Silencio

Capitulo 2

La musa y el caballo

La brisa helada y el tibio resplandor del sol a la mañana siguiente se atenuaron en mi rostro tal como la persistente mirada de Jonathan, que se alternaba entre la hoja de un cuaderno enorme y la posición de mi cuerpo.

Me límite a escuchar el carbón deslizarse sobre el papel tanto como observar la sutileza de sus hermosas y concentradas facciones. Yacía sentado en un sillón acolchonado frente de mí, con una pierna cruzada siendo de soporte para el material y mostrando a la vez, sin cuidado, sus pies descalzos.

 De vez en vez, cuando parecía cansarse soltaba la pieza y se ocupaba de inhalar de un cigarro  que tenía a su derecha colocado en un platito. Debo decir aquí que, cada vez que hacía eso me era inevitable arrugar el rostro y decirle que desistiera de ese vicio asesino pero, para mí acostumbrada forma de ser y del cual me avergonzaba, siempre guardaba reserva. Con la mirada aislada, con sosiego absorbía el paisaje que estaba a mis espalda mientras expulsaba el humo dejando entrever una nubosidad enigmática en sus ojos.

Tal como él, cómplice de una rebosante mañana en el balcón me encontraba unida a un cómodo y ancho sillón reclinable, severamente inmóvil, con una postura de lo más holgazana echada hacia atrás con los pies, debo decir, también descalzos pero con la única diferencia de que estaban cubiertos de lodo, suspendidos y apoyados sin decoro sobre un banquillo rebosante de mazorcas secas.

Antes de que me atreviera a posar mediante el terrible gusto de mi hermano yo era solo una mujer bien vestida y limpia.

¿Por qué cedí?

Mi vestido, los lazos que sostenían mi cabello y las zapatillas recién lustradas justamente elegidas previamente, y que había  idealizado como presentación para el obsequió que este hombre excéntrico quería hacerme de pronto, abruptamente y para mí asombro todo esto cambio. Cuando éste dejó caer la mirada en mí, enseguida y sin lamentación, de su boca brotaron calmosos y negativos "quítate todo, ahora" dejándome en el acto; vestida y alborotada.

¿Pero qué clase de extravagancia pretendía mi hermano esta ve? Me pregunté lejana a la idea cuando un vestido hecho de mantas en totalidad remendadas fue a dar directo en el aire a mis narices mientras que mi cabello era sacudido y enredado bajo sus dedos sin tanta prudencia. Mis preguntas se fueron con el viento cuando en mi afán por saber, de imprevisto, conseguí una reprimenda silenciosa guiada por sus ojos, del cual me hizo callar y ceder con prontitud a lo que pedía.

Cuando estuve envuelta en el andrajo y a un paso de entrar a la claridad que ofrecía el mirador noté como un macetero era arrojado y roto desparramándose en tierra.

—¿Qué estás haciendo?—pregunté salvando la sábila que resistía en un bulto de tierra.

—Siéntate y espera.—respondió impaciente, arrodillado dándome la espalda mientras vertía agua y amasaba el barro que yacía regado.—. Abraza la incertidumbre, hermanita.

Al cabo de unos silenciosos y largos minutos sus manos cubiertas de lodo se embarraron en las plantas de mis pies cubriendo su forma, adoptando la apariencia, mientras lo hacía, como la de un habido escultor. Dibujó dos líneas de lodo en cada una de mis mejillas, cruces en mis brazos y círculos en el campo medio de mis rodillas y tobillos. Luego, coloco un brazo rodeándome el estómago y el otro sosteniendo mi barbilla siendo así inducida a adoptar una mirada arrogante y desinteresada, quedando cual estatua de bronce inmune a movimiento.

Cuando estuve lista, según su perspectiva,  se lavó manos y extrajo un carbón de los tantos que tenía guardados en una caja delgada. Soltó con sofocación un botón de su camisa blanca para después mirarme y perderse tras el blanco papel del largo cuaderno.

El tiempo voló en calma oprimiendo mis extremidades y tratando de mantenerme serena y sin estropear la estricta postura ideada, me aventure a escudriñar la fachada nada modesta del dibujante. Su cabello era un castaño oscuro pero que al sol era tan suave a los ojos como la miel a la boca, y sus facciones que se pintaban con franqueza y con inmutable coquetería se sostenían en concentración y quietud, quedando poco o más igual a mí.

Cuando su mirada vagaba en las formas de lo expuesto sin tanto sigilo busque su atención, pues ansiaba moverme y respirar, así que me dedique a escrutarlo con suficiente obviedad sobre los leves movimientos de sus manos y rostro. Cuando el verdemar de sus ojos chocaron con los míos sus gestos inmersos y serios se transformaron en mofa debido a la urgencia desesperada que mi semblante mostraba.

—Un minuto, Gretel—dijo soltando el carbón y el cuaderno para después tomar el cigarro.

Tras escucharlo con alivio me encorve y solté un sonoro suspiro.

—Exagerada, solo ha pasado poco más de media hora y ya estas vacilando.—comento expulsando humo de la boca.

—Habla el que no tiene fango en los pies y polvo en el cabello.—dije impetuosa.—¿por qué insistes en hacerme regalos extraños?  

—No son obsequios los que te doy.

—¿Ah, no? ¿Qué son entonces?—cuestione escéptica.

—Experiencias, niña tosca ¿Qué más va ser?—negó meditabundo.

—Ya tengo suficientes guardadas en la memoria —comencé diciendo decisiva—. Jonathan, te quiero pero sería excelente que desistieras de cuanta idea chocante que tramas y de todas esas situaciones vergonzosas  en las que me veo envuelta por culpa tuya y por mi propia —debo admitir—debilidad. 

El soltó un bufido.

—Al menos piensa que gracias a tu hermano saliste de la monotonía de los días que vives por aquí.

No podía creer su insolencia y grado de cinismo.

—Tú, al menos piensa que jugaste con los nervios de tu hermana, "la pueblerina", como me llamas, haciéndome perder los nervios con tanta duda de por medio.

Jonathan rio por lo bajo al tiempo que sacudía el cigarro liberando ceniza, y yo presa del enfado no pude evitar pensar en las veces en que se las había ingeniado para arrastrarme a sus caprichos artísticos. Tal como como la vez en que me vi trepada de un árbol sostenida por una rama nada confiable y que al final como resultado regrese a casa con las manos mallugadas tras una tremenda caída, o cuando me lanzo de sorpresa al estanque de agua donde nadaban una centenar de patos para acto seguido situarse entre las rocas que rodeaban el agua y ponerse a dibujar la obra hecha.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.