Sin casta

Capítulo 3: Abuela

Hace dos semanas desde el bombardeo y no he vuelto a ver a mi abuela ni a mi hermano. En cuanto al pequeño, Marta una vecina mía cuida de él cuando yo salgo a buscar a mi familia o a ayudar a las personas que sobrevivieron a las explosiones.

Llevo un par de horas caminando sin rumbo por los pasillos del edificio central del Gobernador. Me paro frente a una puerta en la que pone “PROHÍBIDO” intento abrirla pero algo me lo impide. Cojo un trozo de ladrillo y golpeo el cristal, con cuidado meto la mano por el agujero hasta dar con el cerrojo, lo acciono y finalmente puedo pasar.

Ordenadores y mesas llenas de máquinas es es lo único que veo dentro de la pequeña sala y al final de la sala un gran ventanal ocupaba toda la pared del final. Camino hasta la ventana y tras ella, puedo ver un gran patio, pulcro y de color blanco.

En el centro del lugar, sobre una camilla, vestida con una bata blanca pude ver a una mujer de raza negra de espaldas. En cierto modo me era familiar, no obstante al no poder vislumbrar su rostro me fue imposible adivinar de quién se trataba, di un paso hacia atrás dispuesta a buscar la entrada a ese lugar para así poder liberar a la mujer cuando de pronto una voz resonó a través de los altavoces.

- Bienvenida, Sigrid Anderson. Hace tiempo que te estábamos esperando.- la voz cesó y de pronto alguien me cogió inmovilizándome de los brazos para después atármelos, tirarme al suelo y arrastrarme por los pies. Me arrastró a través de una serie de pasillos y por unas escaleras metálicas, que escalón a escalón notaba como se clavaban en mi espalda.

El tortuoso camino cesó y el sujeto se situó frente a una puerta metalizada, junto a ella había un intercomunicador. El hombre presionó el botón, dijo unas palabras en un idioma completamente desconocidos para mí y la puerta se abrió, dando paso al patio que, desde la sala de los ordenadores había podido ver. Cuando entramos en el patio, ante mí se posicionó el hombre que irrumpe en mis sueños cada noche, el hombre que me separó de mi familia y cuando sus oscuros ojos me observaron, no pude si no sentir ira recorrer mi cuerpo. Me abalancé sobre él, pero antes siquiera de poder tocarle me encontraba siendo lanzada contra una pared del lugar. La cabeza me daba vueltas, cuando finalmente mi vista se aclaró y mis oídos me permitieron oír pude entender lo que el Gobernador Robertson me estaba diciendo.

- Una placer verla señorita.-la mujer, todavía postrada sobre la camilla comenzó a sacudirse violentamente.-sacadla de aquí, comienza a irritarme.

Observo como se llevan a la mujer, sacándola por la misma puerta por la que anteriormente yo había entrado, intenté ponerme en pie pero el Gobernador alzó una mano y un segundo después me encontraba siendo presionada contra una pared. Nadie me sujetaba por consiguiente, esa era su mutación. Podía controlar cosas con la mente.

Miré con pesar como se llevaban a la mujer. Cuando estaban a punto de cerrar la puerta la mujer asomó la cabeza por detrás del respaldo y finalmente pude ver su rostro.

Mi corazón se encogió, no pude decir nada, era como si mis cuerdas vocales hubieran sido extirpadas de mi garganta y ni una sola palabra salió de ella. Una solitaria lágrima cayó por mi mejilla, miré al Gobernador, que me observaba con gracia.

- ¡Malnacido!- era ella, esa mujer…era mi abuela.- déjela en paz por favor, ella no le haría nada a nadie. No ha hecho nada.

- ¿Crees que me interesa lo que digas? Ella morirá al igual que el resto de mierdas enclenques como tú.-La ira inundó mi cuerpo y sin saber cómo, conseguí zafarme de la fuerza que me mantenía presa. Corrí hasta él y cuando finalmente había conseguido rozar su rostro unos grandes brazos me sujetaron y un ya conocido olor inundó mis fosas nasales.

- Gracias hijo ahora por favor, mete a la gatita en su jaula.- siento un pinchazo en el cuello y después, todo se volvió negro.

 

Me siento aturdida, mis brazos pesan y la cabeza me da vueltas. Siento algo blando y cálido rodeándome. Intento abrir los ojos, pero se sienten pesados e hinchados como cuando llevas muchas horas durmiendo tras un largo día.

Poco a poco voy moviendo mi cuerpo, consigo desperezarme aún sin abrir todavía los ojos, intento abrir un ojo y durante un segundo lo consigo pero la luz me ciega y me veo obligada a volver a cerrarlos.

Hago un segundo intento y esta vez si que logro mantener abierto uno de mis ojos, parpadeo hasta que finalmente consigo ver con cierta claridad, a mi izquierda veo una puerta de lo que intuyo que será el cuarto de baño.

Giro mi cuerpo hacia un lado para poder así incorporarme pero la gravedad y mi entumecido cuerpo no ayudan por lo que termino cayendo al suelo de morros. Me apoyo en la cama y finalmente logro mantenerme en pie, aunque todavía me siento mareada consigo llegar a la puerta y abrirla.

Tal y como imaginaba, era un cuarto de baño de azulejos azul oscuro y bañera de patas color huevo roto.

Voy hasta la bañera y me siento en el borde, abro la llave del grifo y espero a que se llene. Mis ojos se sienten pesados y por un momento creo haberme quedado dormida ahí sentada, cuando la bañera está llena y repleta de espuma me quito la ropa y me adentro en ella.




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