Sigilo del Velo

Capítulo 19 – La Puerta de la Ciudad Olvidada

La Ciudad Olvidada no parecía abandonada. Parecía… detenida. Como si alguien hubiera pulsado “pausa” en la realidad. Los edificios estaban medio derrumbados, pero sus sombras seguían bien pegadas al suelo, aguardando a que sus dueños regresaran. Las calles se curvaban en arcos que no llevaban a ningún lado, terminando en callejones que se deshacían en la niebla.

Era hermosa. Era aterradora. Y, sobre todo, era el tipo de sitio donde algo desagradable saldría arrastrándose solo para preguntarte: “¿tienes un minuto para hablar de tu condena eterna?”

—Odio este lugar —murmuré.

—Odias todos los lugares —replicó Lira—. Es como tu marca registrada.

—Corrección: odio todos los lugares que parecen querer devorarme. Que, hasta ahora, son… casi todos.

El ganso graznó con un chillido indignado, extendiendo las alas. Tampoco le gustaba la ciudad. Por una vez, estábamos de acuerdo.

Las tazas del buhonero repiqueteaban a cada paso.

—Cuidado —advirtió—. Ciudades como esta tienen memoria larga. No olvidan quién camina por sus calles. Solo esperan… nombres.

—Eso es poético —dije—. Horrible, pero poético.

La mujer de la trenza señaló al frente. Entre dos torres derrumbadas se alzaba una puerta. No era de madera ni de hierro, sino de letras: glifos enormes y brillantes, encajados unos sobre otros formando un arco. Cada símbolo se retorcía suavemente, como si intentara recordar cómo se escribía.

—La Puerta de la Primera Elección —dijo con frialdad.

—Eso no suena prometedor —murmuró Lira.

—Es peor —añadió la trenzada—. La puerta se abre solo si respondes con la palabra que pide. Si te equivocas, también se abre… pero no hacia donde quieres ir.

—Genial —suspiré—. O aciertas o mueres. Ya me encanta esta ciudad.

Los glifos centellearon. Una voz, más honda que el trueno, nos sacudió los huesos:

—Di la palabra que te ata.

Mi pecho ardió. El sigilo bajo mi piel brilló violeta. El cuchillo en mi mano palpitó, ansioso, como si llevara esperando este momento toda su vida metálica.

Lira me miró con pánico.

—Ni se te ocurra.

—¿No se me ocurra qué?

—Decir una estupidez. Este es literalmente el peor momento para una de tus bromas.

—¡Pero si la estupidez es mi única estrategia! —susurré.

El ganso graznó, claramente poniéndose de su parte. Traidor.

El buhonero avanzó, golpeando sus tazas con un ritmo lento.

—La puerta no quiere honestidad. Quiere certeza. Aunque sea mentira, si lo crees lo suficiente… cuenta.

—Eso suena como el peor consejo del mundo.

—Es el único consejo disponible.

Los glifos vibraron de nuevo: —Habla.

Los ojos de la mujer de la trenza se clavaron en mí.

—Te quiere a ti. El sigilo te eligió. El cuchillo te eligió. El camino te eligió. Esta es tu pregunta.

Tragué saliva, la garganta más seca que un desierto.

—La palabra que me ata. Estupendo. Sin presión.

Decenas de respuestas me atropellaron en la cabeza: Después. Casi. Condena. Bob. Todas sonaban mal. Todas sonaban idiotas. Mi corazón retumbaba más fuerte que la propia voz.

Abrí la boca.

—La…

Lira me dio un codazo.

—¡Piensa! No hables por reflejo.

Me mordí la lengua. Y entonces lo entendí: tal vez esa era la clave. No soltar lo primero que viniera, sino decidirlo.

El sigilo ardió otra vez, y susurré:

—Esperar.

Los glifos se congelaron. Durante un segundo de puro terror pensé que nos había condenado a todos.

Pero las letras se doblaron, giraron y se rearmaron en un arco limpio. La niebla retrocedió, abriendo unas calles iluminadas tenuemente que llevaban más adentro de la ciudad.

—¿“Esperar”? —repitió Lira, incrédula.

—Es mi palabra —respondí—. Mejor que decir “Bob”.

El ganso graznó, y decidí interpretarlo como un aplauso.

El buhonero sonrió con un brillo peligroso.

—Bien. Pero recuerda: cada respuesta se acumula. Le has prometido tu palabra a la ciudad. La usará.

—Odio este sitio —murmuré otra vez.

Atravesamos la puerta. Las calles más allá estaban flanqueadas por estatuas de figuras sin rostro, cada una sosteniendo un objeto distinto: llaves, pergaminos, cadenas. Al pasar, sus cabezas giraban, la piedra crujiendo apenas.

—Nada inquietante, ¿verdad? —susurré.

Una estatua se agrietó. Su brazo tembló.

Luego otra. Y otra más.

—Se están moviendo —dijo Lira con voz plana.

La mujer de la trenza clavó un clavo en el suelo de piedra.

—Guardianes. Se despiertan cuando la puerta se abre. Corre… o pelea.

La primera estatua bajó de su pedestal. La piedra estalló bajo su peso. Llevaba una cadena enorme como un látigo. Su cabeza sin rostro se inclinó hacia mí.

—Pues pelea será —dije, alzando el cuchillo.

El sigilo ardió violeta. El ganso lanzó un graznido de guerra.

Y la Ciudad Olvidada despertó rugiendo.



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En el texto hay: aventuras magia, humor y fantasía

Editado: 06.09.2025

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