Silencio

Capitulo 1

El caballero de la carta

Un mes antes

Me vi obligada a complacer a los invitados tocando clásicos por gran rato. Cerré los ojos dejándome llevar por el delicado y somnoliento ritmo, dándome cuenta apenas de que la celebrada era mi persona y que el festejo era a mi honor.

¡Pero qué lenta eres, Gretel!

Debía estar alegre, si, y lo estaba, pero la pena me superaba, al punto de que deseaba alargar mi estadía en el banquillo frente al piano tocando y tocando mientras mis párpados se hundían en sueño. Pero bien sabía que eso no pasaría.

Escuché una risa a mi espalda, bulliciosa pero refinada, conocida pero no tranquilizadora, seguidas de otras que en la mayoría eran masculinas. No pasó mucho tiempo cuando percibí presencia, bastante cerca debo decir, a mis hombros. Suspiré necesitada cuando la tonada se vio por acabada y yo sin más remedio me alisté para ponerme en pie.

Justo cuando intentaba incorporarme un personaje alto y distinguido se situó a mi derecha y posó la mano sobre la superficie del órgano. Éste me miraba sin ninguna discreción con facciones que cualquiera hubiera dicho que eran elocuentes, pero aclaro según mi perspectiva de experiencia y observación; eran escandalosamente confiadas.

Gracias a mis nervios -que de imprevisto me asaltaban- me obligué a plantarme bruscamente en el banquillo.

Lo siguiente que supe fue que un río de aplausos y cumplidos detrás de mí me sobresaltaron haciendo que dejara caer abruptamente las manos sobre las teclas, causando al momento un estrepitoso ruido. Me encogí en vergüenza cerrando los ojos justo para después escuchar un tumulto de risas y algunos retazos de palabras en sanos chistes.

—No se preocupe, un pequeño fallo no opacará lo excelente que usted ha tocado. —tranquilizó en una voz afectuosa y calmada.

Por un momento, había escondido el rostro consumada en pudor y escándalo debido al asalto repentino pero luego, nuevamente, icé el semblante y lo miré. Su mano seguía en el mismo lugar al igual que su mirada; calmada y sonriente, derramando demasiado sosiego y postura.

—Gracias.—me limité a decir.

—No sea modesta.—dijo él sonriendo de lado.

—¿Lo soy?—pregunté incrédula.

—Demasiado, de lo que hacemos bien de eso hay que enorgullecernos.—expresó con calidez.

—Disculpe.—musité.

Él río con desmesurada calma al tiempo que negaba y yo me di cuenta que cada cosa dicha en suma rapidez no habían sido pensadas. ¡Por Dios!

¿Por qué me disculpaba?

—Está usted hecha a su diseño.—comentó asintiendo para sí mientras se llevaba mechones largos que se habían precipitado a su frente.

Me vi tentada a responder pero no lo hice.

De un momento a otro ladeó el rostro hacia algo que llamó su atención detrás de mí, sonrió e hizo una pequeña reverencia con la cabeza. Mientras tanto, observé sus facciones. Era un hombre de prominente estatura, de gestos amables, tez clara, ojos rasgados, de esos que cuando sonríe apenas se puede encontrar la forma de sus ojos. Vaya.

De pronto se volvió y me descubrió observándolo.

Aparté la mirada de inmediato y sin pensarlo mis dedos comenzaron a tocar Rondo Alla Torca de Mozart desenfrenadamente en una severa postura derecha con la vista fija hacia abajo.

Excusa perfecta para no levantar el rostro y exhibir mi vergüenza.

—¿Cuantos son los años?—preguntó al cabo de unos segundos de tensión en los que había estado mirándome.—¿Veintidós?

—Veintitrés.—corregí de inmediato.

—En hora buena.— Me felicitó con  serena emoción.

—Gracias.—mascullé.

Enseguida lo escuché chasquear los dientes y añadir algo con pesadumbre.

—Me pregunto cuál será el defecto que la señorita haya en su servidor como para no querer hablarle.

Levanté la mirada y nuevamente me encontré con la suya.

Debo recalcar algo aquí: Lleva a una niña temerosa lejos de casa y créeme, la harás llorar. Preséntenme un extraño y de verdad que me pondré a temblar y a esquivar conversación.

En cada palabra que había dicho identifiqué rastros aglutinados de coqueteo y costumbre, y el hecho de que era una inexperta en la materia de comportamiento con los del sexo opuesto, podía pensar con toda seguridad que esto no me eximía de lo obvio, aparte que, quizás en alguna que otra ocasión había escuchado los logros nada presumibles de mi hermano Jonathan respecto a mujeres.

En pocas palabras estaba lo suficientemente informada como para no dejarme tentar por las mentiras.

—En absoluto, aún no he hallado pero...—Respondí tan rápido como tocaba.—¿Me advierte usted de algo? ¿Tengo que descubrir alguno del cual tenga que huir y esconderme?

—Dios nos libre a los dos...

—Entonces sí que existe—afirmé de prisa interrumpiendo su voz.

—... de que pueda existir un desperfecto en mi del cual sin remedio me vea inocente pero usted me tome por ilegal.—terminó diciendo su dicho con leve preocupación.




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