Siete meses

Capítulo 7 | El primer beso

 

 

Después de haber intercambiado historias de lo más tiernas sobre nuestros antepasados y nuestra visión sobre la vida y la muerte, salimos del cementerio aún con nuestra conexión avatariana.

Al cruzar de nuevo por los arcos de mármol, nuestra burbuja se reventó de golpe con el ambiente cargado de fiesta y fútbol. A donde quiera que mirábamos había algún patriota usando la bandera de su país como capa mágica de súper héroe o cual falda. Se escuchaba música por un lado y carcajadas por el otro. Era imposible dejar de sonreír.

Mi Fede me llevó por su calle peatonal favorita que está ambientada por numerosos cafés y bares, pero además los sábados los agricultores locales montan un mercadito para vender sus productos frescos y orgánicos, traídos directito desde sus granjas. El lugar estaba sobrecargado de gente comprando frutas, quesos y demás.

La calle me pareció perfecta para sentarte un sábado cualquiera a leer un libro en una de las terracitas sombreadas por árboles. Pero ese día, no se prestaba para ello, en definitiva.

Compramos un pretzel gigante y un vasito de sidra casera, dos de las cosas más típicas de la ciudad; y nos encaminamos hacia el coche, bailando e interactuando con todos de manera amigable.

Mi Fede se robó una salchicha de la mano de una chica y le dio un tremendo mordiscón para después devolvérsela a la mitad. Yo bailaba en círculos con la bandera de unos chicos alemanes amarrada en mi cabeza como si fuera una monja voladora. Gritaba a toda voz «¡Viva México, cabrones!». En alguna otra ocasión, podría haber muerto de vergüenza, pero ese día éramos uno más en medio de una locura colectiva.

Parecíamos borrachos, y eso que solo habíamos tomado un vasito de sidra, pero la alegría que empapaba el lugar era contagiosa. Seguimos paseando por las calles, haciendo tonterías, bailando con los desconocidos y saltando por doquier.

Llegamos al coche cansados de tanto reír. Me abrió la puerta del copiloto haciendo una reverencia y subí a su Peugeot verde tomada de su mano, cual Cenicienta en carroza. Abrí su puerta desde dentro, como toda una damisela bien educada y me puse el cinturón de seguridad. Hice una pausa al oír el clic asegurarme en el asiento y recordé las palabras que me había dicho unas cuantas horas antes: tiene truco.

Subió al coche sonriendo, pero su gesto se desvaneció en un instante cuando vio mis ojos entrecerrados con sospecha.

—Pregunta siete —le dije muy seria. Giré el cuerpo hacia él para confrontarlo aún más.

—¿Seguimos jugando? Ya no tengo más sorpresas —me evadió confundido.

—Digamos que es mi juego y las reglas pueden cambiar a mi antojo —contesté cual diva, mirándolo a los ojos sin parpadear.

—¡Okey, pero la pregunta es la seis, no hagas trampa! —Soltó las llaves del contacto y giró su cuerpo de frente al mío para darme toda su atención. Lo hizo con una actitud alegre, ignorando mi seriedad por completo.

—¿El cinturón de seguridad tiene truco? —Lo estiré tan lejos como pude.

Tardó unos segundos en pensar su respuesta. Tartamudeaba nervioso. Cerró los ojos, negó con la cabeza agachándola como un niño al que se le descubre diciendo una mentira.

—E... e... es que... es que hueles delicioso. Era un pretexto para acercarme a ti —me confesó con una tímida sonrisa y mirándome a los ojos aún con la cabeza agachada.

Como era de esperarse, las mariposas en mi panza, —qué digo mariposas, los dragones—, comenzaron a revolotear de tal forma que si hubiéramos podido hacerles un close-up, habríamos visto a un par de docenas de ellos saltando y dando maromas sobre un tombling, mientras trataban de mantener el equilibrio con sus alas.

Inhalé hondo pues sentí que algo me faltaba en el pecho, o me sobraba. No sé muy bien cómo explicar esa sensación corporal que te da y te quita al mismo tiempo. Eso que sientes que te detiene y te empuja, algo muy raro, supongo que solo pasa cuando se está enamorado.

—Se llama mantequilla de chocolate. Es mi crema favorita, aunque creo que empalaga un poco. —Me pasé la nariz por el brazo sintiendo el aroma que lo había hecho mentirme.

Regresé el cuerpo a una posición normal en el asiento. Muy despacio, me desabroché el cinturón de seguridad regresándolo a su lugar. No me atrevía a mirarlo a los ojos, sabía que esta vez no me podría contener, pero quería sentirlo otra vez tan cerca como antes.

Frédéric entendió mi invitación y se acercó como en cámara lenta. Me sentía la protagonista de una película. Abalanzó su cuerpo sobre mí, como si fuera a arreglar de nuevo el cinturón, pero esta vez dejó los labios a unos milímetros de mi oreja.

—No, no es el chocolate. Eres… tú —me susurró con unas pausas de lo más sensuales—. Y nunca… jamás podría empalagarme de ti.

Esta vez no me pude resistir a cerrar los ojos y me dejé envolver por ese olor a madera y sus palabras seductoras.

Inspiró muy profundo, rozándome el lóbulo de la oreja con los labios. Comenzó a pasearlos besándome toda la cara muy, muy, muy, muy despacio. Inhalaba en cada beso, tomándose su tiempo. Comencé a estremecerme con los escalofríos que me electrizaban el cuerpo. La espalda se me arqueaba sin control con cada roce de sus labios.

Mis sentidos se habían triplicado. Más bien era como si pudiera sentirlo todo multiplicado por siete. Sus labios me acariciaban la cara como si estuvieran hechos de algodón. El olor que respiraba cerca de su piel era tan tóxico que se me antojaba lamerlo. Podía escuchar cada leve gemido y corta exhalación por muy baja que esta fuera.

Giré mi cabeza hacia el lado opuesto para dejar al descubierto mi cuello y que tuviera más espacio para pasear los labios a lo largo de mi piel.

Este hecho lo hizo comenzar a besarme el cuello con una pasión no apta para hacerlo en público y a esas horas del día. Fue bajando con calma hasta llegar al hombro. Se detuvo por un momento y con su mano se ayudó a descubrirme la piel de la blusa amarilla que la protegía. Con más pasión que ternura, comenzó a besar cada una de las pecas, siguiendo su camino de regreso por el cuello hasta la oreja opuesta. Para entonces, mis manos se encontraban entumecidas por la fuerza con la que se agarraban al asiento.



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En el texto hay: amor, viaje, desamor

Editado: 17.12.2019

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