Capítulo 20

Capítulo 20

— ¿Casarme? — preguntó Inga, mirando desconcertada a Artem.

Él, de pronto, soltó una risa forzada, y sus ojos se clavaron en Yaroslav como agujas punzantes.

— Yaroslav, no bromees —dijo con un tono fingidamente despreocupado—. ¿Cuándo ha sido eso? Inga es mi prometida, lo sigue siendo y lo seguirá siendo, y ya vivimos juntos desde hace tiempo. Muy pronto será también mi esposa. Nuestra decisión de casarnos está perfectamente pensada y es lógica. Nos amamos. No le hagas caso, Inga, querida. Yaroslav es un gran bromista, siempre inventa tonterías, ¡él y su padre se han imaginado quién sabe qué!

— Bueno, Inga, tú y yo hablamos de este asunto —replicó Yaroslav, sin prestar atención a las palabras de Artem—. Desde que aparecí aquí, en tu casa, te lo dije claramente: que iba a cortejarte, porque tenía esa misión de parte de mi padre. Y que si Artem se apartaba de ti o ustedes se peleaban, se separaban, el siguiente pretendiente a tu mano sería yo. Y también a ti, Artem, te lo conté en seguida —le lanzó una mirada Yaroslav—. Y tú, Inga, lo tomaste a broma y me respondiste entonces: "Vale, de acuerdo. Pero no puedo imaginar que algún día acepte tu propuesta, porque amo demasiado a Artem como para preferir un matrimonio por conveniencia".

— Cuéntame eso con más detalle —pidió Inga, sin entender absolutamente nada.

Después de escuchar toda aquella conversación en la mesa, comprendió de repente que era una mujer muy rica. ¿De dónde provenía tanta riqueza? Tendría que aclararlo también. Y además, ¡resultaba que había tenido un tutor! Ahora entendía por qué, con semejante fortuna como la suya, y siendo una novia con una gran dote, había tantos hombres rondándola. Y mientras Esteban se mostraba como un buen amigo, Artem hablaba abiertamente de boda, y Yaroslav, en cambio, acababa de soltar aquella inesperada frase sobre un matrimonio concertado.

— Si lo resumo en pocas palabras —dijo Yaroslav, dejando la cuchara y recostándose en el respaldo de la silla—, la historia es la siguiente. Mi padre, Anatoliy Mykolayovych Mulko, fue tu antiguo tutor. Hasta que cumpliste la mayoría de edad, él se encargó de todos tus asuntos, así como de los bienes muebles e inmuebles que pertenecieron a tus difuntos padres. Éramos los parientes más cercanos al momento de que heredases. Sí, sí —asintió Yaroslav al ver la mirada sorprendida de Inga—, en efecto, parientes. Lejanos. Muy lejanos. Se podría decir que casi ni parientes, apenas un lazo remoto. Pero cuando cumpliste la mayoría de edad, recibiste lo que te correspondía por derecho, terminaste la universidad y comenzaste a trabajar, mi padre empezó a preocuparse. No quería que toda esa riqueza cayera en manos ajenas, porque siempre había muchos hombres a tu alrededor, codiciosos de tu dinero. Mi padre no deseaba que tú, junto con tu fortuna, acabaras en manos de estafadores. Por eso ideó este plan, para que yo te cortejara. Para que tú… bueno, para que estuviéramos juntos. Para que nos casáramos.

— ¿Qué? ¿Casarnos? —Inga casi dejó caer el tenedor.

— Sí —confirmó Yaroslav sin apartar la mirada—. Pero yo no quería ocultar nada. Me presenté ante ti en cuanto esa loca idea surgió en la cabeza de mi padre. Y le dije con toda sinceridad que no jugaría sucio. También hablé contigo entonces. Te lo conté todo. Nos reímos juntos, pero acordamos que no rechazaríamos la idea del todo. Para que mi padre no se inquietara, yo fingía estar pendiente de ti, y que tú, en cierta medida, me correspondías. En otras palabras, en principio, aceptaste casarte conmigo. Nuestro matrimonio ficticio solo sería posible si tú rompías con Artem. Yo aparezco de vez en cuando a tu lado, solo para tranquilizar a mi padre. Y ya sabes, últimamente anda algo enfermo… No quiero darle disgustos… Así que, preciosa, eres mi prometida potencial —rió Yaroslav con amargura.

Un silencio denso cayó sobre la mesa.