Silencio

Capitulo 12

—¡Señora! ¡Señora!

La muchacha corrió a través del jardín, sintiendo que a su paso del golpe arrastraba flores consigo. Su expresión atónita denotaba noticias y éstas fulguraban en sus ojos con ansia.

Ni siquiera se daba cuenta que corría descalza y que su cabello se había liberado de su liga.

—Señora...—dijo deteniéndose abruptamente cuando descubrió a la mujer sentada en una banca rodeada verbenas y petunias.

Ella se encontraba de espalda en silencio, pensativa con un ligero atisbo de inquietud mientras giraba con sus dedos una rosa sin espinas.

La muchacha se había quedado absorta, no daba fe a lo que veían sus ojos. ¿Presenciaba una figura cabizbaja en lugar del pretencioso y orgulloso de todos los días?

—¿Te vas a quedar parada ahí sin decir nada, Teresa? Dí lo que tengas decir.

Ella dio un respingo pero enseguida se calmó. Tragó saliva y habló:

—Señora, hay un hombre en el salón y dice que busca al señor Alfonso.

—¿Un hombre?—ladeó el rostro.

—Si, pero le dije que él no estaba pero usted si.—dijo apresurada—. Está en el salón esperándola.

Reina se levantó y enderezándose con gracia abandonó la rosa sobre la banca. Teresa la siguió hasta la casa. Cuando entraron y estuvieron a punto de llegar a las puertas del salón, ella se detuvo y ladeando el rostro con voz estricta dijo:

—¿Quieres acaso sentarte conmigo y hablar con el señor?—cuestionó incrédula.

Teresa se paralizó. Y viendo la ceja enarcada de la señora negó rápidamente.

—Entonces invierte el tiempo en tus quehaceres y no pretendas hincar el oído donde nada te concierne.

—Si señora—se disculpó con un hilo de voz.

Cuando Teresa se marchó y sus pasos ya no se pudieron oír, ella retomó su andanza hacia la puerta. Cuando entró se encontró con un hombre el cual veía directamente desde un mueble donde yacía sentado los retratos grandes en la pared.

—He oído que busca a mi marido, soy su esposa, Reina Arce—se presentó sin ceremonia y sin ánimos de querer hacerlo más adelante.

El hombre se levantó y con expresión neutra la saludó:

—Buen día señora, Adrián Montero—se presentó rápidamente—. Mi inesperada aparición debe resultarle un poco intrusiva y maleducada...

Ella hizo un gesto con la mano restando importancia a su disculpa.

—En absoluto—interrumpió ella con aire indiferente.—Nada ha podido perturbarme, señor, ni siquiera la gran ola de carencia de mentes que me encuentro cada que salgo de mi hogar, véase libre de culpa.

—En ese caso todo obra para bien porque mi repentina visita es de carácter urgente—reveló comedido.

—Lo escucho—dijo ella

—Se trata de su hija...

—¿Mi hija?—preguntó de repente impactada, gravemente conmocionada—. Ayer no regresó, ¿qué sabe usted de ella?

—¿Gretel...

—¡Si, santo cielo!— interrumpió cerrando los ojos de la impresión.

—Mi hermana la encontró en el camino, ya caída la noche con la tormenta encima, por gracia de Dios ella está bien, aunque un poco enferma.

Ella soltó aliento por la boca lanzando una mirada al techo.

—Es que no me sorprende, el clima juega con ella como un títere, la usa, la somete—se lamentó pero enseguida recompuso su voz.—. Si tan solo no se le hubiera cruzado por la mente dar un paseo nada le hubiera acontecido.

Exhaló tocando su entrecejo.

—Ayer para mí no fue bien, vengo a casa y me encuentro con que Gretel no llegado y para rematar que su acompañante y amigo de mi hijo se ha marchado urgentemente solamente con una disculpa— explicó incrédula casi herida— he pensado lo peor y esa escandala tormenta... Mi hija tiene un defecto, y es que a veces no se detiene a pensar las cosas con quietud.

—¿Encuentra a su hija culpable?— indagó Adrián con una seriedad imparcial.

—Demasiado ingenua e incapaz de deducir lo que se aproxima, y una tormenta ¡Por todo lo bueno! Que cosas más obvia de ver.—dijo— . Como sea es mi hija y como sea los padres estamos para ayudar y corregir sus andanzas.

—Considero que nadie en su sano juicio desea una tragedia— dijo resuelto a rescatar la inocencia de la chica doliente que yacía en su casa— hay cosas que no podemos controlar, señora, su hija ha sido una víctima del mal tiempo y no veo nada más.

Ella guardó silencio un momento.

De pronto sus facciones alteradas volvieron a su estado normal. Sus labios se apretaron y sus ojos se pintaron de un brillo molesto. Exhaló tratando de evitar exponer el enojo que cundía en su interior y que apenas se lograba mostrar en sus facciones.

—Caballero le ofrecería algo de beber y le mostraría la hospitalidad de mi casa pero— negó con enojo contenido— deseo en este momento que me conduzca hacia dónde está mi hija.

—Pierda cuidado señora, he venido precisamente a eso.—respondió él con decisión.

—Excelente entonces.—agradeció con gélido ánimo.

<<¡Oh, Gretel! No sabes lo que me has hecho sufrir, me has quitado el sueño de tal manera que me he visto, producto de los nervios, desquebrajando mis preciosas e inocentes rosas.

Eres mayor pero he de castigarte.>>




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