Carta 10

Hedala, 20 de marzo del 2018.

De: Kali O’Neill

Para: Eloisa González

¡Por la Primera Bendita!, DEJA DE LLAMARME “TACONCITOS”

TIENES que superar que soy más alta que tú, incluso sin la ayuda extra de mis bebés.

No es mi culpa que tus genes te hayan jugado la mala pasada de hacerte nacer con las medidas de un pitufo. Además, resolvimos esta pelea varios años atrás, cuando cumplí los trece años y te repasé en estatura (a pesar de tu insoportable insistencia en que era solo el volumen extra de mi cabello lo que me hacía ganar altura. ¡Aja! Como si yo tuviera frizz).

Otra cosa: es súper raro hablar por cartas. Es como estar en tu jodida cabeza.

Siempre me pregunté cómo sonarían los pensamientos que guardas cuando olvidas completamente el mundo real y te enfocas en un mundo que no soy capaz de ver ni oír.

Me imagino que sientes lo mismo con respecto a mí: que ahora puedes leerme la mente. Aunque, pensándolo bien, es posible que esto no sea cierto debido a que suelo ser muy bocazas (y no muy del estilo Pensador Silencioso).

Por otra parte, quería preguntarte… ¿de qué tatuaje hablas? Yo no tengo ninguno.

Solo bromeaba :)

Nuestro pizza-tatuaje sigue justo donde siempre: en el centro de mi muñeca derecha. Lo observo todos los días, pitufina, y pienso en ti mientras remarco los contornos con mis dedos.

¿Qué curioso, no? Como una simple rebanada de pizza de peperonni, piña y maíz puede simbolizar algo tan inefable como el fuerte vínculo entre nosotras.

Y si eso no contesta tu pregunta te lo dejaré más claro: Sin importar qué pase, cómo o por qué, seguirás siendo mi familia.

Siempre intentaré protegerte y nunca me atreveré a traicionarte. (Lo prometo)

Además, eso de la traición no tendrías ni que preguntarlo… Mi madre me educó bien y ya sabes lo que solía decir:

“Con la familia,

la traición,

no es una opción.”

Consecuente con el hecho de que sigues siendo MI MEJOR AMIGA, aún pienso en nuestros destinos –y vidas- como algo conjunto, algo que siempre va a estar entrelazado. Justo como las ninfas de “Las estrellas gemelas” de Luis Falero (más vale que sepas de qué te estoy hablando). Para refrescar tu memoria: El cuadro con el que mi madre se obsesionó cuando teníamos más o menos diez años, que era de un pintor español al que le gustaban los desnudos y la astrología.

Dejando eso de lado y poniéndonos serias… Lamento haber actuado como lo hice, pero estaba muy enfadada y no lograba entender como tú, la personificación de la calma y la estabilidad, parecías estar perdiendo el control.

Aun no lo entiendo, pero dado que ya has dejado claro que no te tomarás la molestia de responder, no perderé el tiempo en preguntar. Sin embargo, te voy a recordar una cosa, Eloisa: ODIO las mentiras. TODAS Y CADA UNA. Y odio las despedidas que no están acompañadas con promesas de regreso.

Esto no es algo nuevo y las dos sabemos de dónde proviene: Mi madre me guardó demasiados secretos y mi padre me abandonó antes de nacer. Y los odié por ello (A mamá un poco y a papa completamente).

Y, Eloisa, tú estás haciendo ambos.

No sé si puedo soportarlo.

Pero lo intentaré.

¡Qué fastidio, pitufina!: no se me ocurre una sola cosa que no intentaría por ti…

Hablando de mamá, tienes razón en algo: ella JAMÁS me contó esa historia (la de la hermosa creatura y la pajarita blanca) ni nada que remotamente se le pareciera. Si no fuera consciente de que tú no serías capaz de mentirme sobre algo tan valioso para mí como lo es un vestigio de lo que una vez fue la vida de mi madre, me estaría cuestionando si la historia es siquiera suya. Es un cuento triste y, si lo pienso con detenimiento, me invade el terror.

Sus historias solían ser hermosas, tener un carácter didáctico y poseer grandes pinceladas de idilio, mientras que esta parece más un sueño grotesco.

Una cosa si te puedo decir: mi madre jamás contaba un cuento sin tener un punto en mente.

No obstante, no logro encontrarle la moraleja a la historia por más que lo intente.

Aun así, valoro que me hayas regalado un pedacito de ella.

Gracias.