Capítulo 10
—¡Artem Hryhorovych, ya estoy aquí! ¡Perdone que no bajara antes! —de pronto Inga escuchó una voz femenina, nerviosa y emocionada, que provenía de la escalera superior. Alzó la cabeza y vio a una mujer bajita, rubia, de unos cincuenta años, con un delantal de cocina sobre el vestido, visiblemente alterada, incluso un poco asustada. La mujer lanzó una mirada a Inga y se llevó las manos al rostro con un gesto de sorpresa.
—¡Inga Matviivna! ¡Es usted! —la mujer corrió escaleras abajo y, al llegar hasta Inga, la abrazó con fuerza. En sus ojos brillaban lágrimas. —¡Dios mío, gracias a Dios! ¡Qué alivio que haya regresado! Ya nos imaginábamos lo peor… Artem Hryhorovych estaba tan preocupado por usted, no encontraba paz en ningún momento. ¿Está bien? ¿Cómo se siente?
—Pani Yustyna, Inga está bien —intervino Artem—. Solo que después de este incidente quedó un poco… eh… enferma. No sé cómo explicarlo bien…
Artem miró a Inga de reojo, pero ella fijó la vista en el rostro de la mujer, apretó su mano y respondió por sí misma:
—Entiendo… ¿usted es nuestra ama de llaves? Pani Yustyna… lo que pasa es que yo… he perdido la memoria. Me ocurrió algo… Y ahora, según dicen los médicos, tengo amnesia. No recuerdo nada de mi vida anterior. Artem vino a buscarme, me encontró gracias a unas personas que me hallaron en el bosque, me mostró una foto nuestra, me contó dónde vivíamos y me trajo aquí… Eso es todo lo que sé de esta casa y de quienes habitan en ella. Así que le ruego me perdone… pero no la recuerdo.
Inga suspiró, y la mujer dejó escapar un lamento lleno de pesar:
—Ay, Dios mío… ¡Qué desgracia! Claro que es algo muy triste. Pero yo pienso así: la memoria puede regresar. Y si no, aquí en su propia casa podrá construir una nueva. Cuando empiece a caminar por los pasillos, a observar cada rincón, quizás algunos recuerdos vuelvan poco a poco. Y si no, igualmente irá formando otros nuevos. Eso, créame, es mucho mejor que haber sufrido un daño físico. ¿Y si se hubiera roto un brazo? ¿O una pierna? ¿O, Dios no lo quiera, algo peor, mucho peor? —dijo la mujer con voz llena de compasión—. Vamos, la ayudaré a cambiarse, porque veo que lleva puesta una ropa… cómo decirlo… que no es la suya.
—Yo estaba con un vestido de verano —respondió Inga, agitando la bolsa que tenía en la mano, dentro de la cual pani Anna había puesto aquel vestido. En el coche Inga también había guardado un hatillo con empanadillas.
—¡Bah, olvídese de ese vestido! —exclamó con un ademán pani Yustyna—. Seguro que ya está todo sucio. Déjemelo y yo se lo lavo. ¡Si tiene usted tanta ropa! Vamos, venga a cambiarse. Y enseguida le preparo un baño bien caliente.
La mujer salió corriendo hacia adelante, subió por las escaleras, giró a la izquierda en el descansillo superior y desapareció en el pasillo...
Editado: 04.09.2025