Volema, 24 de marzo del 2018.
De: Eloisa González
Para: Kali O’Neill
¿Existe algo que no pueda curarse observando un atardecer?
Porque en mi opinión es uno de los mejores remedios: cose el corazón roto, une las fisuras del alma, enyesa las mentes fracturadas, desintoxica los pensamientos y vacuna contra la indiferencia.
Cuando Walt Witman dijo “Ahora conozco el secreto de hacer la mejor persona: crecer bajo el aire abierto y comer y dormir con la tierra.” No estaba bromeando.
Hoy me siento mucho mejor de lo que me he sentido en estos últimos tres días y es gracias a los rayos de luz del sol, el agua de la lluvia, el aire fresco y, por supuesto, la tierra y su aroma.
Sé me ha ocurrido que nosotros, los seres humanos, somos como una pequeña y delicada planta que necesita un poco de cuidado de vez en cuando para atreverse a regalar sus primeros brotes y hundir profundamente sus raíces.
Supongo que el anhelo por lo salvaje siempre ha existido: ese deseo de salir corriendo de las ciudades y encontrar un lugar tranquilo donde observar la naturaleza y lo interconectados que, a pesar de nuestros intentos, aún estamos con ella.
Incluso me he dado cuenta de que, mientras vivimos en estas jaulas de metal, olvidamos que somos partes de algo más grande que un mundo regido por una serie interminable de metas y objetivos que nos han metido en la cabeza maquillándolos como nuestros deseos e ideas propias, un mundo cronometrado donde sí se te va un segundo de tiempo perdiste el juego de antemano.
Ponte a pensar por ello un minuto: cuando hablamos de animales y humanos, nos referimos a dos cosas, según nuestra percepción, completamente diferentes. ¿Pero no somos los humanos animales también? ¿No venimos nosotros de la selva y el árbol y la tierra? ¿O acaso nuestro hábitat natural son los refugios artificiales que hemos creado para olvidar lo que dejamos atrás? ¿No nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos como ellos? ¿Entonces por qué consideramos a los otros seres vivientes menos que a nosotros mismos? ¿por qué consideramos lo natural como algo ajeno?
Además…
¿Por qué será que creemos que para sanar nuestras heridas debemos seguir hurgándolas en lugar de darnos cuenta que lo que necesitamos es detener todo el ruido incesante y el bullicio de nuestras vidas y solo respirar?
No una respiración superficial, tampoco una respiración inconsciente.
Respirar bien. Con todas sus letras.
¿Y me dirás, acaso se puede respirar mal?
Sí, sí se puede.
Respirar mal es respirar solo porque debes.
La única forma de respirar bien es hacerlo porque quieres.
Quieres que el aire entre en tus pulmones.
Quieres que el olor de las flores y la tierra mojada invada tus sentidos.
Quieres que cada pequeña cosa hermosa se vuelva un gigante que sea imposible ignorar.
Quieres que el tiempo nunca se te agote para descubrir cómo vivir a tu propia manera.
Hoy he respirado bien, Kali. ¿Lo has hecho tú últimamente sin mí a tu lado para recordarte que bajes la velocidad y aprecies lo que estás pasando por alto?
Espero que sí, y si no es así, por favor detente ya mismo y hazlo.
Voy a suponer que me has hecho caso, como la obediente amiga que (no) eres y seguiré adelante con lo que quiero contar.
Primero que nada, dales mis efusivos saludos a Flash. Y sí, cómo dijiste con anterioridad, es la tortuga más sentimental del mundo, aunque obviamente no sepa cómo demostrarlo. (deberías hacerme caso, recuerda que yo sí que puedo ver su aura).
Ya aclarado eso, me disculpo por el tono serio, pero quiero hablarte sin tapujos sobre algunos asuntos y lo más probable es que la situación sea peliaguda para mí de expresar y para ti de leer; Pero si, una vez que termine de dar mi sincera opinión, aun no quieres mandarme (de forma violenta) a freír espárragos, te prometo no continuar siendo una mojigata cansona.
En tú primera y segunda carta enfáticamente reiteraste tus deseos de que volviera a Hedala, así como me dejaste entrever tus conflictivos sentimientos hacia mí, que van desde la ira hasta el dolor. Sin embargo, Kali, la verdad es la siguiente: No puedo volver a lo que una vez fue mi hogar y aun si pudiera, no estoy segura de querer hacerlo. Creo que ya te lo había dicho, pero necesito que lo entiendas bien esta vez y te bajes de esa nube en la que estás montada.
Te lo aclaro: nada de ello tiene que ver contigo, porque eres la única cosa que he dejado atrás y quiero de regreso. ¿Por qué? Bueno, es simple: eres la mejor amiga de todas y no sé qué hubiera sido de mí si no hubieras llegado a mi vida.