Capítulo 8. Los habitantes
Ya había oscurecido cuando llegaron a la alta valla de hierro que rodeaba una magnífica casa, realmente muy interesante y moderna.
De repente, Inga recordó que había visto este tipo de casas alguna vez en las páginas de una revista de moda y lujo. Ese destello de recuerdo sobre la revista la hizo estremecerse, detenerse frente a la casa, absorbiendo con avidez las luces acogedoras que brillaban desde las amplias ventanas iluminadas.
"¡He recordado la revista!", pensó. Y aquella casa le resultaba vagamente familiar. Se alegró en silencio: al menos no había olvidado absolutamente todo sobre su vida anterior.
Qué cosa tan extraña es la memoria. Recordaba todo lo que se refería al mundo que la rodeaba: sabía que vivía en Ucrania, conocía el nombre de la capital, se desenvolvía perfectamente, por ejemplo, en los precios, sabía qué libros le gustaba leer, qué películas mirar, comprendía lo que ocurría a su alrededor. Pero su propio pasado, eso no lo recordaba en absoluto.
Sin embargo, la casa parecía ondear en su mente como un recuerdo difuso. Aquellas ventanas… sí, estaba segura de que ya las había visto antes. Quizás, en verdad, había vivido allí.
Siguió a Artem, que había abierto la puerta de entrada y la miraba con una ligera expectación. La muchacha entró lentamente, dio un paso al umbral y se quedó inmóvil, cautivada por el interior. La casa era aún más impresionante por dentro que por fuera: tan moderna, que le cortó la respiración.
Algo así solo lo había visto en las películas sobre millonarios, con habitaciones amplísimas de techos altos, un mínimo de muebles, y todo extraordinariamente elegante y de última moda.
— Qué hermoso es aquí —susurró ella, mirando a su alrededor.
— Todo esto lo decoraste tú —dijo Artem con una media sonrisa, avanzando más adentro. Se quitó la chaqueta ligera y la arrojó sobre el sofá. La camisa fina, ajustada a sus anchos hombros, se tensaba en los bíceps. Cada vez que se movía, Inga no podía evitar admirar su figura: atlética, cuidada, evidentemente frecuentaba el gimnasio y se ocupaba de sí mismo.
Artem se dio la vuelta, atrapó su mirada y preguntó:
— ¿Pasa algo? Me miras como si me vieras por primera vez —luego, de pronto, se detuvo a mitad de frase y añadió sombríamente—. Perdona. Olvido por completo… Tú no recuerdas nada. Pero para mí eres tan cercana en este interior, tan perfecta, tan orgánica. Sin ti, todo aquí estaba vacío.
Se detuvo en los pantalones deportivos, caídos en sus rodillas.
— Esa ropa… Necesitas cambiarte. Ahora llamaré a la señora Yustyna, nuestra ama de llaves. Ella te ayudará. Es extraño que no haya salido a recibirnos. La había avisado de que llegaríamos pronto.
Sacó el teléfono del bolsillo y marcó unos números.
— Señora Yustyna, ya estamos aquí. Sí, sí, es Inga, de verdad. Bien, después le contaré. Venga, por favor, vamos a cenar.
Editado: 04.09.2025