Siempre tuya

Carta 11

(Nota escrita por Eloisa)

(20 de marzo.11:43 p.m.)

Estaba oscuro y húmedo. Un rayo de luz se extendía hacia mí por la ranura inferior de la puerta mientras yo intentaba alcanzarla con todas las fuerzas que me quedaban. Un pequeño rayo de esperanza acariciando el suelo frío sobre el cual yacía tendida sin poder moverme. El dolor era punzante en mis brazos y torso, y mi cara se sentía enorme, hinchada.

¿Cuánto tiempo había pasado desde que él dejó la habitación?

He estado llorando, puedo decirlo por la forma en que no puedo emitir sonido sin que parezca un lamento.

Está demasiado oscuro y estoy demasiado sola.

Lo siento, lo siento, lo siento. ¿Qué he hecho?

No debí dejar que esto llegara tan lejos.

¿Esto es lo que el pastorcito ha estado sintiendo?

¿Cómo pude permitirlo?

Intenté mover mis dedos, pero el dolor me lo impidió.

Lo permití porque estaba asustada –recordé-, sabía lo que él iba a hacerme. Aunque no quisiera admitírmelo a mí misma.

Un chirrido interrumpió mis pensamientos. La luz entró a borbotones desde el pasillo.

Sabía lo que iba a pasar a continuación. Él iba a acercarse, cargarme, acomodarme sobre la cama y dejarme sola de nuevo.

Sin embargo, eso no fue lo que ocurrió.

En cambio, levanté la vista y sobre su cara se extendía una amable y dulce sonrisa.

Te amo- dijo-, confía en mí, amor.

Y casi dije que sí. Pero entonces desde el pasillo se oyó un sollozo de dolor que me desgarró el alma.

Y desperté.

 

Sabes, es curioso. Algunas chicas queman fotos, otras rompen cosas, algunas bloquean en Facebook y Twitter. Pero yo tengo que escribir pesadillas en medio de la noche, mientras lloro y me recuerdo que ya no puedes hacernos daño.

Quemaré esta carta.

Y tal vez el fuego sea capaz de purificar todo lo malo que está dentro de mi cabeza en estos momentos. O tal vez sea una manera menos nociva de dejar salir toda la ira y el enfado.

Porque estoy muy, muy enfada. Principalmente conmigo misma.

¿Por qué tuve que ser lo suficientemente estúpida como para creer que podía reparar algo tan desesperadamente roto?

Tal vez es algo propio del amor hacerte creer que puedes salvar lo insalvable. No lo sé.

 

La primera vez que te vi era noviembre.

Era un día frío de esos en los que tienes que embutirte de mala gana en un par de jeans gruesos, varios abrigos superpuestos y mitones. Yo me encontraba completamente absorta en los documentos de mi último caso (no oficial, por supuesto): una mujer de veintitrés años con depresión crónica a la que estaba tratando de ayudar a salir adelante. Mi viejo amigo el Doctor Franz me había pedido ayuda unos días antes y yo había aceptado de inmediato. La cafetería se encontraba medianamente llena, y el olor a desayuno recién echo era embriagante. La mesa en la que estaba se hallaba empapelada con el expediente clínico, todo era un reguero, pero funcionaba para mí.

Entonces entraste tú y algo en la forma en la que te movías me hizo voltear de inmediato. Eras el hombre más guapo que había visto en mi vida entera. Tú también me miraste. Sonreíste y el mundo para mí sólo… explotó.

Un montón de sensaciones se esparcieron por mi piel, el cosquilleo de un millar de mariposas. Mi estómago dolió por los nervios cuando caminaste en mi dirección, sin apartar la mirada.

Entonces recordé dónde estaba. Una cafetería al final de la calle 13 (cinco o seis cuadras lejos de LOB) a la cual los miembros jóvenes de la orden solían rehuirle por no ser un Starbucks y el resto de los miembros por estar tan destartalada. Pero al parecer no era lo suficientemente fea ni estaba lo suficientemente lejos para ti, porque aquí estabas.

Y yo tenía un montón de documentos de un caso que no me fue asignado por la orden. Un caso que, por lo tanto, no debería estar intentado resolver. Era un barco camino al naufragio en ese momento. Con un montón de pruebas que harían que me metiera en muchos problemas, allí, justo delante de mí.

Aparté la mirada e intenté, a todo vapor, volver el montón de hojas una pila ordenada y guardarla. Pero llegaste y te sentaste en el puesto frente al mío con la curiosidad escrita en la mirada. Agarraste uno de los papeles y lo oteaste y yo me quedé aterida. Abriste los ojos con sorpresa. Esperé, aterrada, que te fueras y luego me delataras. Pero tú solo trajiste de vuelta la sonrisa a tu rostro y me ayudaste a ordenar los papeles. No hiciste preguntas, no juzgaste. Y cuando terminaste de ordenar todo (porque yo aún no era capaz de moverme) me tendiste la mano y te presentaste.



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En el texto hay: amor, amistad, brujo

Editado: 03.09.2018

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