Capítulo 13
Inga se sorprendió a sí misma con aquella frase brusca y, de repente, se sintió incómoda. ¿Por qué se había puesto tan nerviosa? No tenía ninguna intención de gritarle a doña Yustyna. Y ese tono imperativo, autoritario… no le gustó en absoluto la forma en que había reaccionado a unas palabras que parecían, en apariencia, inocentes.
Seguramente lo que más la irritaba era que ella se metiera en su espacio personal.
—Perdóneme, doña Yustyna, no quise alzar la voz —dijo ya con mayor calma.
Ahora fue el turno de Yustyna de sorprenderse. Se volvió hacia Inga con gesto asombrado, pero no dijo nada, tan solo movió la cabeza de un lado a otro.
—El baño ya está preparado —señaló la puerta del cuarto de baño—, y la ropa está aquí.
La mujer se dirigió al armario. Grande, moderno, de lo más actual, ocupaba un espacio especial, una amplia y profunda hornacina construida en la pared. Las puertas se deslizaron hacia los lados, y allí Inga vio tal cantidad de ropa variada que sus ojos se perdieron: había trajes de oficina, vestidos de verano, varios abrigos, dos o tres pieles, cada una en su propia sección, e incluso algunas prendas colgadas en fundas especiales…
—Creo que este vestido de noche será adecuado para su cena —dijo la mujer, sacando un vestido color marrón oscuro, de mangas largas, que llegaba un poco por debajo de las rodillas. Nada vulgar, pero muy, muy elegante.
Inga pensó que, al ponerse aquel vestido, cambiaría por completo; dejaría de ser una mujer desorientada, casi una muchacha temerosa de pronunciar palabra. Entonces, quizá, lograría hablar de igual a igual con aquella… su mejor amiga Gertruda. Tal vez…
—Y aquí tiene su calzado —abrió Yustyna las puertas espejadas del lado izquierdo del armario.
En repisas especiales había muchísimos zapatos de distintos estilos, modelos y colores… De pronto, a Inga le vino un recuerdo, como un destello de película que brilló con un fogonazo repentino. ¡Sí, ya había visto una colección de zapatos tan grande en algún sitio! Desde lo más profundo de su memoria emergió la imagen: era la película Sexo en la ciudad. Una de las protagonistas estaba completamente obsesionada con los zapatos. La muchacha se alegró de haber recordado aquel detalle y pensó: “Quizá a mí también me gustaba mucho la variedad de calzado…”
Se acercó y empezó a tocar diferentes botines, sandalias, zapatos de tacón que estaban alineados en los estantes, intentando, a través del tacto, despertar algún otro recuerdo.
—Sí, estos… ¿Por qué no se los prueba? Combinarán perfectamente con el vestido —asintió con aprobación doña Yustyna, al notar que la mano de la joven se detenía en unos zapatos de tacón medio. Eran elegantes, de punta fina, delgados: exactamente lo que hacía falta para el vestido sugerido. —Aquí tiene medias y pantimedias, en una sección aparte —abrió un cajón de una cómoda baja en la esquina de la habitación—. Y en los demás cajones encontrará distintos cosméticos. Estoy segura de que sabrá arreglárselas. Tal vez, Inga Matviivna —añadió—, realizando tareas cotidianas, maquillándose, tomando un baño, poniéndose ropa conocida, logre recordar quién es usted y la vida que llevaba antes. Porque, realmente, no se parece en nada a usted misma…
Inga se tensó y, por alguna razón, pensó que Yustyna se refería a sus disculpas tras haber levantado la voz. Fue en ese momento cuando los ojos de la asistenta se abrieron de par en par, sorprendidos. Ahora Inga percibía todos esos pequeños matices con una intensidad extraordinaria.
—Quizá así sea —asintió la joven, observando el armario lleno de ropa y calzado—. Puede retirarse, doña Yustyna. Me las arreglaré sola. Muchas gracias por su ayuda.
La asistenta salió por la puerta, y Inga se relajó un poco. Por fin se quedó a solas...
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Editado: 04.09.2025