Hasta luego, señorita
Desperté bruscamente por el sonido de la puerta cerrándose. Parpadeé varias veces hasta entrar en conciencia. En eso, vi a una mujer acercarse a mí. Llevaba una bandeja en las manos y un trapo en el hueco del brazo.
Dormitada como me encontraba solo me limite a observar sus movimientos. Cuando dejó la bandeja en la mesita de al lado y acercó ésta un poco cerca a la cama, fue cuando me di cuenta de su apariencia.
Con la somnolencia dominándome no me había dado cuenta de que era una mujer mayor, de baja estatura y con un cabello extremadamente largo y grueso el cual yacía salpicado de brillantes canas.
Me extendí más de lo previsto en observar su cabello. Era hermoso. Podía considerar que en otra época fue más negro que el mismísimo carbón y más envidiable que un vestido fino.
Me sorprendí cuando sentí un repentino sabor en mi boca, y más todavía cuando me di cuenta que una mano envolvía mi mandíbula. Abrí los ojos consternada al mismo tiempo satisfecha.
¿Eso era lentejas?
¡Oh Dios! Si que lo eran.
Mastiqué soltando un gemido satisfactorio. No me había dado que tenía hambre hasta ese momento.
La señora volvió a bocadearme y cada vez que lo hacía yo lo aceptaba de buena gana. Me sentí como una niña malacostumbrada, hermosamente consentida. Confieso que disfruté el momento.
La señora me sonrió afable. Yo le respondí de la misma manera pero con las mejillas apretadas de comida. De pronto, su expresión cambió a una reflexiva, diría con más certeza que a una preocupada.
—No se culpe, joven.
Dejé de masticar y me le quedé viendo confundida.
—¿Disculpe?
—Se dará cuenta que no fue su culpa haber caído en manos de un pobre jugando a ser "hombre".
Tragué el bocado que tenía en la boca y aparté la mirada. Sus manos encerraron la mía mientras trataba con sus palabras hacer que la mirara.
—Que sabrá usted de mí—dije con voz molesta pero tremulante.
—Intuyo verdad, una que me dice que se culpa.
—¿Cómo puede estar tan segura?—cuestioné seria.
—Porque lo que a usted le ocurrió mi hermana lo vivió apenas hace unos días.
La miré a los ojos y ella con expresión preocupada me sonrió.
—¿Acaso se sintió asombrada, culpable e incapaz de salir del susto?—suspiro con pesar—Mi hermana fue atacada hace unos días, mi gemela.
—Yo...—balbuceé.
—Tranquila, no se espante solo quiero que no sienta que es su culpa.
—Si lo es...
—La maldad está en todas partes y usted no la buscó.
Negué renuente.
—¡Fui advertida y no pensé nada!-lloré ahogando mi voz.
—No fue su culpa.
—A veces las cosas ocurren para que aprendamos, si no escuchamos a las buenas entonces será por las malas...
—¡Oh joven!
—¡Me lo merezco!—gemí.
—¿Quién le ha suplantado ese pensamiento de tortura?
Guardé silencio bajando nuevamente la mirada.
—Tuvo miedo y se sintió desesperada.
—Habla como si hubiera estado ahí.—me queje enojada.
—Como si lo fuera; mi hermana lo estuvo—Dijo en un marcado suspiro—. Ese hombre la interceptó cuando volvía a casa, se llevó consigo algo que ha estado en mi familia hace muchas décadas, y por conseguirlo la dejó bastante lastimada.
Levanté la mirada con sosiego sintiendo la necesidad de saber más y preguntar.
—¿Qué llevaba consigo?-pregunte con voz lastimera buscando inútilmente el anillo en mi dedo anular.—¿Qué creé que motivó a ese hombre para atacar a su hermana?
—No fue un motivo en sí, considero en él un carácter retorcido que debe estar dominando su vida-explicó con lastima—, porque una cruz de oro a sus ojos solo debe resultarle una baratija más a su lista de tesoros. No es algún objeto su motivación, sino resultado final, lo que causa.
—¿Por qué habla con seguridad? — inquirí molesta— . Sea quien sea o lo que lo motive ese hombre debe pagar, ser castigado con rudeza.
—Dios tenga misericordia de los perdidos, de las almas sin camino...
—¡Pensé morir por ese hombre! ¿Cómo puede pedir por su alma?— lloré colérica apartando las manos de las suyas—¡Dios mío! Ni siquiera pude ver su rostro, ¿Cómo he de acusarlo?
De repente la puerta se abrió entrando por ella una mujer. Su postura derecha y gestos circunspectos hicieron que mi corazón reconociera de inmediato esa figura vigorosamente vestida de pulcritud y destello. Era mi madre, ¡Oh Dios mío! Era mi madre.
Un amenazante alivio bordeo mi cuerpo logrando expulsar toda tensión y miedo de mí.
Sé que mis gestos hicieron que ella de pronto detuviera sus pasos y que con inflamada expresión de asombro me mirara. Su cara denotaba perplejidad y esto me asustó, me alarmó porque mi señora madre no era de sorprenderse con facilidad, pero para mí espanto ese día fue la excepción.
Seguí sus gestos inciertos que luego se transformaron en incrédulos hacia el hombre que yacía atrás suyo. Ella cuestionó en silencio lo que veía, parecía que demandaba una respuesta a una promesa. No lo sé pero, de pronto me avergoncé de mi estado, de mi situación. Una marejada de culpa me llenó logrando que llorara con el rostro bajo sumida en silencio.
—Recuerde mis palabras, no es su culpa y no llore por lo que no puede controlar-susurró la vos de la señora a mi lado.
Asentí a sus palabras sin siquiera creerlas.
—Creí que había dicho que estaba bien-escuché la voz de mi madre en una suave queja condescendiente.
—Del peligro, desde luego.— dijo en respuesta el hombre totalmente ajeno al enojo que mi madre escondía y que yo si podía percibir.
—Dígame Clementina ¿Cómo ha estado mi paciente con la comida? ¿Comió lo suficiente como para ya no desear más? —preguntó de pronto el hombre en tono cordial mientras se acercaba al lado opuesto de la cama.