeza comencé a releer desde el principio. Sin embargo, Kali, no tengo ni idea de qué decirte. Podría comenzar con: No me siento yo misma estos días, pero eso sería irme por la tangente. Así que voy a ser tan directa como puedo serlo: Si pudiera, taconcitos, estaría junto a ti. Y esa es la palabra clave: poder. No puedo, y mucho menos estoy en posición de explicarte el porqué. Así que voy a pedirte algo que Dios sabe que no me gustaría pedirte, te voy a rogar que des un salto de fe por mí, y con respecto a mí. Necesito que no me hagas preguntas, necesito que creas en mí aun cuando parece que estoy haciendo todo mal, aun cuando parece que soy una deshonra y una vergüenza. Y lo más difícil de todo es que también tengo que suplicarte que seas leal a nuestra amistad: Por favor, Kali, Por favor, no le muestres esto a la orden del bendito.
Te lo ruego, no me traiciones.
Y sé que esto es hipócrita y doble moral y ambas sabemos que yo, personalmente, odio ambas cosas. Sé que estarías en tu derecho si llegaras a negarte a mi petición. Kali, lo entendería, pero si ese es el caso te pido que seas honesta al respecto. Si vas a delatarme, por favor avísame.
En este momento estoy sentada en el mismo rinconcito en el que me senté a escribirte la primera carta y se me ha ocurrido que es un buen momento para tratar de entender por qué, aun cuando juraste que yo siempre sería lo principal para ti, que yo era lo único que te quedaba, en el momento en el que la orden me declaró una proscrita, me diste la espalda.
Duele y arde y escuece. Todo junto cuando recuerdo como me miraste, con ese fuego que siempre brilla en tus ojos oscuros, y me pediste que nunca, nunca jamás te dirigiera la palabra. Me dijiste que estaba traicionando a tu madre, la mujer que nos crio, me exigiste que cambiara de opinión y que jurara seguir con el cumplimiento de mis votos, me rogaste que no les dijera que creía que la orden, y todo lo que representaban, eran un montón de mentiras.
Y, aun así, media hora después lloraste cuando fui acusada de ser egoísta en demasía y de ser una amoral por rehusarme a seguir con el cumplimiento de mis votos. Y, aun así, sollozaste cuando se me acusó de traición por romper mi juramento.
Todos saben que los traidores terminan de una única forma en la orden: expulsados. Kali, yo sabía lo que estaba haciendo y sabía muy bien las consecuencias, sabía que perdería parte de mi vida, si es que aún me quedaba algo que perder después de todo. Y entiendo que también te traicioné a ti y a tus creencias.
Pero nunca pensé que podía perderte a ti.
Jamás se me cruzó por la cabeza que algo de lo que hiciera podía hacer que te arrepintieras de la única cosa en la que confiaba para ser mi salvación: nosotras.
Sé que estás herida, pero por una vez necesito que me creas cuando te digo que yo también lo estoy. No soy quien para decirlo, pero quizá esta vez tu dolor no se puede comparar con el mío. Quizá hoy yo sufro más. No lo sé. No lo sé, Kali. No lo sé. No lo sé. No lo sé. No lo sé. No lo sé. Y, Dios mío, lo único en lo que no puedo dejar de pensar es en sí podrías, por favor, aclararme cómo estamos. ¿Aún somos amigas? ¿Aún soy tu alma gemela? ¿Aún soy tu familia?
Supongo que sería más fácil sólo preguntarte si aún no te has quitado con láser u otra parafernalia nuestro pizza-tatuaje. Ya sabes, el mío sigue donde ha estado los últimos cinco años: en mi muñeca, entonces si el tuyo sigue en la tuya significa que todo está bien ¿No?.
Si bueno, ahora estoy divagando y siendo bastante estúpida, pero he escrito a lapicero y dudo que sea buena idea intentar tacharlo.
Suficiente.
Es hora de dejar las lágrimas de lado y sonreír un poco. Toma todo lo anterior como un enorme paréntesis y finjamos que la carta comienza a partir de aquí. ¿Ves? Siempre tengo ideas divertidas. Espera, ese no es el inicio. ¡Qué esperes!
Ahora.
Hoy he retomado uno de mis viejos hábitos. Literalmente. Pista: solías decirme que era algo demasiado típico de viejos y que me ocasionaría canas instantáneas. Y recuerdo que te contesté de la misma manera cada vez que salías con una de esas: ¡No seas tonta, taconcitos!. Probablemente ya lo adivinaste, pero lo diré de todas formas: He ido a alimentar a las Columba livia.