Silencio

Capitulo 19

Un roce

Después de despedirme de doña Carmenza en el patio trasero y haberle agradecido por la coneja el día anterior me retiré. No pretendía quedarme a escuchar como chocaba el agua contra el tejado sino escucharlo bajo el mío.

Caminé apurada a través del pasillo encontrándome con algunas que otras mujeres afanadas que me apuraba en esquivar.

Me coloqué bien el rebozo y con brusquedad escondí mechones sueltos de cabello sobre los ajustados así como por detrás de la oreja.

Los tacos de mis zapatos resonaban sobre la madera del suelo, tanto que mejor me detuve a disminuir las zancadas y caminar con mucha más calma. 

Exhalé y me toqué el estómago. Si respiraba con fuerza estaba segura que rompería la tela del faldón de lo abultada que me sentía. Había comido y bebido demasiado, tanto, que sentía ganas de vomitar pero me abstuve de caer en el deseo.

Tragué saliva y me detuve. Me incliné sobre la pared que tenia por vecina un par de puertas gemelas de gran altura. Daba por hecho que los ayotes con miel me habían golpeado el estómago. Cerré los ojos con malestar y levanté la barbilla. Tragué saliva tantas veces hasta que la boca me quedó seca.

Estaba plantada en esa lugar, tal estatua, hasta que un leve estruendo me hizo dar un salto de espanto. Me despegué de la pared y me pasé las manos por la cara antes de irme de una vez por todas pero, antes de querer hacerlo algo pasó.

Fruncí el ceño.

Una voz que conocía demasiado bien saltó a mis oídos a través del par de puertas. Me acerqué a una de ellas y esperé atenta por escuchar nuevamente esa voz.

Una risita medio ahogada fue lo primero que escuché, luego un silencio y de nuevo esa misma risita.

—Encantador, mi amor.—una voz aterciopelada fue lo primero que identifiqué como palabras no inentendibles.—¿Cómo es que no te drenas si me encargo de hacerlo cada vez que tu aroma choca con el mío?

—Me lo pregunto a diario—Esa voz.—. Supongo que el ansia me infunde energía, energía que se convierte después en devoción, sentimiento que estoy dispuesto a sembrar a tus pies hasta llegar a la corona de tu hermosa cabeza.

—¿Por qué tanto apego a lo intenso?—inquirió ella.

—Por qué tanta mofa?—replicó él de inmediato—¿Por qué acudir a la resistencia cuando podemos mejor sucumbir al deleite que merecemos?

—Digamos que me gusta el placer de saber que pisan con desespero mi sombra.

—Oh, con que eso es lo que te gusta...

Se escucharon pasos sonantes moverse como si estuvieran corriendo. Arrugué el entrecejo y pegué la oreja a la hoja de madera. Por un momento no escuché absolutamente nada, luego, surgieron de nuevo sus voces, algo jadeantes.

Arrugué el rostro.

—Finge lo que quieras querida,—él dijo agitado— aquí entre nos, te mueres por mi nombre, por decirlo, escucharlo y hacerlo tuyo.

—Pero que arrogante eres, Jo...—su voz se perdió.

—Cuando estés atada con una alianza a mí, será el día en que veré el velo caerse de ti y tendrás que alardear a viva voz la locura que siempre guardaste... aquí... por mí...en tu pecho.

—¿Y por quien guardo esa locura, según tu?

—La pregunta ofende, ¿no crees?

—Si, lo sé, por esa razón la formulé—ella río. Luego, su voz se tornó un tanto seria—¿Por qué tu afán en tanto masoquismo? ¿Por qué te esfuerzas en infringirte tanta esperanza en un terreno infértil?

Torcí la boca.

—¿Sabes las trabas que te pondrán en el camino? Las personas...

—¿Desde cuando te ha importado la opinión de la gente?—la interrumpió escéptico.

—Desde nunca, claro está.—respondió con soberbia.—. Es solo que, no me da miedo hacerle daño a las personas, personas que estén dispuestas a quitarme la paz, y ¿sabes que significa eso?—preguntó bajando la voz—. Que no va importarme si se atraviesa cierta conocida tuya o cualquier otra en mi camino, que por cierto existen.

—Tus palabras me traen esperanza.

—¿Por qué sonríes?—inquirió ella.

—Porque te has delatado sola, amor.—dijo él.—. Acabas de decir que estás dispuesta a quitar a quien te robe la paz. ¡Me declaro entonces la paz y te declaro a tí la guerra!

—¡Eres un embaucador! ¿Sabes lo que siento por ti aunque nunca lo hayas escuchado de mis labios?...  Quien sabe si logres hacerlo un día...—su voz se interrumpió nuevamente—. Quiero que tengas en cuenta que nunca, nunca en mi vida me ha temblado el corazón por ver mis intereses primero, Jonathan.

—¿Ah, si?—cuestionó travieso.

—Date cuenta que no me da miedo hacer daño, nunca he experimentado debilidad por el dolor de alguien más.

—¿Crees poder alejarme con argumentos tan dignos de plasmar en la ficción de un libro?

—¿Crees poder alejarte, poder soportar?—preguntó ella con la voz teñida de rudeza—. No me gustan los cobardes, me gustan los hombres. ¿Eres un hombre?

—Soy mas que eso, Demelza—susurró con la voz enronquecida—. Soy tu hombre, tú mi mujer...

Me aparté de la puerta colmada de indecisión y vergüenza. La curiosidad me estaba ganando así como la pena de verme haciendo lo que hacía.

<<Si mi madre me viera.>> me dije mientras sentía como un repentino escalofrió trepaba por mis brazos.

Escuché nuevamente murmullos al otro lado de la puerta así que contra mi voluntad y al mismo tiempo siguiéndola, pegué el oído de nuevo.

—No vas a espantarme, vil arpía.—Dijo Jonathan a modo de advertencia.

—No pretendo hacerlo encantador mío...—Ella habló entre risitas amargas— solo cumplo al darte aviso...

—Eres una bella musa, Demelza, ¿lo sabías?...

—Eso ya lo se, ¿pero cual es el pero?

 —Que así como eres de hermosa así mismo eres de perversa.

—No me avergüenzo de nada. 

Me aparté de la puerta y retrocedí unos pasos con una amarga expresión en el rostro. Me dio un escalofrió que me recorrió desde el cuello hasta los brazos. Sacudí la cabeza y me fui  de allí.




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